Historias desde el geriátrico: El contrabandista Carlos Fuentes

Relato de Manuel Jacobo González Outes

Esa mañana Manuel se levantó sin muchas ganas. Cuando su mujer vivía tenía una razón para levantarse cada mañana: disfrutar otra jornada más de su presencia. Sentir que eres la persona más importante del mundo para alguien, hace que la vida tenga sentido.

Se duchó y se fue a la ventana del pasillo, desde donde veía la agitación propia de un miércoles por la mañana en el geriátrico .Vio llegar la camioneta del lechero, y a la señora que traía las  verduras ¿Cuál sería el ansia de levantarse por la mañana del lechero? : Seguramente llegar a tiempo a todos los puntos de  su reparto, hacer la ruta diaria cumpliendo el horario previsto ¿Cuál sería el motivo que encontraría para levantarse cada día  la señora que traía las verduras? : Seguramente    recoger a tiempo las cosechas y estar pendiente de  todas las ferias de los alrededores; a lo mejor cuidar alguna finca que dejará en herencia a sus hijos, sin más horizontes; sin más anhelos; sin más metas; sin pedir más al destino,  que el  sustento diario para ella y los suyos.

Cuando  su mujer vivía, Manuel  a veces pensaba que no merecía tanta felicidad. ¿Que había hecho él para merecerla? .Debía ser cierto que había un destino, y el suyo le guardaba la fortuna de conocerla; no sería capaz de hacer  el camino  diario de  su vida  si no hubiera sido a su lado. Cuando ella se fue, centró su mundo en su nieto: le encantaba poder disfrutar de su inocencia, él también se estaba volviendo un poco niño. Le gustaba contarle historias, y el niño disfrutaba de la compañía de su abuelo, ese era su legado, ese había pasado a ser su motivo  para levantarse cada mañana. Ahora tenía que sustituirlo por los asistentes a su tertulia en el geriátrico.

Aquel miércoles, cuando terminó de desayunar, se entretuvo ordenando los útiles de aseo en el baño. Cuando llegó a la sala de la televisión, ya estaban esperándolo algunos internos. Saludo a todo el mundo, e Irene, la que había visitado a Costa da Morte, y que le ponía ojitos le preguntó:

–¿Le quedan muchas cuentos que contar? Podría hacer otras cosas para divertirse, si quiere yo puedo enseñarle algunas…

– Yo, cuento las historias  que sé  según voy acordándome. Llegará un momento en que la memoria no me dé más juego, pero de momento aún tengo alguna en mente que quiero contarles antes de que se me olvide. Vamos a  ver ¿Por dónde iba…? Si, ya recuerdo:

Carlos Fuentes fue contrabandista por tradición familiar: su abuelo fue contrabandista;

su padre fue contrabandista; y  su hermano, se dedica igual que él al contrabando.

Carlos Fuentes, presume, de que  mientras no lo cogió la pareja de la benemérita, que casualmente estaban tomando café en el bar del puerto, vivió como le salió de los cojones. El día que cogieron a Carlos Fuentes fue sonado en Muxía, no se habló de otra cosa en mucho tiempo, hubo tiros y todo. De un tiro le arrancaron media oreja y lo dejaron sordo del oído izquierdo; le confiscaron todos los palés que llevaba de contrabando y lo metieron a la sombra unos años. A sus compañeros en Alcalá Meco solía contarle sus planes de futuro:

– A mi me arrancaron media oreja y me metieron en el trullo una temporada. Me da igual, no me arrepiento de nada, al salir de aquí voy a seguir haciendo lo mismo por varias razones: porque me lo ponen fácil, porque ya es muy tarde para cambiar la fama y porque es lo único que sé hacer, así que ya ven que es una causa de fuerza mayor.

El día que salió de la cárcel, Carlos Fuentes cumplió su promesa y siguió dedicándose al contrabando. Una noche que descargaba cuatrocientos palés en el muelle, lo volvió a coger la pareja de la guardia civil, que no tenía que estar allí, que había pinchado justo  enfrente, fue un caso de mala suerte. La noche que volvieron a coger a Carlos Fuentes fue aún más sonada en Muxía que la anterior, porque Carlos no se quería dejar coger tan fácilmente .Ya  estaba cabreado  con tanta fatalidad, y quería pagar su mala hostia con alguien: Escogió a los dos guardia civiles, que tampoco tenían la culpa, y  sólo estaban ganándose el pan. Así, que cuando Carlos saco la pistola, respondieron al fuego con metralla, respondieron  sin escatimar munición. Esta vez tardaron más en alcanzarlo pero al fin uno de los guardias lo alcanzó de refilón en una pestaña y le saltó un ojo.

– ¿Se lo arrancó de cuajo?

 – No se lo arrancó, se lo saltó. La bala le dio justo en la esquina del ojo, uno de los guardias lo encontró tirado y se lo quedó. Lo guarda en un frasco con  formol, y se lo enseña a las visitas  a las que cuenta el episodio del tiroteo. Lo enseña como si fuera un trofeo, el ojo está enterito, la bala ni lo tocó, la bala dio en la esquina de la cuenca del ojo, rebotó y fue a parar a la pared. El ojo también salió disparado, parece que iba más rápido que la bala, y fue a parar a la bodega, se ve que no llevaban la misma trayectoria. El ojo de Carlos Fuentes, lo tiene metido el guardia de primera Anacleto, en un frasco con  formol, y se conserva divinamente. Cuando se pone oscuro  hay que cambiar el formol. La mujer del guardia de primera Anacleto lo pone en el centro de la mesa del comedor, y queda muy ocurrente en medio de dos ceniceros con forma de sirena.

– ¿Y Carlos Fuentes se arrepintió de escoger el mal camino?

 – ¡Que se había de arrepentir! Se mostró más firme en sus ideas, un hombre demuestra que es un  hombre en la adversidad. Carlos Fuentes podía ser un contrabandista pero solo tenía una palabra:

– A mi me han saltado el ojo derecho, eso es verdad, no se lo discuto, pero no me importa ¿A mí que más me da? Tengo dinero de sobra para escoger el más bonito de los de cristal; a mí me han confiscado el “Virgen de los Remedios”, pero tanto me tiene: si yo quiero mañana mismo me compro cien barcos mejores que el “Virgen de los Remedios”; y lo que me confiscaron de este viaje es lo que  doy de regalo cuando se me casa una sobrina. ¿Qué puede importarme? Cuando salga de aquí pienso dedicarme al contrabando ,que está visto que es lo que vale la pena;  uno sabe de sobra los riesgos que corre , y no vale la pena lamentarse cuando las cosas salen mal . No puedo negar qué la he cagado y que tengo que pasar cuatro años a la sombra ¿Pero que puede importarme? Cuando salga de aquí estarán esperándome Ferraris, caballos árabes, mansiones… ¿No vale la pena brindar el ojo derecho y la mitad de la oreja? –  le decía a sus compañeros  en el hospital de la cárcel donde le hacían las curas del ojo.

 – Hombre, un cacho de oreja vale, pero yo lo del ojo me lo pensaría.

 – No, si  a mí ha sido lo que me ha jodido, pero bien mirado, cuando salga de aquí me pondré el más precioso ojo azul que se haya visto en los contornos. Ya veréis la de corazones que romperá, y al fin y al cabo para lo que hay  que ver…

Cuando volvió Carlos Fuentes a la cárcel estaban los mismos a los que cansó con su verborrea, la primera vez que pasó por Alcalá Meco; la mayoría iban a seguir allí cuando el saliera, eso no lo  podían  permitir, todo tiene un límite. La presunción puede ayudarnos a sobrevivir cuando es novedad, en breves periodos de emergencia, si no son muy seguidos, pero no conviene abusar. Cuando volvió al talego  se encontró allí a los mismos que prometió que sacaría cuando pisara la calle: no había salido ninguno.

Un día el guardia de la cárcel que iba a entrar de turno de mañana, se encontró a Carlos Fuentes con el gaznate rebanado encima de la pileta. La sangre ya estaba seca y apenas había manchado nada, la de la limpieza agradeció la buena intención .El alcaide se toma muy a  pecho estos incidentes, las venganzas premeditadas suelen ser silenciosas, las venganzas premeditadas son  siempre  cosa de profesionales a los que no les gusta tenerse que andar limpiando los mocasines después de rebanarle el pescuezo a nadie, ni dejar todo perdido en medio del pasillo. El alcaide tiene muy avisados a los capos de la prisión, que no anden llamando la atención de la inspección de prisiones,  ni poniendo en entredicho su buen nombre; pero ellos como quien oye llover. En las venganzas premeditadas no intervienen los sentimientos, y la parte donde se le rebana el pescuezo a  alguien, es  una pequeña  parte de un elaborado plan, y no necesariamente la más importante; tampoco  la más traumática.

Murió Carlos Fuentes y se encargaron de imputarle cargos para embargarle todo su imperio. A su familia, es decir, a su hijo  a Valentín Fuentes Seoane y a su madre, le quedó lo justo para montar una tienda de animales domésticos en Carballo. En  Carballo se pueden montar muchos negocios: se pueden montar bares; tiendas de material agropecuario de segunda mano; se pueden montar clubs de alterne; Karaokes y funerarias; pero una tienda de animales domésticos está condenada al fracaso, eso  lo sabe todo Cristo, menos el que no es de Carballo. El que es de Carballo sabe que la ropa se lava en el rio y se centrifuga en el tendedero; que el humo se espanta abriendo puertas y ventanas; y que el punto exacto de la clara de nieve lo da el brazo y no los caballos de la batidora. La última noticia que tuve de Valentín Fuentes Seoane, fue que empezaba a dedicarse al contrabando con el hijo del dueño de una céntrica cafetería de Coruña que es de Carballo, con lo que se demuestra que es bien cierto que  la sangre manda mucho y que todas las cabras terminan tirando al monte.

Manuel Jacobo González Outes es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.