Cae la noche
Cae la noche.
Sobre la playa un náufrago
deshabitado.
Por más que luches
Por más que luches
vuelve invisible el mar
con las mareas.
Sería hermoso
Sería hemoso
morir en Iguazú.
Abandonarse blandamente
al río
al rumor hipnótico
del agua
a su abrazo.
Flotar, precipitado
ingrávido
en la nube de espuma
que espera
el contacto de la roca.
Arrastrado por la corriente
cuerpo de agua
luz de ramas asombradas
ante el delirio
de ser ya pez y silencio
agua de Iguazú
confundido para siempre
en la sangre acogedora
del Paraná.
Sara vende caramelos
Sara vende caramelos
a un real
en los centros comerciales
de Brasilia.
Tiene quince años
y la mirada más limpia
que jamás haya visto.
Vende durante el día
junto a las tiendas
donde no podrá comprar.
Sara se detiene a mi lado
y me acompaña
y me da conversación.
Le compro caramelos
y Sara se va.
Ella me habrá olvidado.
Yo
no podré
olvidarla
nunca.
Recorrer el laberinto
Recorrer el laberinto
para encontrarse.
Bajo la pirámide el mundo
gira sobre sí mismo,
respira con la respiración
del insomne.
No hay nada
más allá del círculo.
El círculo que todo lo cierra.
El círculo que todo
lo encierra.
El viejito loco de canoa quebrada
Ríe el viejito.
Con las hojas verdes del cocotero
ha construido dos velas
dos barcos que el aire empuja
sobre la orilla del mar.
Camina su felicidad de niño
a lo largo de la playa
–señor del viento–
y ríen sus ojos arrasados por los años.
Sus ojos ven
mucho más
de lo que yo veo.
Me acaricia un hombro.
Me da la mano.
Ríe el viejito
marinero de hojas verdes.
Me trago mis lágrimas
mientras se aleja
para que no me vea llorar.
Maternidad
Con qué ternura
alzas tu blusa
llevas las manos
a tu vientre
y
sonríes.
La piel
de tu cintura
anunciando la vida.
Refundación del barro
y la semilla.
Milagro de la luz
multiplicada.
Se levanta orgulloso
Se levanta orgulloso
sobre la ciudad
un muro en ruinas.
El viento mece hamacas rojas
y una nube blanca
desafía las horas robadas
al invierno.
Hay noches que te alcanzan
tras siete mil kilómetros.
Distancias dibujadas en la piel
aromas deseados
que son regreso.
Poemas de “Morir en Iguazú ” (Ed. Lastura, Madrid, 2022)
La contorsionista
Aunque todavía puedo doblar la espalda,
tocar con mis pies la nuca,
me reservo para días de fiesta,
en los que mis hijos presumen
de un pasado de luces blancas.
La reina del equilibrio
y la acrobacia.
Giraban los platos en la punta de mis dedos,
las caras del público eran bocas de asombro.
Para esos días
entreno
cada tarde
mi cuerpo.
Ellos
jamás preguntan
por qué me marché.
Tiempo
Fue de arena el tiempo
y cicatrices,
voces y rostros detenidos
–temblor en el corazón–,
dulce el calor
de los cuerpos abrazados.
Materia que nutre la memoria.
Pero sigue
–herida abierta–
respirando el verbo.
Y caminamos:
–mar deseado–
hacia las playas lejanas,
las Ítacas remotas.
Quedan las manos extendidas.
Sólo el que se rinde envejece.
El francotirador
I.
Tiene tu rostro.
El francotirador
sabe lo que hay en tu cabeza
y lo utiliza.
Se oculta sigiloso en un rincón
de tu brazo,
en la esquina de tu cuello,
en el hueco oscuro de tu hombro.
El francotirador dispara con ojo certero
evitando el corazón.
A veces,
parece bajar el arma y sube hasta la garganta.
Con sus manos invisibles
aprieta el cuello para que no respires.
El francotirador sabe tu nombre.
Una pieza del puzzle
Guardo un puzzle incompleto.
Quizá debiera deshacerme de él.
El polvo se acumula en la caja que custodia
las piezas de todos los paisajes, los rostros
y los dedos que pueblan
la memoria. El lugar de la certeza
y del deseo
que fue mío
un instante.
Guardo un puzzle
al que le
faltan piezas.
Pero es el tesoro más inmenso que poseo.
Ventanas
I.
Para que miren al mar
Hemos cambiado las ventanas
para que miren al mar.
Las paredes las hemos pintado
de sal y hay peces
nadando en la bañera.
Pero aún
tiene esta casa
voluntad de barco
y de naufragio.
del mar que no cabía en la pupila
de unos labios de acero que se afilan
de sombras escondidas en tu cama.
La carne se consume en esta llama
esperando la sombra que vacila
–las palabras no sirven y se apilan–
la luz no es patrimonio del que ama.
Ya no hay manos que nazcan de tu piel
sólo importa aquello que no dices:
la boca a la que sabes serle fiel.
El llanto consiguió echar raíces:
se puebla de naufragios el papel.
El poema tendrá tus cicatrices.
Yo os convoco
Los dedos que perdieron la memoria.
Mis
ojos tanto tiempo
Cerrados.
Tierra
ávida de tormenta y lluvia.
Sombras
que no supieron guarecernos.
Estrellas
que ocultaron
El
humo y el fracaso.
Yo os
convoco
Para
la nueva vida.
Yo
os convoco, camino,
mar,
los nombres exactos de la carne.
El
terrible perfil
De
los amaneceres.
Su
luz imaginada.
Yo
os convoco ahora
que
la sombra se cubre de amapolas.
Venid
a fundar juntos
La
sangre nueva.
Aquí os dejo mi piel.
Es
todo cuanto tengo.
Una pálida piel
-su
cicatriz-
donde aprender fracasos.
Dentro
“El silencio se te queda
dentro”, me dices,
y
se te quiebra la voz
como
si unas manos diminutas
estrangularan
la orilla de los ríos.
El
silencio de las paredes y los cuerpos
que
viste con tus ojos asombrados.
Silencio de
madres doloridas.
Saber
después que fue
imposible despedirse,
que
el imposible abrazo era
la más cruel mordedura,
la
que no deja huella y tiene
sangre
en las pupilas aún abiertas.
Cómo sobrevivir a la intemperie,
cómo reconocer el camino de
vuelta.
Llenar
de palabras el silencio
hasta
matarlo.
Recordar
para que nadie olvide.
Una grieta en todo
Ring the bells that still can ring
Forget your perfect offering
There is a crack in everything
That's how the light gets in.
Leonard Cohen
Recuerdo
el agua cayendo
desnuda
y brutal
en Victoria.
Hay
una grieta en todo
por
donde entra la luz.
Aunque
todo se pare
y
nuestros pies cubiertos
de barro se
anclen al camino
hay
campanas sonando.
Hay
campanas sonando
y
el agua aún sigue
rugiendo
en
las grietas desnudas
de la
memoria.
El
bronce y el sabor de la ceniza
están diciendo tu nombre.
Gritan
su rebeldía
los
pájaros
a
nuestro paso.
Caminar,
arrojar
al fuego
las
viejas botas,
sentir
la piel desnuda
sobre
la arena.
Saben
las palabras
lo
que nuestros ojos olvidan.
Hielo
La
lluvia ha deshecho
la
dulce blancura de la nieve.
Lento
como se cierran
lentas
las heridas del amor
regresa
el gris del asfalto.
Se resiste
a ser agua
-terca
cicatriz-
la
nieve acumulada en las aceras,
su cadáver de hielo.
The kid. 1921
Es
Chaplin huyendo
por
los tejados de la ciudad.
Chaplin
esquivando golpes,
abrazando
a un niño
feliz
en su miseria.
Es
Chaplin abandonado,
con el frío de fondo
y
la injusticia.
Apenas
sonríe
su tristeza.
Me
encoge el corazón
la
mirada de Chaplin
de cien años.
Saskia
El
pintor del claroscuro
llora
la muerte de Saskia.
La
pintó tantas veces…
Una
flor entre sus dedos,
su
felicidad conyugal.
Tenía 29 años.
Era
apenas la luz y el ángel
de
su ronda de noche.
En
la iglesia vieja de Amsterdam,
en
el rincón más tenebroso
reposa
bajo su lápida.
Cada
8 de marzo
a
las 8.39 de la mañana
un
rayo de luz
ilumina
su tumba.
En
las paredes de los museos
el rostro
de Rembrandt emerge
de
la oscuridad de sus retratos.
Los naufragios invisibles
“Con la misma medida que midas serás medido”
Marcos 4, 21-25
La
medida debe ser exacta.
La
cantidad de harina, sal y agua,
de
levadura que levantará el pan
y
saciará mi hambre.
La
medida del amor que nos mantiene
en
el camino y nos hace crecer
y elevarnos.
La
cantidad de monedas
que
serán trabajo
y
suficientes
para
alcanzar la serenidad.
El
tictac de los números
que
marcan las horas,
los
latidos, las veces
que
el aire llena y vacía
mis
pulmones.
El
ritmo exacto de las olas
con
que el mar borra
inexorablemente
mis
pasos.
La
medida debe ser exacta.
Pero
está el pan y la sal negada, el
dolor
que
no se cuenta,
las
lágrimas sin limite,
la tristeza.
Todo
lo incontable que sepulta el mar
en
los naufragios.
Con
la misma medida que midas
serás medido.
Javier Díaz Gil está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla de la Unión Nacional de Escritores de España.