Historias desde el Geriátrico: Un demonio de segunda

Relato de Manuel Jacobo González Outes

Ya se estaba acostumbrando a pasar la noche arropado por la manta de episodios de su antigua vida, o lo de que para él creía que significaban las introducciones, el nodo y los desenlaces de los capítulos de su pasado. Lo que significaron para él los personajes que protagonizaban sus recuerdos, en los que él era un  actor desconocido en los fotogramas de su propia película. En su casa, salía al balcón a disfrutar de las noches estrelladas  cuando no podía dormir; pero ahora no podía moverse a su antojo para no despertar a su compañero de habitación. ”Hay que ver cómo cambian los tiempos: de ser el rey de la casa, a tener que pedir permiso hasta para mear.”. No es de personas sabias, acostumbrarse a lo bueno, como si no fuera efímero. Manuel pasó de ser una persona importante entre los suyos, de poseer una vida que envidiaría cualquiera de la parroquia, a estar ingresado en un geriátrico; donde la única hora que tienes que recordar durante el día es la de la medicación; donde sólo eres importante para los compañeros con los que vas a jugar la partida de las cinco y media; cita para la que tampoco hace falta reloj,  la partida es siempre después de la merienda. Todo cambió desde que ella  se fue; ella le hacía sentir ser el centro del mundo.”¿Le habré dado todo lo que necesitaba a una mujer como ella, habrá sido feliz conmigo? ” – se preguntaba a veces.

Entre sus nuevos amigos del geriátrico, Irene la que le dijo conocer su pueblo, ese día estaba especialmente cariñosa, sonreía pícaramente y se preocupaba demasiado por su vida privada:

 – Lo más probable es que tenga  un montón de mujeres fuera de aquí, a la que contarle sus historias – dijo Irene a Manuel – Seguro que es usted un viejo zorro, las damas  decentes tienen que tener cuidado con Casanovas como usted.

 – No señora, está usted equivocada, de tener mucha gente a la que contarle mis historias, no se las estaría contando a ustedes. ¿No le parece? Solo mi mujer, mi único amor, me escucha siempre desde donde esté.

Otro de los tertulianos quiso contar sus pesares.

 – Yo soy separado. A mi mujer y a mí, lo que nos pasó es que nos faltaba comunicación, las cosas del orgullo ¿sabe usted?

Luego me lo cuenta. ¿Por dónde iba? Ah sí, ya recuerdo…

Quería hablarles de Abraham Testaferro, el primer demonio que conocí. Venía en el “Muy interesante” que nace un demonio cada millón de niños, (esta relación debe estar sujeta a las fluctuaciones de la natalidad). El demonio de segunda Abraham Testaferro, las noches de luna llena, se va a los pueblos vecinos a meter el diablo en el cuerpo a todas las brujas de la parroquia, que no son pocas, y aún no se conocen todas. Las brujas declaradas de la  parroquia son cinco:  Está Encarnita la de doña Pilar, que hace hogueras en el jardín para bailar a su  alrededor cuando escucha el aullar de los lobos; está Dorotea, la de D.Romualdo, que se sube al tejado  y ladra a los que pasan delante de su puerta (yo creo que D.Romualdo debería ponerle un bozal y atarla a la pata de la mesilla de la tele, si no, cualquier día va a haber una desgracia); está Estela , que deja las tangas negras en el tendal toda la noche y a la mañana siempre le aparecen llenas de lamparones; también está Discóbola Puentecesures, a la que todos llamamos Leocadia para abreviar ,que las noches de luna llena se sube a los eucaliptos y salta de rama en rama como una ardilla, si es lo que yo digo ,cualquier día va a haber una desgracia…Leocadia, se para a marcar territorio cada diez eucaliptos , y el bosque hiede a orín, apesta a amoniaco. Nicomedes Toral, el que no pudo empezar su novela, porque le llenaron la cara de hostias sus personajes, dice que el orín es más viscoso cuanto más frustrado esté el que lo evacue.

–¿ Y no tiene nada que ver con la pielonefritis?

– Si, supongo que en algunos casos sí.

 – No recuerdo ahora si fue en el periódico “el País” donde salió la colección de los Guinnes del año pasado: ¿Sabe usted  Manuel, que la mujer más pequeña del mundo no mide más que un carajo envainado, y que el hombre más pequeño es de las Antillas, y se gana la vida en las orgías  de los turistas degenerados, que pagan una pasta por sacarse fotos con él? – preguntó un maestro de pueblo  retirado, de la tertulia geriátrica.

– Pues no, no lo sabía.

Leocadia no salió en la colección de los Guinnes que sacó “el país”, por eso no creo en estas cosas. Todo el mundo debería salir en los Guinnes, por uno u otro motivo, lo que pasa es que en los tiempos que corren la gente se ha vuelto cómoda, y vaga. Ni siquiera va a registrarse o buscar testigos para que  corroboren sus records. Leocadia, a poco que hubiera colocado un testigo en cada eucalipto, habría conseguido el record de la meada más larga de todos los tiempos.

– ¿Y también de la más viscosa?

– Eso ya no lo sé.

– ¿Cuantas brujas llevo?

  Cuatro, creo…

– Pues Teresa Campomanes es otra. Teresa ,los días de luna llena salta de la cama y se va hacia el gallinero; allí espanta y arrincona a las pobres gallinas, que no las tienen todas consigo cuando ven a la única hija virgen de Moncho Campomanes, empollando los huevos a discreción. Es mentira que Ramón Campomanes tenga alguna hija virgen, pero el que manda, manda, y d. Ramón da de comer a más de medio pueblo en el aserradero. Si a D Ramón se le antoja, su hija es la misma doncella de Fátima. Pero la verdad, es que a Teresa le rompió el himen Simoncito, el tonto que vivía en el molino del tío Eustaquio, de una sola embestida. Simoncito se pasó  la vida escudriñando los secretos de la aldea, la gente se muestra tal como es con los tontos, como son idiotas la gente se confía y se muestra tal como es. La primera noche que Simoncito descubrió que Teresa Campomanes, las noches de luna llena se ponía a incubar los huevos de las gallinas, con los ojos puestos del revés; catatónica; echando espuma por la boca; no se lo pensó dos veces: aprovecho la ocasión y la tomó allí mismo. A Teresa Campomanes tampoco le molestó,  a los tontos siempre procura uno cumplirle los gustos. Simoncito, que sabe el secreto de las brujas de la comarca, cuando ve que hay luna llena sabe que el cielo se ha acordado de él. Antes de que el demonio Abraham Testaferro salga a hacer su ronda entre las brujas de la vecindad, colándose entre las rendijas de las puertas ,ventanas y cerraduras; antes de que Abraham pueda hacer de las suyas metiendo el demonio en el cuerpo, a las jóvenes e impresionables brujas de la aldea; Simoncito, el tonto que vive en el molino del tío Eustaquio, las noches de luna llena, le toma la delantera y  hace lo que puede con las brujas de nuestro lugar, que esas noches se ve que no les importa demasiado por quien sean poseídas: cómo están catalíticas…

 – ¿Querrá usted decir catatónicas?

– Si señora, usted ya me entiende.

Abraham Testaferro fue el primer demonio que conocí, aunque no el último. Uno  cuando empieza a hablar de las cosas del más allá nunca se sabe dónde va a terminar, porque es bien sabido que el más allá es indeterminado. Abraham las noches de luna llena  cenaba a eso de las nueve y se acostaba para reponer algunas fuerzas antes de la media noche. Cuando el reloj de cuco tocaba las doce repetía noche tras noche las siguientes maniobras : Se vestía de leotardos rojos ,que es como van a hacer sus diabluras los demonios educados en la tradición; se pintaba bigotes negros de gato; salía de casa por la ventana agarrado a la tubería del agua (ya he dicho antes que para mí que cualquier día va a haber una desgracia); cogía el 1400 que por lo visto era de serie limitada; se enrollaba una bufanda tricolor al cuello que también le servía de rabo; abría las ventanillas y se encasquetaba una gorra de Nicki Lauda que regalaban en el solo Auto por 50 puntos ,a punto por revista.

Abraham Testaferro era un demonio de segunda, que todavía no había ganado los cuernos y aunque hace tiempo que no oigo hablar de él, no creo que los haya ganado todavía. Abraham organizaba los días de cuarto creciente, partidas de póquer con sus pupilas, tampoco se le puede pedir más a las noches de diario, e invitaba a sus amiguitas de aquelarre: Encarnita la de doña Pilar; Dorotea la de Romualdo; Discóbola Puentecesures; Teresa Campomanes que entraba en estado catatónico las noches de luna llena; y Estela a la que siempre le aparecían los tangas en el tendal llenas de lamparones.  Simón, el tonto del pueblo,  no llegó a tener la colección de tangas más grande del mundo, (ese record dice en el Guinnes que es de un predicador irlandés) pero casi.

No se puede negar, que para ser un pobre diablo sin cuernos, a Abraham Testaferro le gustaba vivir como Dios.

Manuel Jacobo González Outes es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.