Doina Guriţă, poemas


 

Luz de Damasco

Atravieso caminos sembrados de espinas,

Vuelvo de la tierra que mana leche y miel,

Regreso en lágrimas, entre extraños

Para limpiar mi abismo de amargura.

 

La sangre fluye por las sendas de mi andar,

La tierra la consume con sed enfermiza,

Las espinas del camino parecen espadas,

Náufrago me siento aunque me halle en tierra firme.

 

De pronto la luz de Damasco alumbra la arena,

El céfiro esparce aloe, mirra y vino sobre mis heridas.

El aguijón quitado desencadena el tiempo

Y empiezo a vislumbrar las fronteras del cielo.

 

Mis rodillas penetran en la lápida quemada,

Cavando con el hueso, nuevas tumbas.

Y grito hacia el cielo: "¡Quiero estar en la mesa,

En la Santa Cena contigo, Padre!

 

Luceros brotarán

Iluminemos

nuestras almas cargadas de pecados

con velas congeladas.

Pavimentemos los senderos

de nuestras propias incomprensiones,

con lirios y gotas de nardo.

Que las lágrimas se transformen

en polvo de estrellas,

y el suspiro

en el canto de los ruiseñores.

Entonces en nosotros

nacerán luceros...

 

Noche de invierno

Chispas de agua, pasando a través de fríos pasados,

Descienden de los cielos, en invisibles cuerdas.

Se extienden, estrella tras estrella, sobre deseos silenciosos.

Todo es sueño, lo inolvidable es mudo.

Se mecen vendavales en brazos de montículos de nieve,

Y las estrellas descienden en un páramo de prados.

Tú me vigilas en el ocaso de los poemas.

Mi pensamiento está mudo, mi sueño gime.

Despojando mi dolor en rincones ingenuos,

Recojo recuerdos de rincones remotos.

En la noche de invierno y vigilia,

La oración es un aullido, la cruz es mi silencio.

 

¿Qué me importa?

¿Qué me importa a mÍ volando en alas,

Cuando todo es poesía, vida y tierra?

¿Buscar manchas en las estrellas y campos de seda,

Donde solo blancos son mis propios huesos?

No me conviene el sueño en gotas de engaño,

Ni la esperanza en las nubes de tu mirada.

Me satisface la mano que tengo entrelazada

Con el vino de esa copa de sueños, interminada.

Todavía tengo una flor en el pecho y una gota de anhelo llevada,

Una semilla de sangre en mis pensamientos, de nadie besada.

Pero quiero que vueles conmigo, hacia el abismo azulado,

Para elevarme a campos de verde paraíso.

 

Al sembrador de estrellas

Al borde de los nenúfares,

De lagos azules,

Pasean luceros.

En el bosque de cobre ,

Hacia la noche de luz,

Una madre suspira.

Acuna su sueño

En brazos de anhelos,

Rezando a la inmensidad:

 

"¿Cómo abraza

El aire, al pasar,

Una estrella que se esconde?"

 

"Mira hacia arriba

Aquel que cree:

¿Es una estrella que se ha puesto?

 

Pasará por los cielos,

Mil años,

De luz y tiempos."

 

La madre se santigua

Y esconde en su corazón

Un grano de luz.

 

Doina Guriţă es delegada permanente de la Unión Nacional de Escritores de España para las Relaciones con Rumanía.