Francisco Alcaide Zafra, poemas

 

Lamiendo los cielos

No era la primera vez que volaba.

Aún así, me aconsejaron facturar

el miedo en la ventanilla del fondo,

donde una chica de ojos claros

tomaba infusiones de tila

mientras leía el diario de la mañana.

Noviembre acababa de nacer

y las gotas de rocío despertaban

sonámbulas en los cristales

de la terminal.

No pude cerrar los ojos seducidos

por el oval de una ventanilla

y el epígrafe de su enunciado.

Esconderse-como cuando escondía

el chocolate tras el sofá-

no era la manera más acertada

de controlar una respiración

devorada por sus fantasmas.

Y fui tomando altura, en el aire

donde el tamaño del odio

brota del fondo del silencio,

donde las varas del avellano

nacen del vientre de la tierra

y las nubes... esos oasis

blancos de ternura acaban

por abrazar la transparente

claridad del cielo.

 

No era la primera vez que volaba.

Tampoco la primera vez que el aroma

del océano pateaba la pasión

por la pureza, la melena oscura

del ocaso, la tibieza del aliento

que aterido intentaba saciar su apetito

en un silencio sólido y telúrico,

como los pecados que gime el viento

y se consumen en un hálito de vida.

 

No importaba el destino, ni la hora

de llegada a Roma. Solo quería

seguir viendo unicornios  saltar

por la mitología de las nubes, sirenas

de talle esbelto zambullirse

en el río de sus ocasos, dragones

de hielo fundirse entre la ingrávida

ficción del pensamiento.

No importaba el destino. Solo volar,

como lo hacen las ideas entre horas

sentadas en el diván del tedio.

 

¡Preguntad por mí!

En algún lugar de vuestro olvido

me encontraréis,

entre las historias

que enmarcan vuestros recuerdos

me encontraréis,

apostillando con ahínco

las palabras incorrectas de la vida

me encontraréis,

en vuestra onerosa acción

de sanar remordimientos

me encontraréis,

frente a vuestros miedos

vuestros odios

y vuestras fobias

habrá un lugar en mi pecho

donde siempre me encontraréis.

 

No es difícil buscar

un grano dorado

en un pajar humedecido de rencor,

ni laborioso sembrar amistades

ungiendo la tierra

con lágrimas bañadas en derrota,

tampoco el ave rehúsa volver a su nido

aunque las tempestades

le bañen las alas,

ni el sol, oculto

por las necedades del hombre

esquiva sin contemplaciones

la invitación de un nuevo amanecer.

 

Me encontraréis,

allí estaré

subido en vuestros resentimientos,

en vuestras envidias,

en vuestras vanidades

intentando siempre domar

con riendas plateadas

y espuelas forradas de intenciones

al potro desbocado que lleváis dentro.

 

También suelen encontrarme

alojado en el remanso cauce

del río de vuestra felicidad,

allí me encontraréis también.

¡Preguntad por mí!

Os recibiré

con una sonrisa en la cara

y una tacita de café.

 

Del paso del tiempo

Se hace frío y álgido en su pesar

ese tibio escalofrío que merodea la duda

y hechiza las horas sigilosas

que siento, embarrado de nostalgia,

como yacen los recuerdos

en la gelidez de lo sombrío.

Unto discordia entre sollozos,

naufrago entre lágrimas agrestes,

pervivo bifurcando la realidad

que me permite recrear historias

ancladas a un pasado incierto.


Del paso del tiempo;

quiero hablarte de la libertad

de poder imaginar que estas letras

nacieron para ser escuchadas,

que estas manos,

convulsas por la rigidez de mi obstinación

fueron capaces de tocar

el cielo de los aplausos,

que estos ojos, consumidos por el llanto,

tuvieron su fecundidad

amando las horas pasar.

 

Del paso del tiempo;

solo quiero hablarte de los que se fueron

henchidos de rebeldía,

con plegarias en sus bolsillos,

ausentes de estrofas inacabadas.

De los que abordaron las ausencias

pintando la luna de colores,

los que sostuvieron la arritmia melancólica

de un corazón inquieto.

 

Del paso del tiempo;

de la agreste comedia que representa,

del desfile de ocres intenciones,

de la fiesta que invita a sus miembros

a licuar el alcohol de sus venas

y beberlo sorbo a sorbo.

 

Cuando me haya de morir,

seguro un día cualquiera,

cuando me llame la luz

tras la ceguera de mis derrotas,

acomoda tu lágrima confusa

y enciende la llama de tu consuelo.

Inevitablemente

hablaremos del paso del tiempo

mientras tomamos distendidos

un bonito sorbo de realidad.


Francisco Alcaide Zafra es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.