Encadenados
al amor
Mi
sueño más bonito es tu libertad.
Igual
que deseo que nuestras bocas se junten,
y,
en el tartamudeo de nuestras lenguas,
quiero
vivir encaramado a la ola del soneto
del
amor más grande del mundo.
Columpiarme
en la rima de miradas limpias
y
paladear tu vino frente a mí.
Y
cuando la vida se vaya
y
no queden universos,
quiero seguir encadenado a ti.
Tu
risa me sosiega
Tu
risa es igual que las olas
mansas
de tus rías.
Cuando
tú ríes
es
como si violonchelos
y
violas me engallinaran la piel.
Tu
risa me sosiega en mi silencio,
igual
que el sueño de tus besos
me
trae vientos que acarician mi alma
y me hacen respirar.
Ay, niña, cuando besé tus labios de pureza.
Ay, niña, cuando bailamos y temblaste.
Fue en Granada. Ay, niña:
tanta luz, tanta flor, tanta gloria en Granada.
Ahora Granada está triste, con neblina,
como cuando Federico fue callado.
Allí mis labios separaron de los tuyos,
allí mi amor se fue
y desde allí mis ojos ya no miraron más.
Ay, Granada, tan hermosa, ahora mi tumba,
eres para mí veneno porque me quitaste a mi amor.
Niña, miro tus ojitos alegres y los veo volar y volar
hacia otro sitio.
Ya no te quiero, Granada.
Me diste la gloria, me diste el amor,
¡Granada, Granada!,
y te has convertido en tierra de rabia y llanto.
Ay, niña, cuánta gloria me diste cuando
nuestro primer morenillo salió de tus entrañas.
Tantos dolores tuviste que todavía quiero quitártelos,
y no sé.
Ay, niña, qué madre eres…
Nunca vi tanta ternura,
nunca vi una madre tan grande.
Ay, niña, cuando nació nuestra aceitunilla,
tanta gloria de nuevo.
Si el mundo cambiara mil veces,
nunca un amor podría darme tanto.
Anoche sentí tanto amor que tres días
habrían sido pocos para abarcarlo.
Toda tú me diste gloria,
tanta y tanta belleza vi que tengo miedo
a perderte.
Me siento tan pequeño que me ahogo
y tengo miedo.
¡Ay, mi niña, me ahoga Granada!
No sé, no sé si será mi tumba.
En la plaza del pueblo
A lo lejos escucho sonidos
de músicas antiguas
que me recuerdan mi adolescencia
en la plaza del pueblo.
La adornaban papelillos de colores
y mujeres con sus vestidos nuevos.
Aquel día, hasta los hombres
se habían quitado la pana.
Eran las fiestas del pueblo
y sonaban músicas rancias
hasta la madrugada.
Chiquillas y chiquillos bailaban
al ritmo casi tambaleante
de músicos de manos viejas,
deformadas por el sudor
de secanos y minas.
Zagalona con vestidillo blanco,
morenilla de pelo,
con gracia en su movimiento
al ritmo de melodías antiguas.
¡Qué elegancia en su mirada!
Se pararon mis ojos en ella
y ya solo buscaba su mirada...
Al instante, mi vista se dañó:
un zagalón con pantaloncillo
bien planchado bailaba con ella.
Mis ojos, casi en estruendo,
seguían buscando su mirada…
Quizá se encontraron un momento.
Pasó poco tiempo,
y su mano fue cogida
por la del zagalón apuesto.
Caminaban hasta la primera
calle a la izquierda.
Quise encontrar su mirada de nuevo,
pero ya no pude hallarla.
Rimas
y besos
¿Sabes?
Mi
poesía no es de rimas,
ni
de «grandes», ni de academias.
Conozco
la musicalidad
del
silencio de las montañas,
de
los sonidos de aguas claras
y
de los álamos con hojas verdes
acariciándose.
Conozco
tu voz de la noche,
que
me calma en el silencio.
Tu
voz me hace sentir y soñar
que
toco tus labios.
Y
continúan la noche y las rimas
de
hojas verdes de los álamos,
y
el cielo baja
cuando nuestros labios se juntan.
Despierto
del universo de los sueños…
Afuera
está la noche,
que
muy cerrada permanece
acompañada
del silencio de las montañas,
de
las riscas y los matojos.
Y
en silencio quiero entrar en mis sueños
para
ser de nuevo un niño
con
la cara desnuda y mi alma
abierta,
blanca y esparcida.