María del Carmen Gago Florenti
Me estaba viendo reflejada en la oscura pantalla del televisor con mis manos sujetándome el rostro, apoyada sobre la mesa del salón, mientras trataba de asimilar la historia que acababa de ver a través de una película de esas que dejan en el aire una agradable sensación de bienestar.
Mi gato, como una esfinge frente a mi, me observaba con sus inteligentes ojos verdes, paciente y en silencio, y de vez en cuando se acercaba a mi rostro para darme un mimo poniendo su húmeda naricita sobre mi mejilla.
Pensaba en cuanto acababa de ver a través de mi pequeño cine casero, pero en cambio tan grande, cuando un argumento te invita a vivir dentro de su realidad.
Pude sentir la brisa oceánica al pisar aquella isla de agreste aunque atractivo paisaje; percibir la lluvia desapacible del invierno, o el incipiente calor del sol, cuando el mes de julio entraba de puntillas en las angostas calles o los senderos abiertos a increíbles acantilados.
Y esos libros...como puentes amorosos uniendo dos orillas lejanas, casi como la sorpresa de un roscón de Reyes.
Así seguía contemplando la pantalla apagada donde únicamente mi propio reflejo me servía de hilo conductor entre el pensamiento y la realidad virtual de la historia. Estaba como petrificada y no me importaba que el reloj que había sobre el televisor marcase los minutos de forma inexorable.
De pronto me sobresaltó un reflejo que venía de afuera; pensé que se debía a un relámpago, pero la noche estaba tranquila y no parecía posible; por eso al volver mi rostro hacia el ventanal que tenía a mi izquierda, comprobé con sorpresa que estaban probando el alumbrado navideño, previsto para unos días más tarde. Qué privilegio disfrutar por unos breves momentos de ese espectáculo en primicia y solo para mi -me decía-. Luces azules y blancas en arcos entrelazados como delicados bordados celestes, me hicieron pensar que a escasas fechas, estaríamos inmersos en la vorágine de un tiempo diferente, lleno de recuerdos, empapado de nostalgias e ilusiones desmedidas; un contraste de color dentro y fuera de nosotros mismos. Pero todo se volvió a apagar; mientras, en la calle comenzaba la vida y las primeras luces, iban disipando las sombras protectoras de la noche que habían guardado el sosiego de las mejores horas de la jornada. Todo ello fue sacándome de mi paroxismo onírico y volviéndome a la inevitable realidad del momento. Salí al balcón para sentir el frescor de la mañana aún sin contaminar por los ruidos de la ciudad, y disfruté del sonido que emitían algunos pajarillos ocultos entre las ramas de los numerosos árboles de la calle. Las escasas nubes iban adquiriendo paulatinamente el tono rosado que les regalaba el astro rey, y así decidí retirarme hacia mi alcoba a reponer las fuerzas necesarias para afrontar un nuevo día. ¡Es hermoso ver amanecer!
Me sentía acariciada por las estimulantes sensaciones de aquella radiante mañana, y poco a poco, mientras parecía que flotaba por el pasillo, fui penetrando lentamente en la habitación para introducirme finalmente en el confortable mundo de los sueños, al tiempo que en la radio-reloj situada sobre mi mesilla de noche, que como de costumbre acababa de conectar, sonaba la inconfundible voz de Frank Sinatra cantando Old Man River.
María del Carmen Gago
Florenti es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.