Acuérdate de mi
Acuérdate de mí cuando el otoño
vuelva
a por la última hoja que aún
cuelga de la rama.
Cuando el pájaro emigre y la
soledad habite su nido.
Cuando la lluvia persistente
golpee con insistencia
la puerta de tu alma… y tú
ignores su latido.
Acuérdate de mí cuando la flor de
escarcha
fije su belleza triste en los
fríos jardines del rocío.
Cuando el remanso del arroyo se
torne en agua brava
y ahogue los silencios que fueron
mi amargura.
Acuérdate de mí cuando la sombra
de la noche
vista de oscuro la memoria de los
felices días.
Cuando no exista distancia entre
el espacio tiempo
y alguien olvide una flor encima
de la losa
que cubre los olvidos en cualquier cementerio.
Mar de distancias
¡Acompáñame! Acompáñame ahora que te pienso;
ahora que se retira la pleamar y el flujo de las olas está bajo.
He arrojado mis redes a la mar de los deseos
y el nuestro se ha perdido entre las mallas remendadas
y la fatalidad no deseada de los nudos viejos.
Este mar es de naufragio para el arte de la pesca
con garfios de amenaza, carnada sin anzuelo y red enmarañada.
¡Acompáñame! Acompáñame ahora que estoy lúcido.
No me ciega el reflejo del salitre en los espejos,
ni el regusto de la sal abrasa mi garganta.
El aroma yodado de la brisa marina es pasajero
y solo persiste en mi memoria la forma en que te pienso.
Abruma la distancia en un mar de incertidumbres,
donde la oscuridad es atrapada por la noche perenne
y la duda sostenible hace infinita la espera cada día.
¡Acompáñame! Acompáñame ahora que te pienso
y estoy lúcido. Ahora que has venido a mi memoria.
…Y aunque yo me vaya
como tu amor se ha ido,
proseguirán la vida y el amor;
y aunque tú lo hayas desleído
el amor se queda en ti,
en las piedras del camino de la vida que yo piso,
en los árboles de hojas caducas
y en las perennes hojas de los otros.
Lo que ha vivido,
aunque se haya ido
no ha muerto,
porque está ahí,
latente, esperando el beso
que le dé el recuerdo
para despertarlo.
Y cuando en tu soledad
me atraes a tu memoria,
ya estoy viviendo,
ya he regresado de esa latencia
en que tú me tenías,
porque tú lo has querido.
Esa retroalimentación es vivir,
y la muerte no existe,
sólo es un proceso
dentro del ciclo de la vida.
Destino de otoño
Todas las hojas volaron con el viento
marchitas, secas y acabadas;
fueron cediendo, hasta ser arrastradas,
sobre la negra pista de cemento.
A veces las izaba algún pequeño remolino;
las hacía avanzar girando al mismo tiempo,
y yo, cual bellas danzarinas, fieles a su destino,
observaba sus piruetas a capricho del viento.
Y cuando ya, muy cerca del estanque,
parecían precipitarse en el vacío,
las volvía a levantar un golpe de aire frío…
¡Voluptuoso juguete! Un nuevo arranque,
y otra vez a iniciar la loca danza
que alegremente las empuja hacia la muerte;
aunque engañadas y felices a su suerte
acuden prestas a cita tan macabra.
Una tras otra danzan, giran, avanzan…
se asoman al estanque, hacen piruetas, retroceden;
mas al final, cuando cansadas ya no pueden,
se asoman al estanque lasas y abatidas,
hacia él se precipitan y en su fondo descansan.
… Antes, ¡quiéreme!
¡Quiéreme despacio, pero quiéreme!
Que la nostalgia llegará silente
para instalarse en el vacío
que ha de dejar en mí
la huella de la ausencia,
cuando te hayas ido.
Mientras tanto… ¡Quiéreme!
El sueño que quisiste
Y qué será de tu sentido llanto,
en lágrimas de amor la lluvia
ventana de cristal tus ojos,
arroyo de suspiros y quebrantos
se marchará el corazón herido,
no volverá la lluvia de dolor
el sueño onírico que quisiste tanto.
Amar en otoño
Me derretía en tus labios
aquella tarde de la despedida;
y no cesaba de llover otoño,
así, caudal en tu rostro,
herido amor besaba tu mejilla.
La huella del viento
Sutil la huella que deja el viento
tras la palabra ida;
gélida soledad que siento
tras tu partida;
ocultas la despedida
que es dolorosa,
te llevas mi amor, mi vida…
y tantas cosas.
Llover los cielos
Y no cesaban de llorar tus ojos,
y no paraban de llover los cielos;
fundido abrazo, amor y desconsuelo
entre un verano de julio caluroso
y un otoñal septiembre, cual invierno.
Cenizas de la duda
Espúrea blonda para cubrir tu cuerpo
que adolece ya de la decencia, muerte,
y vienes entre las sombras del silencio
a llevarte lo que queda de esos restos,
ayer ascuas de amor incandescentes,
hoy, cenizas de la duda, el llanto frío.
Fríos tempranos de otoño
¡Ámame!,
antes de que lo que me querías
se lo lleve el recuerdo;
antes de que el otoño venidero
hiele con sus fríos tempranos
los últimos días de nuestra primavera;
antes de que emigren los pájaros
y sus nidos vacíos nos muestren
las ruinas del amor que los habitó
otros tiempos… aún cercanos.
Tamlilt, blanca roca calcárea que el cielo besa,
gaviota de silencios en vuelo majestuosa,
sobre los mares inmensos reflejas bella silueta.
Puerta de la mar océana, el paso de la cultura,
Rusadir, casa fenicia de naves impetuosas,
de tradición marinera y del comercio la ruta.
Bella perla deseada en el mar Mediterráneo,
Miliat, de árabes y rifeños la flor, la joya,
Mellitus o rica miel los romanos te nombraron.
Haces guiños al futuro extendiendo tus orillas
con vuelo de gaviota y puentes de amor y sal,
olas de salada espuma y suspiros de la brisa.
Moderna y cosmopolita, hoy autónoma ciudad,
de baluarte vestida, delicada y generosa,
compartidora aljamía de respeto y equidad.
Un grupo de jabegotes, arrastrando la traíña,
entona bello cantar a su virgen pescadora,
niña que rezando implora, miradas a la Mar Chica:
«El Cerro de San Lorenzo
mira a tus aguas azules,
donde son punas de ascenso
naves de púnicos tules.
Cárabos de media luna
besan estrellas del cielo,
entre peces y destellos,
cárbaso las vestiduras.
En unión los marineros
con sus artes ancestrales,
ponen cerco al caladero.
Bella luce la traíña,
que viene mediterránea
caminito de Melilla».
En arrullados silencios, ondas de límpidas aguas,
arena de leves dunas y suspiros que enamoran,
surges silueta esculpida por el yunque de las olas.
En tus aguas he tenido un sueño que se desboca
y quema mordido beso como hierro de la fragua.
Yo me he bañado en tu mar, he bebido de tu boca.
Las gaviotas amigas que sobrevuelan tu mar
harán un puente algún día con cristalitos de sal,
así yo podré pasar y estar junto a ti ¡Melilla!
Fuente luminosa y clara de belleza y armonía,
risa lozana y despierta en el mar Mediterráneo,
amanecida alborada de luz y sabiduría.
¡Si pudiera ser tu amante! Sentirme tu enamorado
y soñar por un instante, que en este onírico viaje
he deshecho el equipaje para quedarme a tu lado.
¡Ay Melilla!, perla morena; las aguas de espuma blanca
te bañan cosmopolita y besan tu áurea estampa.
A la paz y a la cultura… la luz de tu vida abierta.
Silencio
La distancia es silencio
que supera el amor.
Si muriera el amor
moriría la distancia.
¡Lo lamento!
Si a mí me duele el silencio
y te tengo que expresar
que la imagen que yo siento
es tuya, porque no estás.
Y si el silencio se impone
y golpea mis sentidos…
te amaré tanto, mi vida,
que aun pareciendo dormido,
estaré despierto a ti.
Y morirán mis sentidos,
y morirá la distancia,
pero la flor del amor
te obsequiará su fragancia...
que fue la flor que te di.
Y si me callo es por ti,
mi reina en esta distancia,
no quiero verte sufrir
ni de amor brotar tus lágrimas.
Quiero callar para ti,
aunque no esté complacido,
pero despierto o dormido
te amaré tanto, mi vida,
que por no quererte herir
fingiré que estoy dormido...
y haré silencio por ti.
Del libro “Epístolas de frontera”
La siega
Escucha hoy como la tarde se hace siesta
en los días de junio que anuncia la chicharra con su canto.
El mirlo vuela alto y el graznido de un cuervo peregrino
traslada en la distancia su mensaje de estío.
Las espigas mecidas por la brisa cimbrean en un mar de ondas candentes,
que el sol está muy alto y el tiempo de la siega se aproxima.
Caerán orondos granos sobre el arel cedazo de la criba,
cuando la curva hoja sea guadaña y haga doblar el tallo que entregue su cabeza.
Miro a lo lejos y un horizonte difumina el paisaje que sestea,
dejando entre bostezos el latir de un corazón que duerme los olvidos.
Te recuerdo ahora que tengo amplios mis sentidos y ancho el corazón para acogerte;
espigadora tantas veces…, el haz en una mano sujeto por la cinta que recoge tu pelo,
y bajo el brazo, asentado en la cadera, cargado el búcaro que traes a mi remedio
para apagar la sed de amarte.
¡Ay! Cuánta dicha me entregaste aquellos días.
¡Cuán contento me hacías sentir en tu cercana lejanía!,
porque al final siempre supe que no eras de esta siembra,
y que el árbol de tu huerto te llamaría a recoger la fruta cuando fuera su tiempo.
En mí se queda el fuego de una primavera que ya quiere ser verano
en granos tan dorados como la piel que acaricié aquel tiempo,
y aún me queman tus labios en los candentes besos sostenidos.
Escucha el sortilegio de una siesta que termina y me entrega un sueño.
Oye el rumor de una canción en los susurros de la fresca brisa,
y sobre todo… no dejes que se pierdan los latidos
que proclaman lo que niega la distancia.
Porque te escribo y mis cartas surcan las estaciones como aves migratorias
a través del tiempo.
A la intemperie, como mi alma suplicante y descarnada entregó su cosecha.
Del libro“Epístolas de frontera”
El río que es la vida
Vicente Enguídanos Garrido. In memoriam
A veces, nos arrastra la corriente de la vida
sin que nos demos cuenta.
Vamos rodando y dando tropezones,
entusiasmados, en pos de nuestras ilusiones,
y cuando caemos en su cuenca…
sólo queda pasado y una vida perdida.
¡Ay!, río que transcurres por mil cauces,
historia de los tiempos son tus aguas;
recoges los lloros de los sauces,
los forjas en el seno de tu fragua
y los devuelves reconvertidos en cantares.
Esparcidos en variada orografía
por la que vas pasando,
son canto de esperanza y alegría,
como el repiqueteo de guijarros rodando,
puliéndose entre roces, desgastando la vida.
Los sauces quedan lejos, lejana la ribera;
tu tiempo de torrente ya ha pasado.
El agua de tu cauce, ahora remansado,
fundirse con el mar es lo que espera.
Los hombres somos los sauces
que lloran en la ribera,
y sus lágrimas los cauces,
huyendo en fútil carrera
que lleva a ninguna parte.
Río de aguas plateadas, fiel espejo,
que refractas las miradas e ilusiones
pasadas, presentes y venideras,
que fluctúan por tu ribera
como las fatuas pasiones,
fundidas en mil reflejos.