El color de la esperanza

 

Ana Julia Martínez Fariña

“La esperanza es lo último que se pierde”; “mientras hay vida, hay esperanza”

Un relato pensado para todos aquellos que sufren y que ya no esperan nada.

Un relato para poner “COLOR” y luz en su vida.

Acostumbramos a creer que lo mejor y lo peor no va a ocurrirnos nunca, que los golpes de suerte y las desgracias siempre les ocurren a otros, no a nosotros; cuando menos nos lo esperamos, eso que llamamos azar o tal vez el destino en el que, unos creen y otros no, llama a nuestra puerta y nos sorprende con la cara o con la cruz de la medalla. Es entonces cuando sí empezamos a entender que estamos expuestos a cualquier cosa y nada es predecible.

Todo es tan contradictorio, tan ambiguo como mi faceta de escritora aficionada. Sin darme cuenta estoy confeccionando un diario, un diario donde vuelco mis temores, mis ansias, mi “yo” más oculto. No me reconozco la mayoría de las veces cuando luego se me da por leer lo plasmado en el papel. A nadie le cuento lo que le confieso a él, después me apresuro a esconder el cuerpo del delito como si fuera una vergüenza lo que ha salido de lo más hondo de mi ser.  Pero quedo aliviada, profundamente aliviada, tanto es así que si fuera psiquiatra a mis pacientes les recomendaría escribir. Contárselo todo al folio, a ese producto terciario del árbol. Ese maravilloso don de la naturaleza que necesitan nuestros pulmones, que nos da vida, belleza y armonía. Mi favorito siempre fue el álamo porque posee una significación alegórica determinada, quizá por la dual tonalidad de sus hojas. Es en sí el símbolo de la vida, dicen, porque es verde del lado del agua (luna) y ennegrecido del lado del fuego (sol) encierra lo positivo y lo negativo como una especie de ying-yang. Me atraen los símbolos, los secretos que encierran y los hilos tan ancestrales y sutiles de que están tejidos. En caso hay un montón de libros sobre estos temas, cosa que a mi marido siempre le molestó. Una de tantas cosas que le han molestado de mí (quien lo diría), en una época le causaba gracia y más tarde incomodidad, desacuerdo. Como cambiamos las personas…Fantasmas que afloran, imágenes distorsionadas y ambivalentes de la realidad, nos engañamos a nosotros mismos, queriendo engañar a los otros y en ocasiones se produce el efecto contrario. Yo supe desde el principio de la relación que había pocas posibilidades de éxito por la diferencia tan abismal de caracteres y sin embargo, aposté por ella, me lancé a la piscina sin saber si había agua.   

Sí, eso fue lo que hice, me lo jugué todo a una carta y así me fue, veinte años enmarcando una vida de calvarios mínimamente soportables, de vinagre mezclado con algunas dosis de miel. Tuvimos temporadas buenas, aleatorias, salpicando un devenir diario impregnado de incomprensión, de discusiones bizantinas y desapego. Ninguno de los dos tomó nunca la decisión de separarse por falta de causas rotundas y decisivas. Por el bienestar de los hijos, por miedo a la soledad o al que, dirán, no lo sé, hoy por hoy, sigo sin saberlo. Lo que sí sé a ciencia cierta es que ahora mismo no puedo abandonarle y a pesar de todo y tal vez por esos golpes de suerte que antes mencionaba, estoy segura de que envejeceremos uno al lado del otro y además felices de estarlo. Sí es que llegamos. A… esa etapa, cosa que también dudo. Es paradójico, nadie lo entendería, pero Nazario y yo empezamos a querernos de verdad, a respetar nuestros gustos, nuestros criterios y nuestros espacios privados, ese espacio vital que todos deberíamos tener, aunque vivamos en pareja o con otras personas.

De eso disfrutamos ahora más que nunca y cuando estamos juntos nos miramos el uno al otro y nos preguntamos cómo hemos sido capaces de no entendernos de verdad hasta ahora, ¿quién ha obrado el milagro? La enfermedad. Un día te encuentras mal y no sabes el motivo, acudes al médico para hacer un chequeo y te encuentras con que la vida va a dar un giro de ciento ochenta grados. Cuando te has hecho a la idea de que algo importante ha cambiado y que debes enfrentarte a una realidad a la que no estabas acostumbrada, eso mismo y como por arte de magia, le ocurre también a la persona con la que has compartido veinte años de vida y que es el padre de tus hijos.

Al principio nos sentimos confusos, perdidos, sin poder ó sin querer dar crédito a lo que nos estaba ocurriendo. Más tarde viene el rechazo, la negación, el no querer ni saber aceptarlo, eso da paso a la resignación y posteriormente: acomodarse a una situación inesperada y cruda que se instaló en nuestras vidas sin ánimo de marchar.

Se van tejiendo una serie de hechos a nuestro alrededor como una gran tela de araña. El día a día es muy diferente a todo lo vivido con anterioridad.

La incertidumbre, las dudas, las penas nos acompañan y un día nos damos cuenta de que nos necesitamos el uno al otro casi como el aire que respiramos. Nos ayudamos, nos consolamos y centramos toda la energía de la que todavía disponemos en intentar curarnos. Detener esa enfermedad que sin avisar se presentó en nuestra existencia, en ponerle alas blancas a un cuervo negro. LAS ALAS. Sí, otro símbolo más de los que a mí me encanta. Los griegos representaban con alas el amor, la Victoria. Los caballos de Pélope. Las serpientes de Ceres. Poseen ese atributo. Están relacionadas con la espiritualidad, la imaginación y el pensamiento. Si volviera a nacer me gustaría ser una criatura que tuviera el don de poder volar, de surcar los aires a su antojo y posarse en las ramas de los árboles y formar allí su “nido”.

Mi mente divaga demasiado últimamente, mi enfermedad no me deja lugar a dudas. Me he convertido en una soñadora empedernida. Sueño con vencerla, con sobrevivir, con empezar de nuevo, con ser otra persona renovada y feliz. Eso es, de conseguirlo todo. Hay que cambiar muchas cosas; miro a Nazario y todavía me reafirmo más, ¿cómo hemos podido cometer tantos errores? ¿qué nos llevó a situaciones tan absurdas? Iniciamos una vida por amor, por eso la emprendimos juntos, seguimos adelante y formamos una familia, pero se nos quedaron cosas en el camino y cosas muy importantes. Nazario y yo hablamos de ello cada día como tratando de justificarlo, buscamos explicaciones a cosas que no la tienen, pero eso nos ayuda. Parece mentira, este cúmulo de palabras, pensamientos y conclusiones es un resumen de mi diario, cuando lo inicié era todo muy distinto, no hacía más que lamentarme a consecuencia de problemas remediables, tal vez me quejaba sin razón, luego todo se tornó sombrío, acudía a mi diario con un dolor indescifrable; estoy enferma, Nazario también lo está ¿cómo ha sido posible? Y además los dos, ¿habrá sido nuestro modo de llevar la vida, nuestro desamor, nuestra falta de voluntad para renacer, para reinventarnos?

Decido decorar la casa de nuevo, darle otro toque, las paredes blancas me recuerdan a las clínicas que son tanta frecuencia visitamos y al hospital a donde ya, fuimos a parar más de una vez. Lo voy a pintar todo de verde, de verde-agua. En el salón coloco un cuadro de grandes dimensiones de cuyo fondo parece desprenderse la naturaleza misma en todo su esplendor.

Un precioso sendero con un caudaloso río surcándolo y al fondo una cabaña de bosque con toda la pinta de estar habitada, por la imagen de la chimenea saliendo humo. Me imaginé dentro de ella con mi marido a mi lado, brindando con cava por nuestra recuperación. Se lo digo una mañana desayunando, me sonríe y me contesta que es así como deberíamos haber pensado desde el principio. Haber establecido una unión mucho más firme, más segura, sin dejarnos llevar por malos entendidos y enfados sin fundamento, ¡qué razón tiene! Pero ¿será tarde? Alguien dijo que una de las cosas peores que te pueden pasar es llegar al final de tu vida y darte cuenta de que no has sabido ser feliz. Es cierto, yo lo aseguro sin haber llegado a ese tramo, ya lo siento ahora y me pregunto si podré, si podremos, (mejor dicho) rectificar. Somos conscientes de lo que puede avecinarse, de que podemos empeorar, de que podemos desaparecer cualquier día, uno o los dos.

Pero también sabemos que hay una puerta abierta o más bien una ventana y por extraño, que pueda parecer, estamos disfrutando de una convivencia maravillosa.

Cuando nos toca pasar las revisiones, el día anterior entrelazamos nuestras manos y sin decir nada pedimos a esa “fuerza superior” que nos proteja para que las noticias no sean negativas, para que, al menos sigan siendo las mismas con un toque de esperanza.  Sobran en ese momento las palabras. Sabemos que todo puede cambiar de repente y no podemos por menos que sentir miedo, angustia, ya que la respuesta a nuestras preguntas y a nuestras dudas no depende de nosotros, ni del inmenso deseo que nos embarga de llegar a curarnos, pero también tenemos muy claro que, si salimos adelante los dos, el futuro será muy distinto. Porque ya sin llegar a ese punto ya sentimos la transformación; disfrutar con una puesta de sol, con un amanecer, con el canto de un pájaro o el aroma de una flor. Disfrutar charlando con unos amigos en la terraza de una cafetería, de un paseo de noche por la playa a la luz de la luna. Y ya no digamos de la compañía de nuestros hijos, de sus progresos, de sus vivencias. Ahora conocemos el sentido de la vida, el sentido del amor y sobre todo de su inmenso valor.

TRES AÑOS, MÁS TARDE

Todavía estamos aquí. Seguimos igual. Pero al menos seguimos. Y por supuesto continuamos pensando lo mismo y sintiendo lo mismo. Estamos juntos viviendo el día a día y tratando de ver “la botella medio llena”.

Ana Julia Martínez Fariña es delegada en Galicia de la Unión Nacional de Escritores de España.