Corazón nostálgico
La luz rosada del ocaso retiene al día,
miedosa de perderse en la oscuridad.
En el cielo la luna grande y blanca
anuncia la noche.
Ni una sola estrella, ni un sólo lucero la acompañan…
sólo ella; reina absoluta del espacio.
En mi corazón se solapan las nostalgias de otras lunas.
Yo espanto la nostalgia,
contando los nuevos brotes de los geranios florecidos,
leyendo los poemas de Yasar Kemal,
siguiendo el vuelo alto de las gaviotas blancas…
La luz rosada se desvanece por minutos.
En el cielo gris opaco,
la luna blanca alumbra con intensidad.
A su lado ni una sola estrella, ni un sólo lucero.
¡Se me llena el corazón de esa vieja nostalgia…!
Y, yo…, no acierto a adivinar porqué.
La luna se ha dejado caer sobre el mar espejeándolo,
abriéndole caminos de luz de plata.
¡Mi corazón se me llena de nostalgias!
La luna blanca se ha vuelto intensamente dorada.
Las estrellas han ido apareciendo junto a ella;
una a una. También los lejanos luceros.
La luz del faro se ha encendido
anunciando los latidos de esperanza,
que los pescadores siempre buscan en la oscuridad
para dar sosiego a la inquietud de sus almas.
He bajado al jardín y he pensado:
¿Para qué quiero las rosas, si ya no me hablan de amor?
En el jardín ha florecido el guayabo.
Se extiende su perfume por él, hasta aturdir los sentidos.
¿Para qué quiero yo el perfume del guayabo,
si ya, no puedo correr hacia a ti para anunciártelo?
Mi corazón se ha llenado de nostalgia,
y yo: ¡ No sé porqué!
No me quieras solo para tí
Amado, no me quieras sólo para ti.
Yo me derramo por todo aquello que toco.
Tengo vocación de diluirme
en cada cosa que me roza, hasta impregnarla
con mi esencia y sentirme parte de ella.
¿Por qué me quieres sólo para ti?
¿Acaso el amor puede medirse o pesarse?
Yo te puedo saciar de él hasta los límites
que tú desees, que tú me pidas.
No podemos pisar con nuestros pies las rosas,
sólo, porque nuestros jarrones ya están repletos de ellas.
No podemos tirar al barro los diamantes y los rubíes;
tan sólo, porque el orfebre no llegó a tiempo
de engarzarlos en la hermosa diadema,
que esta noche luciré en tu fiesta.
¡No me quieras sólo para ti!,
porque jamás te faltará mi amor.
¡Mira, amado mío!:
El orfebre ha venido a disculparse por su tardanza.
Ha tomado las rosas que quedaban
y las ha trenzado entre mi pelo.
Ha tomado los diamantes y los rubíes
y ha hecho un precioso broche,
para que esta noche, en la gran fiesta;
lo luzca tu madre.
Un grupo de personas
van cada mañana a los campos de té de Orduz a recoger las hojas del té. Entre
ellos, a veces surge el amor. En este poema, un hombre se acerca a la mujer que
ama y le declara su amor , buscando las palabras más adecuadas para que lo
acepte.
Buscaré para ti
instantes que te sorprendan
¡No me tengas miedo!,
mujer .
No te alejes de mí como una
gacelilla asustada,
cuando escucha el rugido de los leones:
¡Jamás te haré daño!, sólo sentirás la protección
y el calor de un hombre que te
ama.
Soy un hombre tranquilo, nunca estalló en mí
pecho la ira.
Si me aceptas , en nuestra casa reinará
siempre la templanza.
Soy un hombre amable: mis
palabras
siempre
tienen el sonido de las lluvias mansas de abril;
jamás él de las lluvias de las tormentas, que
arrasan los sembrados.
Si me aceptas, levantaré para ti una casa
para llenarla de sonrisas y juegos de niños.
Soy un hombre sincero y
bondadoso: cuando en mi pecho
se levanta el odio, lo arranco como a las
malas hierbas
que no permite que crezca en la llanura el trigo.
Si me aceptas, nunca encontrarás en mi boca
mentiras
o palabras con malicia.
Buscaré para ti
instantes inesperados que te sorprendan,
llenando tus días de sueños y magia.
Tejeré la luz de la
amanecida con hilos de alegría,
para que tus días sean tranquilos y alegres.
Plantaré en tú jardín
acacias blancas,
para que su perfume envuelva el aire que respiras.
En la luz negra de la noche me destilaré en ti,
como el licor dulce de cerezas, para que tu
sueño sea tranquilo.
No tengas miedo de mí,
mujer, nunca te alejaré de tu tierra,
para que tu corazón no sienta la herida de la
ausencia de tus padres
y la lejanía de tu mundo y sus paisajes.
Mira… si me aceptas, si el nombre de tu tierra
es Ordu;
Será Ordu, el nombre de
mi tierra.
Francisca Cobo Gómez es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.