(Lo que vas a leer es una obra de ficción y nada más. El supuesto destinatario de esto es la terrible enfermedad conocida como cáncer. La cual hace unos años consiguió poner mi mundo patas arriba y se convirtió, por tanto, en mi némesis declarada)
Querido, el que quiera leer:
Lo primero buenos días, que la intención de esta epístola sea maldecir y amenazar, no quiere decir que un caballero deba perder las formas.
Después de mucho tiempo observando, experimentando, y en definitiva, viviendo, he podido extraer solo una única realidad universal: el temor a perder esa única figura femenina que todo el mundo va a tener en su vida.
Esa figura en la que se ha fijado, de la que ha aprendido y a la que ha querido por encima de todas las cosas. Ese símbolo de orden y bienestar en toda casa normal.
Por contraposición, esta figura no solo es nuestra mejor fuerza, también es nuestra más tierna debilidad, pues el mayor de los temores es perderla.
Así que; a usted, el que lee, el que tratará de extraer algo de esto y, o bien lo usara para fortalecerse, o bien para hacerme daño, que sepa que si pertenece al grupo del segundo caso, todo lo acontecido tras estas palabras, va especialmente dedicado.
Sin importar el tiempo invertido, sepa usted que tarde o temprano llamaré al timbre de su puerta. Y sin importar quien sea el que abra, lo dejaré inconsciente con el paño remojado en el cloroformo de mi lavabo, me lo llevaré en un saco de arpillera, y cerrado, lo arrojare a la bañera, previamente llenada. Entonces colocaré sobre él, ella o ello (utilizando las terceras personas inglesas) un par de piedras. Me encargaría de que en sus pulmones no entrase la cantidad letal de agua. Lo contrario sería desperdiciar el tiempo del trabajo.
Con el, ella o ello blandito, empezaría a hacer lo inhumano para conseguir sonsacarle hasta el color favorito de los peces de su acuario.
A partir de ese momento empezarán las visitas constantes, en forma de piedra en la ventana, de napalm en la terraza o de fotos mías con un cuchillo en el cuello de su hija dormida en su cama. Hasta provocar la obligatoria huida a cualquier otra madriguera en la que quisierais encerraros. Ratas.
Pararía. Así os daría tiempo para pensar que pude haberle hecho a su él, ella o ello. Y cuando divisarais el más remoto atisbo de tranquilidad y de calma... Volvería a la carga.
Convertiría su día a día en pesadilla. Por lo pronto despidase del sueño. Y para añadir algo más (y un detalle psicótico) del sexo. Volvería a sumir su mundo en la mierda más farragosa de la ciénaga más pestilente, hasta que de usía no quedará más que una sombra. Incluso rociaría con ácido sus plantas para que ni siquiera ellas se salvarán. Solo para mi propio regocijo.
Después de esto ya solo quedaría la estocada final, quiero evitar las comparaciones (odiosas siempre) con la tauromaquia, así que escribiré mejor, la mutilación de cada uno de sus miembros y la amputación de cada una de sus extremidades o protuberancias con una navaja de caseta de tiro de ferias roma y oxidada. Así, sí no es la hemorragia descontrolada será una enfermedad nerviosa lo que acabe con los pocos pedazos del cuerpo que no hubieran muerto con su alma.
Para finalizar, cuando solo tuviera delante un cascarón vacío, que antes fue humano, entregaría (personalmente) el resultado en un paquete, a la única de las personas de su vida, que hubiera decidido, con premeditación, dejar todavía viva.
En conclusión: A todo aquel, que alguna vez, pretenda dejar a una persona sin madre. Un saludo y...
Nos vemos.
Ricardo Asín Peral es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.