Juan Carlos Cavero
Como se ha venido sugiriendo, todo momento de alta intensidad estética nos puede elevar a la ebriedad del éxtasis si se está predispuesto a ello y eso al menos durante el saboreo de un instante de tiempo que sentimos y deseamos que sea eterno, pues el espíritu en el cuerpo no puede abandonarse eternamente mientras ese cuerpo esté vivo, tiene necesariamente que retornar a la sobriedad mundana. Por tanto, se puede decir lo que el filósofo George Lukács había manifestado en sus escritos sobre “estética” frente al momento social e histórico del materialismo soviético en el que le tocó vivir, reconoció la posibilidad de la catarsis estética como medio de perfeccionamiento personal y humano. Es lo que definió como el paso del “hombre entero”, al “hombre enteramente”, es decir, cuando la experiencia de la sublimidad nos lleva a ser mejores, a ascender a los límites de la propia naturaleza humana en su auténtica especificidad espiritual, ahí damos el salto a ser “hombres y mujeres enteramente”. Esto ocurre sabiendo que este abandono de la realidad no es definitivo, como ya he dicho, porque el ser humano no puede nunca abandonar la realidad, no pude dejar de ser el “hombre entero” pues debe vivir agarrado al mundo en el que se sostiene y al que sostiene con su esfuerzo diario. Además, hay que estar alerta para que la cotidianidad del “hombre entero” no pueda negarte ni cerrarte la posibilidad de la sublimidad estética, encerrarte en el día a día de la falta de sensibilidad que te impida ser “enteramente” y también hay que apartarse de aquello que obstaculice este ejercicio de libertad fundamental. Apartarse de ese mal del siglo de la sociedad moderna que se llama Vanidad en las formas irrefrenables de fama, honor y dinero. pero que conducen indefectiblemente a la servidumbre, la tristeza, el odio y la envidia. Allí donde reina la vanidad, reina el rebaño. La vanidad busca el reconocimiento social y se encuentra con que el sujeto adquiere conciencia de rango, de élite, y es ahí entonces donde muere la espontaneidad y crece un ego que se hace fetiche de una supuesta élite que te hace creer en tu superioridad pues mientras les imites y les sirvas no te rechazarán.
A mi modo de ver, el Sufismo es un “medio homogéneo” para la catarsis, en sentido lukácsiano porque durante siglos, y gracias a la autonomía hermenéutica de la santidad, ha mantenido una permanencia en el comportamiento social y humano (con su desarrollo es escuelas de tradición, las Tariqas o el seguimiento a las enseñanzas de los Sheikhs) y, además, tiene como finalidad el lograr suspender temporalmente toda finalidad práctica en su acción contemplativa. En este sentido, el “hombre enteramente” coincidiría con el “hombre perfecto” de la tradición Sufí que ha alcanzado la metanoia, la iluminación, el fath. Como se sabe, No se encuentra este término en la literatura islámica hasta el siglo VII de la hégira en que lo expuso el místico murciano Ibn Arabí: “Al-Insán Al Kamil”, y representa a aquel que ha sabido liberarse de su animalidad, de esa cotidianidad que lo puede convertir en una bestia o en un ser gregario. Es decir, es aquel que ha sabido contemplarse en la Unidad de lo esotérico y lo exotérico y trasciende en su sensibilidad propiamente espiritual.
El sufismo ha entrado así en el debate actual del Posthumanismo, es decir, entre los amigos del hombre y los del superhombre que ya había planteado Nietzsche sobre los criadores o educadores del hombre en dirección a lo pequeño o los criadores hacia lo grande: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo” pero se puede salir de ese agujero negro gracias a una educación que promueva la autosuperación y que demarque entre los límites o la fusión de la inmanencia con la trascendencia, entre lo tecnológico y lo biológico, entre el “El Insan al Kamil” y el posthumano.
Esta dialéctica del “hombre entero” al “hombre enteramente” y viceversa, que Lukács había desarrollado para responder a la psicología de la práctica artística en un ambiente completamente ajeno a la espiritualidad Sufí, el del marxismo-estalinismo, no quita su aguda percepción e interpretación de la naturaleza humana dirigida hacia el salto a la experiencia estética más íntima, que pueden y deben dar los hombres y mujeres para ser enteramente ellos. Manteniendo el equilibrio entre la inmanencia -de esta vida apegada a lo cotidiano y alienada en la realidad materialista del presente activo e inmediato que alimenta al ego - y la trascendencia, tan necesaria a la naturaleza humana- a través de la obra de arte que, en nuestro caso, es la sensibilidad en la experiencia estética de la magia de la contemplación interior y exterior como paso para encontrarnos en el “mundo propio” del “hombre y mujer enteramente” que, de este modo, reconfigura su realidad como autoconciencia fuera de la cotidianeidad, en el instante de la evocación de las vivencias y sentimientos personales e internos que conectan con la Divinidad.
Recordar, por último, que todas las manifestaciones artísticas del Islam en general y en particular del misticismo Sufí: La Hadra, El sama, la poesía, la música, los mosaicos, la arquitectura, la caligrafía, etc. van encaminadas a un fin: “Dios es bello y ama la belleza”, esto es, a sugerir siempre esa sublimidad mística que debe buscarse y saberse encontrar a fin de trascender a la persona que, contemplando la belleza del cosmos, es capaz de intuir la excelencia de la belleza Divina presente en todo lo creado, desde un simple átomo hasta la luz de las galaxias.
Y termino con una reflexión y una cita:
En Las tarikas y Zawías aquí presentes se establecen vínculos que se fortalecen de acuerdo con determinadas y milenarias leyes internas, que se consolidan con las experiencias vividas en común. De esta manera, quien, reconociendo la necesidad de la cohesión, pero no se siente con suficiente fuerza interior para actuar él como centro de la solidaridad consigo mismo y con los demás, tiene el deber y la posibilidad de unirse a estas comunidades organizadas, como dice el antiguo dístico: “Aspira siempre a la totalidad; pero si no puedes llegar a ser un todo tú mismo, adhiérete como miembro al servicio de un todo”. Y de este modo se iluminará tu Soledad.
Ibn ‘Arabí escribió:
“Dios es Bello y Ama la Belleza, el Altísimo es el Artesano del mundo. Todo en el mundo alcanza el culmen de la belleza, nada en el mundo es feo. No cabe nada más bello, más maravilloso, ni más hermoso que el mundo.”
Gracias a todos
y buenas noches. Mawlid Mubarak
Juan Carlos Cavero es doctor y profesor tutor de Filosofía en la UNED y en Enseñanzas Medias. Es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.
