María del Carmen Aranda Fernández
Amanece la gárgola asustadiza, esta vez sonriente en el campanario de la catedral de San Bartolomé. En su estado inerte, contempla la ciudad expectante, pensativa, abriendo su boca en un intento de exhalar la historia que lleva durante siglos acumulada en su piedra; mientras, la bruma que despide el viejo rio meno, principal afluente del Rin, oculta la cara serena de un incipiente y jovial sol que abre sus brazos, con tímidos destellos, a un nuevo día.
Han transcurrido más de 1.230 años desde que Carlomagno pisase el verde bosque de tierras de un imperio romano, que pasó por ser una ciudad libre imperial a una importante ciudad comercial e independiente. La gárgola asustadiza no llego a ver la guerra de las siete semanas, ni la primera guerra mundial, pero si fue testigo de la mayor contienda bélica de la historia.
La bella dama central de Europa, Fráncfort, se encuentra engalanada de flores del maíz y botones de oro entre sus arbustales y suelos arenosos. Orgullosa, luce sus monumentos: la Iglesia de San Pablo, la de Santa Catalina, la Ópera antigua , la Plaza Römerberg custodiada por Minerva, diosa de la justicia sin velo que tapen sus ojos, muestra la fuerza y equidad ante un pueblo o el altivo rascacielos en la zona central de la ciudad, brindan una imagen de cuento entre la antigüedad y el vanguardismo. Música y baile bajo el manto de historias de amor, de guerras y de viajes envueltos de poesía que darán cobijo a miles de ilusiones escritas en un naciente otoño de 2024.
En el tren de la economía hacía el progreso, Alemania se encuentra en uno de los vagones de cabeza, uno de los veintisiete Estados soberanos que forman la Unión Europea. Un continente abierto y tolerante. “Europa no es una isla y nunca se convertirá en una fortaleza que dé la espalda al mundo, sobre todo al mundo que sufre” dijo Jean Claude-Juncker, presidente de la Comisión Europea.
Alemania, sumida en un trayecto de subidas y bajadas, de túneles perforados bajo montañas de historia dentro de una Europa de gran diversidad cultural, aportó durante siglos su granito de arena, transfiriendo al mundo la transición del pensamiento medieval al Renacimiento con Nicolás de Cusa, siendo este, uno de los primeros filósofos de la modernidad; Immanuel Kant, Friedrich Nietzsche o Arthur Schopenhauer, cuya filosofía concebida esencialmente como un «pensar hasta el final», descansa bajo la lápida del Cementerio Mayor.
Joan Sebastián Bach, Ludwig van Beethoven, por poner un ejemplo, pasaron el testigo, junto a otros famosos compositores alemanes, a ese romanticismo musical de Clara Schuman, cuyos dedos entre teclas blancas y negras dio su último adiós en el Fráncfort del Meno.
Alberto Durero nos dejó la belleza del color con magistrales pinceladas del deseo de un Adán y una Eva, así como Johann Wolfgang von Goethe dejó su impronta en sus noches de fríos silencios y vivencias imaginarias. Un conjunto complejo que incluye de este conocimiento, “creencias, arte, moral, ley, costumbre, y otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembros de una sociedad”, descrito sabiamente por Edward Burnett Tylor pionero en antropología allá por el año 1871.
“La Bella Dama” en su transformación a mariposa, al igual que el resto de Europa, está sufriendo la inmigración, la mezcla de culturas y por ende la convivencia con otras tradiciones, religiones y hábitos albergando en su seno una gran riqueza.
No quisiera dejar de mencionar al Reino de España, que en su experiencia tras 532 años transcurridos desde la primera publicación de la Gramática Castellana de Antonio de Nebrija publicada en un 18 de agosto de 1492, expande sus alas sin perder el tiempo ni en llorar el pasado ni en dudar del futuro, simplemente en seguir avanzando, demostrando la gran cultura que a través de la historia ha legado a su paso. “Su Verbo”.
María del Carmen Aranda está galardonada con el escudo de oro de la Unión Nacional de Escritores de España.