La residencia
Vueltos a su niñez intransferible,
son como los sarmientos del pasado,
silenciosos
y sin comunicarse,
hombres, mujeres, con sonrisas tercas
unos, y gestos graves otros;
algunos ya en un sueño sin modorra,
unidos sin estarlo
ante la impersonal entrada
de la fría pensión común.
Sentados, impertérritos y mudos,
con sus pasados hondos
en íntimos enigmas;
si pudiera asomarme a sus historias,
¡cuántas lecciones, cuánta sabiduría
para mi catadura de experiencias!
Pero nadie se acerca a visitarles,
son como vidas rotas,
como niños perdidos en un bosque
de orfandades terribles,
y mi padre, mi pobre padre,
a quien debo mi adolescencia,
juventud y vejez
de la que no será testigo,
sigue sin esperanza posible,
penado por el tiempo inexorable,
como otro alguien que espera
sin esperar.
La rutina no cesa en la gris residencia:
levantarse, bajar, desayunar,
ver transcurrir las horas sin sentirlas,
comer, dormir, y ser despertados
por el robot-micrófono que nunca
se compadece –feo y negro,
como el horrible aceite de ricino
de sus infancias-,
cenar, ver la caída de las tardes
con olor a sus muertes.
Así, noches tras días,
primaveras, veranos,
otoños e inviernos,
hasta que unas doradas travesuras
con forma de aleteos nunca vistos
rompen las cristaleras de sus seres.
Alguien con bata blanca toma el pulso,
y rubrica sin darse cuenta
de su liberación,
del arrepentimiento desde sus más queridos,
de la nueva rutina
dequien con otro nombre –y sus historias-
tomará su lugar.
El espacio plural
Hay que cerrar los ojos para verlo
todo, absolutamente todo.
A la sombra de los rumores
desdoblando penumbras
y con los territorios
marcados por las miradas.
En el sabio retorno de los nidos.
Porque nada envejece
en el fondo del agua.
A Carlos de Pablo, artífice de la Plaza del Descubrimiento
A todos mis amigos
les enseño su plaza
-famosísima plaza-
donde lo hizo todo:
madrugar antes que los gallos,
padecer frío gélido
y calor asfixiante sin pestañear,
no ver a sus queridos hijos.
Asumir que su nombre no aparece
en ningún capitel
por ser el hacedor de lo imposible
sin pedir nada,
estoico como un sísifo
devorador de piedras,
príncipe de su historia.
Un héroe anónimo,
hermano de esos dioses
que se quedan sin alas
por parecer normales.
Un habitante más
para quienes ignoran
sus aventuras.
Iniciación
Con la estatura de este tiempo
tan familiar
y de puntillas.
Siendo el inevitable prisionero
de la piel de tu nuca.
Esperando segar el aire
y dividirlo en dos.
Y compartirlo.
Antes de cada verso
Para que haya lugar
el reencuentro
con los gozos antiguos
es preciso perderse
en lo que se ama.
Por eso paseamos:
para pensar,
para escribir en verso
sobre las hojas blancas de la mente.
Es verdad que la tinta
se parece a la sangre
cuando se escribe,
y si el poema
llega al fondo de cuanto deseamos
sabremos el olor,
la forma,
la idea de lo inefable.
(Así pude notar en cada lluvia
cómo se transparentan las palabras)
Dicen que los jardines
son los mejores sitios
para inspirarse,
siempre abiertos al mundo,
a los colores,
al misterio visible de la luz.
Traen tantos recuerdos
tendidos al levante,
como ropa recién lavada al sol,
casi como vestir
la noche
de un naranja imposible,
como si nada hubiese sucedido
incluso con los versos
que no se escriben.
La apariencia es el dorso
de lo que nos callamos,
poemas escondidos como insectos
temblorosos,
a la altura del brote de las ramas,
mientras otra raíz
busca darles alcance.
Como si continuara paseando
la mente en el desnudo del papel
al sentarnos de nuevo.
La residencia
Vueltos a su niñez intransferible,
son como los sarmientos del pasado,
silenciosos
y sin comunicarse,
hombres, mujeres, con sonrisas tercas
unos, y gestos graves otros;
algunos ya en un sueño sin modorra,
unidos sin estarlo
ante la impersonal entrada
de la fría pensión común.
Sentados, impertérritos y mudos,
con sus pasados hondos
en íntimos enigmas;
si pudiera asomarme a sus historias,
¡cuántas lecciones, cuánta sabiduría
para mi catadura de experiencias!
Pero nadie se acerca a visitarles,
son como vidas rotas,
como niños perdidos en un bosque
de orfandades terribles,
y mi padre, mi pobre padre,
a quien debo mi adolescencia,
juventud y vejez
de la que no será testigo,
sigue sin esperanza posible,
penado por el tiempo inexorable,
como otro alguien que espera
sin esperar.
La rutina no cesa en la gris residencia:
levantarse, bajar, desayunar,
ver transcurrir las horas sin sentirlas,
comer, dormir, y ser despertados
por el robot-micrófono que nunca
se compadece –feo y negro,
como el horrible aceite de ricino
de sus infancias-,
cenar, ver la caída de las tardes
con olor a sus muertes.
Así, noches tras días,
primaveras, veranos,
otoños e inviernos,
hasta que unas doradas travesuras
con forma de aleteos nunca vistos
rompen las cristaleras de sus seres.
Alguien con bata blanca toma el pulso,
y rubrica sin darse cuenta
de su liberación,
del arrepentimiento desde sus más queridos,
de la nueva rutina
dequien con otro nombre –y sus historias-
tomará su lugar.
“Y todo su secreto se esparció tras la luz”
(Milagro de la curación de Effetha por Cristo. Diálogo en dos sonetos)
“… y mirando al cielo, suspiró, y dijo:
Effetha- que significa: “Ábrete” (…)
Al instante se le abrieron los oídos, quedó suelta la atadura de su lengua y empezó a hablar”
San Marcos (7, 31-37)
Effetha dice:
Cuéntame cómo cantan los jilgueros,
cómo suenan las aguas de la fuente,
no lo calles y dime, pon tu mente
en seguirme por estos derroteros
que no elegí, llegué por mis esmeros
después de tanta lucha consecuente
a escribir como tú, con la valiente
porfía de quien cree en sus rimeros.
No sé lo que es oír, nunca lo supe:
descríbeme el rumor del viento rojo,
el batir de las alas de las flechas,
de todo cuanto sientas y te ocupe,
de cuanto se te escape en dulce arrojo
para no ser yo preso de sospechas.
Jesús responde:
Buen Effetha, milagro es poseer
esta fe necesaria que redime
y no deja que el mal que nos oprime
aporte sinsentido a nuestro ser.
Oír lleva su tiempo como ver,
como tocar, la música es sublime
hasta el mínimo acorde si redime
a las almas inquietas; has de ver
que las cosas son de este modo, pías,
calmas, y has de olvidar que proclamaste
sospechas con lo que no percibías
y notaban los otros; me buscaste
y te entrego mi luz, mis energías
como hago, pues de mí nunca dudaste.
Jasón
Así la luna con su blanco mármol
dejó señales sobre la textura
delicada en el rostro complacido
del joven de perfil y suave vello.
A medio levantar mostró su brazo
con la piel de carnero suspendida;
mas por desear ser escultor griego,
quiso eludir el oro para su obra.
Jasón siempre es posible como acorde,
y en nuestros pensamientos no sorprende
encontrarlo en la calle de improviso.
Acaso de seguir nuestras costumbres
crucemos helespontos cotidianos
con contenido gesto como estatuas.
TUS CABELLOS ONDEAN mi memoria
con su huella rubia escrita en tu dulzura,
la que evoco con síntomas de gloria
que van del cielo a nuestra sepultura.
Tus manos resucitan nuestra historia
cuando nos enlazamos con ternura,
tus labios me acarician con la euforia
de quien vuela inconforme en su aventura.
Para encontrarnos, tantas cosas vimos
que nos hicieron ser quienes soñamos,
como si nuestro mundo fuera un juego.
Juego de circunstancias que vivimos
cada día de urgencia que afrontamos
por lucir del amor su heroico fuego.
PARA ESCRIBIR me apremio a olvidarme
de mí mismo a la vez que sigo siendo
quien imagino, quien me persevera,
sello que me inscribieron con mi nombre.
Para escribir asumo los pasados
como ramas que dieron forma al yo
que no rogué y disfruto cada día,
sombra que crece al son de mi heredad.
Los versos me reclaman y los sigo,
así como la voz que me distingue
cuanto quise decir y me confirma.
Esa flor de poemas con su cáliz
que se va abriendo mientras enumero
pasos, aves, arenas, labios, horas.
¿DESDE CUÁNDO LOS VERSOS nos escriben
a la medida de lo que sentimos
cada instante?¿Por qué nos desvivimos
por las palabras dulces que describen
lo que añoramos? ¿Qué es la poesía?
¿Acaso embellecer lo incomprensible
de la vida?¿Sufrir lo indescriptible
por encontrar a Dios todos los días?
No hay nada como hilar con nuestras manos
las nubes sin movernos del estudio,
nada como el silencio blanco y terso
para unirnos en trance como hermanos,
nada como evitar cualquier repudio
por bruñirnos la voz en cada verso.
ante el triste sigilo de los sabios,
y devoro palabras en mis labios
cuando busco insistir en la templanza.
A veces sigo fiel a la añoranza
de ofrecerme a sus gestos sin resabios;
con sus preces olvido los agravios
y me espiritualizo sin tardanza.
Conozco el infortunio de las horas
ante estos claros dioses de madera,
la fiel adoración a las doloras
al compás de la luz de la vidriera
y las voces, sus lumbres tentadoras
que claman por mi vuelta a ser quien era.
A Fermín Fernández Belloso, In Memoriam
con la furia de los desamparados.
El sacramento diario
Porque todo misterio se resuelve
jugando con el agua,
sin la necesidad de vertirse de árbol
ni de verse junto a un río.
Porque todos los pueblos
que imaginé
con los ojos cerrados –mientras dormía-
se funden con el líquido de la ducha
para no regresar
al cuerpo
hasta el siguiente sueño.
Supongo que depende del silencio
detrás del surtidor,
sobredimensionarnos como dioses
en esta pulcritud
que tienen las camisas
recién planchadas,
lo que nos bastaría para encumbrarnos
sin corona.
Son los minutos en que el tiempo calla
en los relojes
porque quedaron lejos
de los sentidos.
La soledad que nunca se comparte.
Tan solo ese desnudo
en pleno rito
de parecerse a estatuas,
este rostro mojado
con ansia de noticias,
la piel con el jabón
por la dulzura suave
de las esponjas.
Cabe asomarnos por si hiciera frío
después de todo.
No se puede empezar el día
sin pureza.
¿Es felicidad tenerlo todo y no poder hacer lo que hacen los demás?
-de trenzas el cabello y rímel en los ojos-
extendías la seda
sobre tu desnudez y besabas
los labios del chacal de porcelana.
pero nunca quisiste serlo,
soñabas parecerte a aquella niña plebeya
de la choza del río.
es imposible ver escarabajos
y tuviste que hablar con Dios
para creer más en ti,
en tus visiones místicas.
acaso esos jardines sin final
del que alguna semana
hablarán en museos y academias.
como los números
y nadie encontrará modo de retratarte
para que te conviertas en suceso.
nadie tendrá la misma distancia
entre las comisuras de los labios;
quizás una corteza del árbol de la vida
te sirva como máscara
ante el túmulo fértil
restituido en cenizas.
Cuando falten tus alas
Incluso soy distinto de mi vida.
la esencia de los viajes
Las semillas en la mano
Lo que sucede tras reunir