María del Carmen Gago
¡Inevitable!
Y no es la lluvia torrencial que empapa la última escena entre Holly Golightly (Audrey Hepburn) y Paul (George Peppard), la que una vez más enturbia mis ojos, porque no hay fotograma con más carga de emotividad que ese. Es que aquel gato era el ser más querido del film por esa especie de "crazy girl" inconsciente y tierna, adolescente y mujer, ambiciosa y soñadora, capaz de moverse en medio de un caos social, donde el carrusel de la vida discurría sin control.
Solo "Tiffany" en la esquina de la calle 57 con la Quinta Avenida, remansa sus sueños cuando pasea su mirada por esos diamantes que parecen mecerse bajo los vidrios de todos y cada uno de los mostradores.
Ese gato sin nombre siempre me recuerda a mi Gatón, como llamaba a otro felino igual que el de Holly, porque a fuerza de creer que era una hembra, cuando de pequeñito llegó a mi hogar, y descubrir posteriormente mi equivocación, siempre fue nuestro Gatón hasta su último aliento, sin otro nombre que ese. Es por eso que esa coincidencia además del parecido físico, me remueve por dentro de una manera especial.
Bellos animales de corazón noble, que saben comprender y callar a los estados de ánimo de sus dueños. ¿Dueños he dicho? No, tan solo compañeros y amigos de verdad, lo que no es poco, para quienes conviven con nosotros durante toda su vida, su corta vida diría yo, pues no es posible despedirlos cuando irremisiblemente nos abandonan.
Holly buscó a su gato en aquel callejón bajo la lluvia torrencial del cielo
gris de Nueva York, y yo siempre busco al mío y a sus hermanos posteriores en
todos los rincones de mi corazón, entre las costuras que han ido dejando a
través del tiempo que les ha tocado vivir a cada uno.
Es por eso que esa última escena de Desayuno en Tiffany's o Desayuno con
diamantes, siempre humedece mis ojos por más veces que la haya visto.
Hoy sigo acompañada por dos maravillosos felinos que sí tienen nombre, pero que en realidad es lo de menos, pues les basta con una mirada para entender que requiero su presencia, y lo demás viene por añadidura.
Oh, Holly, que feliz has sido cuando hallaste a tu pequeño ser tan empapado como tú entre los cajones de madera de aquel viejo callejón. Respondió a tu llamada y en medio de Paul, arropásteis sus sueños junto a los vuestros.
No hay más que decir. Volveré a ver cualquier día esa desconcertante película, y junto a la maravillosa música de Henry Mancini (Moon river), esperaré la última escena para emocionarme del mismo modo que la primera vez.
María del Carmen Gago Florenti es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.