“Tiende la mano, que es el hogar
del mundo. Sobre la mano se extiende la luz como páramo de amor infinito. En
ella la soledad bebe del agua viva como un caballo cansado. Mano que brota como
cántaro ante la sed del alma, mano de arcilla, del primer barro que dio forma a
los nombres de las cosas. Mano que tiembla, al fin, que se abre a la
misericordia para que el corazón pueda poner su palabra en ella.
Y siente el calor de otros dedos
enraizando en los suyos, primero dubitativos, luego más firmes. Siente el surco
profundo excavando el sudor de la tierra, la piedra que guarda los pasos
errantes. Y sobre estos dedos de los dos Leo, los otros, los de la niña,
construyendo su catedral de luz desde la carne.
Al fin está en casa”.
Fragmento
de la novela El viaje de Leo, de Brunhilde Román Ibáñez, miembro de honor de la
Unión Nacional de Escritores de España.