Dos bebés mellizos

Relato de Teresa Álvarez Olías

Me siento feliz y agotada en este momento extraordinariamente lúcido de mi vida, en que todos mis sueños están cumplidos.

Hace una hora he parido dos hijos, un niño y una niña, que ya duermen a mi lado, en sus cunitas, en esta sala de reposo del hospital, donde el silencio envuelve mi mente como un manto dulce, en el que me sumerjo con abandono.

Debería dormir ahora pero la excitación en mi cabeza es más fuerte que el cansancio,  y estoy tan sobrepasada que mis ojos no quieren cerrarse de ninguna manera. No  deseo entrar en la amnesia del sueño, al contrario, quiero recordar.

Soy pequeña, de unos cinco años, y estoy leyendo un libro de cuentos con decenas de imágenes sobre un patito feo al que desprecia todo el corral. Me lo regaló mi tía por mi cumpleaños, envuelto en papel de colores, con un lazo de raso, y lo abro cada tarde, bajo el emparrado de nuestro jardín.

Soy un poco mayor, adolescente, me encuentro en el colegio y mi mente vuela lejos, porque hace tres horas que estoy sentada en esta silla y ansío levantarme. Me fascina, sin embargo, la seguridad con que la profesora despliega en la pizarra el teorema de Euclides. Quisiera saber tantas matemáticas como ella y medir los campos, contar las estrellas, encontrar las incógnitas más difíciles y resolver todos los problemas de reparto de dinero.

Soy mayor y quiero aprobar el examen de conducir, pero los nervios me hacen dudar agarrando el volante, aunque mi voluntad se impone y consigo llevar el vehículo de forma correcta.

Retazos de mi vida acuden a mi cerebro sin que ésta los convoque y una sensación de miedo y placer me inundan, conmoviéndome  hasta las lágrimas. Mi primer embarazo y hoy por hoy el único, ha sido largo y angustioso, pero ver por fin las caritas de mis hijos me compensa de cualquier molestia pasada. Me reconforta por completo.

Mi hijo se llama Arturo y quiero para él una vida feliz y desahogada. Le he traído al mejor país del mundo y a la mejor familia,  además todo lo que tengo es para él: su padre, la experiencia, el cariño, el dinero, nuestra casa y mi vida entera. Ha llegado y sus padres hemos leído mil libros y artículos sobre bebés para poder cuidarle y educarle.

Estamos preparados para que su infancia, como la de su hermana, sea la mejor posible, dentro de nuestras restricciones, que son muchas también, y le pronostico una existencia plena. Para una mujer un hijo es una maravillosa realidad complementaria y una certeza de triunfo, un legado para la humanidad, su conexión con la familia y con la Historia.

Mi hija se llama Azucena y quiero para ella una existencia feliz también, desde luego, sabiendo que si un día ha de dar a luz no podré evitarle ese momento que se hace difícil y que, a la vez, nos hace cumplir la maravilla exclusiva de nuestro sexo: alumbrar nuevas vidas, traer seres humanos a este lugar amado que llamamos Tierra. Para ella quiero tanta ventura en su profesión y en su vida familiar como para su hermano.

Deseo para mi hija y mi hijo una vida plena, que conozcan la naturaleza en todas sus manifestaciones: la playa, la montaña, el campo, que amen la libertad, sin cortapisas por su condición sexual o su inteligencia, y especialmente que sepan desenvolverse por sí mismos en cualquier problema sobrevenido. ¡Cómo me gustaría que no sufrieran por amor, por temas de dinero, por acoso, por conflictos diversos que tendrán que afrontar quieran o no quieran!, pero ya que no podré evitárselos cuando vayan creciendo, ansiaría haberles enseñado para entonces que no hay nada más maravilloso que resolverlos por uno, por una misma.

Me siento enormemente satisfecha de haber tenido a mis hijos, aunque lo haya hecho en un una época extraña. Una no elige las fechas de parto ni casi ninguna otra de las que te marcan en la vida.

Esta laxitud me vuelve fuerte de ánimo y sé que ahora mismo puedo superarlo todo: la decepción, el fracaso, la enfermedad, el dolor o la soledad, porque durante mucho tiempo o nunca más estaré sola. A partir de este momento estaré acompañada, una criatura en cada mano, para afrontar la dicha y la tristeza, la vacas flacas y las gordas, cualquier problema inesperado y los días de plenitud como éste, tan inolvidable y que, sin duda, en algún momento volverán.

Arturo y Azucena, en su desvalimiento, y también en su hermosura, me inspiran para iniciar mil proyectos que se me ocurren de golpe o que han salido al exterior al liberar mi cabeza de temor por el futuro. Debe haber una revolución de hormonas en mi cuerpo, porque siento el pulso de la sangre recorriendo mis venas, como si se despeñaran por ríos pedregosos y las lágrimas me brotan sin que yo las reclame. Se juntan con la risa y mi rostro debe desencajarse en este mismo momento en que nadie me observa y lo prefiero, porque yo sí veo. Veo el valor de las mujeres entregando nuestra sangre mes a mes durante cuarenta años cada una, el valor y adoración  de mi madre el día de mi nacimiento y la sonrisa impagable de mi padre cuando me esperaba a la salida de las clases con un paraguas en la mano.

Mi segundo homenaje es para mi compañero. Me pregunto cómo es posible que yo le haya relegado durante todos estos meses y ahora mismo incluso, cuando mi corazón se desborda. Antes siempre le ponía por delante de todo. Me gustaba buscarle y encontrarle entre la multitud como si llevara un sol en la frente. Lo llevaba para mí de forma veraz o figurada, pero conforme iba aumentando mi vientre, yo sentía que su luz me llegaba por detrás y nuestros hijos se iban apoderando del camino.

Ellos, mis preciosos y diminutos mellizos se metían en nuestros sueños y crecían en nuestra cama. Me volvían más pesada y somnolienta cada jornada, en perjuicio de la atención que le debía al hombre de mi vida. Espero que él lo haya entendido y que en el futuro siga comprendiendo que me debo a estos dos seres más débiles, tan nuestros, a esos dos que ya no podré dejar de vigilar ni socorrer.

No tengo dudas de que mi miedo por ellos se va a transformar muy pronto en un canto de júbilo que retumbará por todas las ciudades del mundo.

 Mis hijos me están dando la fuerza para confiar en el futuro, para aprender a valorar lo que realmente merece la pena, para pensar que no puedo defraudar a mis orígenes, a la gente que nos precedió y  que salió adelante contra viento y marea, en tiempos de cataclismos y guerras, de frío y volcanes en erupción, de epidemias y muerte.

Por mis hijos yo voy a salir a remontar, a construir un mundo mejor, igual que mi ciudad y mi país, cueste lo que cueste. Estoy segura de ese propósito va a ser mucho más fácil que vivir una gestación. Va a ser tan sencillo como levantarse cada día y subir la persiana para que el sol brille y entre en nuestra casa iluminando las sillas, las macetas y nuestras mentes.

Sigo desordenando  mis ansias en este trance de reposo, aunque es posible que también, en ciertos instantes, esté durmiendo y develándome por momentos. Ningún recuerdo me hace daño, porque cada error, cada discrepancia pasada sirvió para volver a encauzar el sendero. Siempre fue mucho más enriquecedor hacer caso al azar, con sus vueltas y revueltas, que seguir un rumbo fijo sin curvas, sin sorpresas y sin sal.

Apuesto por mis hijos y por el futuro, por todos los jóvenes que entrarán de lleno en el siglo e inventarán un remedio para cada problema, como hicieron sus abuelos y todos nuestros ancestros. Les entrego mi corazón en este día, junto con la convicción de que otros niños menos afortunados por el amor o la fortuna  son también mi responsabilidad.

Ya estoy ansiosa porque la enfermera abra la puerta y el tiempo de reposo concluya, dando paso al revuelo de la vida cotidiana, tirando los muros de pereza que aún conservo.

Ya siento su voz acercándose y el despertar de mis mellizos, inquietos en sus lechos, reclamando movimiento, convocando a la vida. Tengo la convicción de que seremos muy dichosos e inventaremos juntos un lugar distinto, donde la vanidad se disuelva, aunque no será gratuito ni fácil.

Oigo el llanto de otros bebés en algún punto cercano. El doble parto ha dado bríos a mis sentidos y me siento preparada para empezar el trajín diario, para darle la vuelta a todos los argumentos y reinventarlos para mis hijos, para mi compañero, para mí misma.

Saludo a la enfermera y me dispongo a reencontrarme con mis hábitos, de nuevo con mi amor, que junto con ella ha estado conmigo en este trance y ha sido el baluarte principal, la columna de felicidad a la que me aferro. Apuesto por la libertad. Apuesto por mis hijos. Apuesto por la vida.

Teresa Álvarez Olías es vocal honoraria de la Unión Nacional de Escritores de España.