José María Herranz Contreras
Por fin llega el transiberiano. La vida tiene muchos y extraños caminos, unas puertas se cierran, otras se abren. Recuerdo mi infancia en la aldea, mi madre hablaba de Irkutsk y del tren, de los viajes maravillosos que nunca pudo realizar, como las esposas de los rusos. Siempre fuimos pobres, muy pobres, nadie nos ayudó jamás. Ahora mi vida ha cambiado, soy feliz y Dios ha dispuesto que tome este tren. Subo en primera clase, dejo el equipaje en mi departamento, doy una propina a la azafata y me dirijo a la cafetería.
Los turistas europeos miran fascinados el paisaje mientras comienza a nevar, un grupo de ejecutivos chinos toma café mientras hablan animadamente de sus negocios, comprendo lo que dicen, mi abuela también hablaba chino, nació al oriente de Tarskaya. Un militar ruso, bastante joven, muy guapo, está acodado en la barra, pensativo, mirando pasar fugazmente los árboles, las montañas. Compongo mi pelo, ese hombre me gusta, tiene que ser mío. Odio y deseo lo que representa, mi pobre madre me previno siempre contra ellos, cuando yo era una niña y me escondía debajo de la cama con los ojos cerrados y los puños prietos escuchando sus gritos mientras los soldados la forzaban tras haber tirado la puerta a patadas. Lo odio, pero la idea de hacer el amor con él comienza a adueñarse de mi mente. Me acerco y pido fuego, resulta fácil entablar conversación, sé que soy una mujer tentadora, irresistible, Dios me hizo así. La vida es hermosa y absurda, un hombre y una mujer siempre están abocados a encontrarse pese al odio y las fronteras.
Es un teniente, se llama Vladimir, me habla de su vida en el ejército. La noche ha caído rápidamente sobre nosotros y a mí me parece que este fantasmagórico tren se dirige hacia el fin del mundo; absurdamente siento que una vida nueva y un paraíso virgen nos aguarda. Después me invita a cenar al restaurante y agradezco al Señor la coincidencia por haberlo encontrado.
Cuando me doy cuenta estoy riendo como una loca entre sus brazos en el coche cama, hemos tomado un par de vodkas y sé que lo que va a suceder es inevitable. Miro sus ojos azules y recuerdo mi infancia, la aldea, los animales. Su candor resulta tan familiar que todas las dudas se han borrado; debería huir con él, desaparecer, al fin y al cabo ya nada me ata a este mundo.
Hacemos el amor con furia, como si jamás lo hubiéramos hecho, como recuperando un tiempo que nunca hubiéramos vivido, con un doble sentimiento de venganza: la de él hacia todas las mujeres y la mía hacia los hombres. Me desea y desprecia en igual medida, exactamente tal y como yo lo deseo y odio también. No puedo evitar sentirme culpable por haber nacido mujer, recuerdo a mi madre clamando la desgracia de mi nacimiento -cuando todos esperaban un niño- cada vez que se enfadaba, arrojándome a la cara su reproche como un despojo. Y al mismo tiempo, con la furia voluptuosa de este hombre penetrándome, no puedo evitar deshacerme entre sus brazos mientras llega en oleadas su placer mezclado con el mío.
Me despierto en medio de la noche y contemplo su rostro dormido, plácido, mientras acaricio su cabello rubio. Este hombre podría haber sido el padre de mis hijos; desearía que todo comenzase de nuevo, formar una familia, cultivar nuestra tierra, rezar en la mezquita. Sin embargo todo es oscuridad, desesperación. Dicen que el amor nos redime, quizá mi vientre ya alberga una nueva vida de este desconocido al que deseo con locura y al que odio por todo lo que hace a mi pueblo. Todo es tan extraño y sin embargo ya no tengo dudas. Vuelvo a recordar mi infancia en la aldea, los animales, la granja; qué diferente podría haber sido de haberlo tenido a mi lado.
Recojo mis cosas y paso al lavabo. Una paz inaudita me invade mientras me miro en el espejo. Yo ya no soy esa mujer que contemplo.
Vuelvo a mi coche cama, aprovecho para dormir un par de horas, la niebla se ha despejado de mi camino, los rusos son los enemigos de mi pueblo. Me despierto cuando el tren llega a Nizhny Novgorod. Mientras bajo del transiberiano compongo mi falda, levemente arrugada, y me retoco el pelo. El tren parte de la estación, lleno de turistas dormidos, ejecutivos y militares, estamos en agosto, el mes de mayor afluencia. Anoche coloqué el dispositivo en el lavabo. La bomba estallará exactamente cuando el convoy llegue a la estación central de Moscú.
José María Herranz Contreras es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.