Ricardo Taboada Velasco
A ambos nos hubiera gustado seguir la línea romántica de las caminatas por el entorno de mi pueblo; no obstante, vivíamos con la incertidumbre y enclaustrados en un pequeño piso por la pandemia. Para evitar posibles bloqueos mentales, porque las personas nos somos de piedra ni tenemos un cerebro robotizado, tomamos la decisión todas las tardes después de leer dejar un tiempo para expresar nuestras dudas y sensaciones diarias como medio de desahogo.
—He preconcebido —dije para abrir el soliloquio de aquella tarde— que el estilo de vida que llevamos se parece a una máquina alimentada por un sistema económico sin sentimientos, que tiene como objetivo avanzar en la dirección que quieren los que sustentan el poder. —Esperé que ella dijera algún comentario al respecto, pero viendo que no añadí más ofensivo—. En su base se hospeda la oligarquía de los medios de comunicación con señuelos de boca y pluma que nos manipulan con medias verdades, falacias y peripecias a través de la propaganda, comunicando solo lo que quieren. —Mi mujer sin abrir boca dejó que tomara un respiro—. He conjeturado —continué— que los medios de comunicación tradicionales son pobres, suelen arrimarse al sol que más calienta y subsisten por las subvenciones de quien está en el poder y de la publicidad comercial. En el lado opuesto se encuentran los ricos y poderosos, que en gran parte dependen de las redes sociales, encabezados por Google, Facebook, Whatsapp, Youtube…
—Estos canales forman parte del progreso y no se pueden ni se deben considerar negativos —aclaró.
—El problema está en el uso
que hacemos de los mismos y por lo que veo —apostillé—, estas redes sociales
contagian y sustraen a las noveles generaciones, y a las veteranas, el placer
por la lectura que propicia: la disciplina, la imaginación y, sobre todo, a
repensar. —Hubo una indefinible escuchita por parte de mi acompañante—. Considero
que, esta retahíla de manifestaciones, son evidentes —diserté—. ¿Y para otras
personas?
Me miró con una expresión de desconcierto.
—Pienso que las «redes sociales» —apostilló, pausada, después de no perder ripio— son unas mallas que a todos nos tiene atrapados: a los jóvenes por temor a ser excluidos por sus iguales, de ahí viene lo de social, siendo capaces de hacer cosas inverosímiles…, además de estar obligados, enganchados y esclavizados a navegar diariamente, y a todas horas, por un océano de post, selfies, likes, trendig, toics, hashtags…; para estar relacionados y sentirse dentro de esa vida virtual, que nadie sabe adónde les conduce.
—Y los padres no saben cómo abordar el tema —completé visiblemente molesto.
—Los mayores —dijo señalándose— por ese afán comunicativo de innovación, de sentirse moderno y no viejo, navegan por esos mundos nuevos… algunos son carne de cañón: los nuevos cleptomanuelos, que no tienen compasión, llegan a quitarles hasta los apellidos.
—Sí, hoy en día han germinado nuevos trillos inmateriales que no requieren llevar la guiada en la mano. Lo curioso es que… —reanudé derrotado— manosean los sentimientos, las voluntades, la opinión, los votos… Yo no sé andar por esa red de pasillos —aseveré manifiestamente harto. Una buena noticia ha de mostrar dejando en suspenso la posibilidad de ver el haz y el envés de los sucesos.
—¿Y quién lo sabe? —cuestionó ella.
—Y con una juventud… proyección de lo que les toca vivir en el hogar, bastante desorientada, intocable y radicalizada. Los censos revelan que hay medio millón de «ninis». —Los dos asentamos afirmativamente con la cabeza. —Es más —reseñé—, considero que se mueve un resuello, una ausencia del uso libre de la razón y de los sentimientos a imagen y semejanza de la ciudadanía.
—Un filósofo llamado Spinoza dijo: «Para ser libre hay que aprender a entender», con oír no es suficiente—alegó—. Habría que preguntarse si ser rebelde es ¿un insulto o un halago? —inquirió confusa.
—Para estar a la altura, de mi edad pretérita, me voy a meter en camisa de once varas a sabiendas que la contrariedad con los jóvenes viene de largo —lo decía Sócrates—. Posiblemente en un amplio sector de la juventud, actual, hay una nueva yuxtaposición que podría ser llamada: «inocencia», dado que suelen recrearse en lo que hacen sin ser conscientes de lo que está bien o mal, que es más oneroso todavía.
—Concibo que la búsqueda continua del bienestar nos hizo progresar—matizó—; es normal que los jóvenes, por el simple hecho de serlo, lo busquen y hagan uso de las innovaciones que mejoran el estilo de vida. El problema viene cuando los nuevos artilugios tecnológicos nos apartan de los atributos del buen vivir.
—Necesitamos nutrirnos más del saber de los eruditos para ser libres. Opino que es el hombre quien fracasa por no poder seguir emparejado con el progreso de su misma civilización. Todos los males de las civilizaciones pasadas, han empezado por la ausencia de principios: por valores que rigen la conducta y leyes que deban acatarse —esclarecí—. Es imprescindible enlazar con la historia del pensamiento de los pueblos para prosperar.
—¿Sabes lo que te digo?: que estamos filosofando inútilmente y… en un plan quejumbroso que no nos conduce a ningún sitio. —Pasado un compendioso tiempo prosiguió a modo de conclusión—. Haz lo que tú siempre has dicho: «Mira para adelante como los de Alicante» —dijo en modo imperativo.
—Pero hemos de seguir
hablando: es la mejor psicoterapia —dije para coronar el coloquio.
Capítulo de “El gallo Quirico, el gato Rodolfo y dos jubilados en hórreo”, de Ricardo Taboada Velasco.
Ricardo Taboada Velasco es delegado en Asturias de la Unión Nacional de Escritores de España.