Javier Díaz Gil, poemas


Cae la noche

Cae la noche.

Sobre la playa un náufrago

deshabitado. 


Por más que luches

Por más que luches

vuelve invisible el mar

con las mareas.

 

Sería hermoso

Sería hemoso

morir en Iguazú.

Abandonarse blandamente

al río

al rumor hipnótico

del agua

a su abrazo.

Flotar, precipitado

ingrávido

en la nube de espuma

que espera

el contacto de la roca.

 

Arrastrado por la corriente

cuerpo de agua

luz de ramas asombradas

ante el delirio

de ser ya pez y silencio

agua de Iguazú

confundido para siempre

en la sangre acogedora

del Paraná. 


Sara vende caramelos

Sara vende caramelos

a un real

en los centros comerciales

de Brasilia.

Tiene quince años

y la mirada más limpia

que jamás haya visto.

Vende durante el día

junto a las tiendas

donde no podrá comprar.

 

Sara se detiene a mi lado

y me acompaña

y me da conversación.

Le compro caramelos

y Sara se va.

 

Ella me habrá olvidado.

 

Yo

no podré

olvidarla

nunca. 


Recorrer el laberinto

Recorrer el laberinto

para encontrarse.

Bajo la pirámide el mundo

gira sobre sí mismo,

respira con la respiración

del insomne.

 

No hay nada

s allá del círculo.

 

El círculo que todo lo cierra.

 

El círculo que todo

lo encierra. 


El viejito loco de canoa quebrada

e el viejito.

Con las hojas verdes del cocotero

ha construido dos velas

dos barcos que el aire empuja

sobre la orilla del mar.

Camina su felicidad de niño

a lo largo de la playa

–señor del viento

y ríen sus ojos arrasados por los años.

Sus ojos ven

mucho más

de lo que yo veo.

Me acaricia un hombro.

Me da la mano.

 

e el viejito

marinero de hojas verdes.

 

Me trago mis lágrimas

mientras se aleja

para que no me vea llorar. 


Maternidad

Con qué ternura

alzas tu blusa

llevas las manos

a tu vientre

y sonríes.

 

La piel

de tu cintura

anunciando la vida.

 

Refundación del barro

y la semilla.

 

Milagro de la luz

multiplicada. 


Se levanta orgulloso

Se levanta orgulloso

sobre la ciudad

un muro en ruinas.

El viento mece hamacas rojas

y una nube blanca

desafía las horas robadas

al invierno.

Hay noches que te alcanzan

tras siete mil kilómetros.

 

Distancias dibujadas en la piel

 

aromas deseados

que son regreso. 


Poemas de “Morir en Iguazú ” (Ed. Lastura, Madrid, 2022)


La contorsionista

Aunque todavía puedo doblar la espalda,

tocar con mis pies la nuca,

me reservo para días de fiesta,

en los que mis hijos presumen

de un pasado de luces blancas.

 

La reina del equilibrio

y la acrobacia.

 

Giraban los platos en la punta de mis dedos,

las caras del público eran bocas de asombro.

 

Para esos días

entreno

cada tarde

mi cuerpo.

 

Ellos

jamás preguntan

por qué me marché


Tiempo

Fue de arena el tiempo

y cicatrices,

voces y rostros detenidos

            –temblor en el corazón–,

 

dulce el calor

            de los cuerpos abrazados.

Materia que nutre la memoria.

 

Pero sigue

–herida abierta–

respirando el verbo.

Y caminamos:

–mar deseado–

hacia las playas lejanas,

las Ítacas remotas.

 

Quedan las manos extendidas.


Sólo el que se rinde envejece. 


El francotirador


I.

 

Tiene tu rostro.

 

El francotirador

sabe lo que hay en tu cabeza

y lo utiliza.

Se oculta sigiloso en un rincón

de tu brazo,

en la esquina de tu cuello,

en el hueco oscuro de tu hombro.

 

El francotirador dispara con ojo certero

evitando el corazón.

 

A veces,

parece bajar el arma y sube hasta la garganta.

Con sus manos invisibles

aprieta el cuello para que no respires.

 

El francotirador sabe tu nombre. 


Una pieza del puzzle

Guardo un puzzle incompleto.

 

Quizá debiera deshacerme de él.

 

El polvo se acumula en la caja que custodia

las piezas de todos los paisajes, los rostros

y los dedos que pueblan

la memoria. El lugar de la certeza

y del deseo

           que fue mío

                      un instante.

 

Guardo un puzzle

           al que le faltan piezas.

 

Pero es el tesoro más inmenso que poseo. 


Ventanas

 

I.       Para que miren al mar

 

Hemos cambiado las ventanas

para que miren al mar.

Las paredes las hemos pintado

de sal y hay peces

nadando en la bañera.

 

Pero aún

tiene esta casa

voluntad de barco

y de naufragio. 


Hablaste del amor y de una dama

HABLASTE del amor y de una dama

del mar que no cabía en la pupila

de unos labios de acero que se afilan

de sombras escondidas en tu cama.

 

La carne se consume en esta llama

esperando la sombra que vacila

–las palabras no sirven y se apilan–

la luz no es patrimonio del que ama.

 

Ya no hay manos que nazcan de tu piel

sólo importa aquello que no dices:

la boca a la que sabes serle fiel.


El llanto consiguió echar raíces:

se puebla de naufragios el papel.

El poema tendrá tus cicatrices.


Yo os convoco

Los dedos que perdieron la memoria.


Mis ojos tanto tiempo

Cerrados.

 

Tierra ávida de tormenta y lluvia.

Sombras que no supieron guarecernos.

Estrellas que ocultaron

El humo y el fracaso.

 

Yo os convoco

Para la nueva vida.

 

Yo os convoco, camino,

mar, los nombres exactos de la carne.

El terrible perfil

De los amaneceres.

Su luz imaginada.

 

Yo os convoco ahora

que la sombra se cubre de amapolas.

 

Venid a fundar juntos

La sangre nueva.

 

Aquí os dejo mi piel.

Es todo cuanto tengo.

 

Una pálida piel

                -su cicatriz-

donde aprender fracasos.



Dentro

El silencio se te queda dentro, me dices,

y se te quiebra la voz

como si unas manos diminutas

estrangularan la orilla de los ríos.

 

El silencio de las paredes y los cuerpos

que viste con tus ojos asombrados.

Silencio de madres doloridas.

 

Saber después que fue imposible despedirse,

que el imposible abrazo era 

la más cruel mordedura,

la que no deja huella y tiene

sangre en las pupilas aún abiertas.

 

Cómo sobrevivir a la intemperie,

cómo reconocer el camino de vuelta.

 

Llenar de palabras el silencio

hasta matarlo.

Recordar

para que nadie olvide.


Una grieta en todo

 

Ring the bells that still can ring 

Forget your perfect offering 

There is a crack in everything 

That's how the light gets in. 

 

Leonard Cohen

 

Recuerdo el agua cayendo

desnuda y brutal

en Victoria.

 

Hay una grieta en todo

por donde entra la luz.

 

Aunque todo se pare

y nuestros pies cubiertos

de barro se anclen al camino

hay campanas sonando.

 

Hay campanas sonando

y el agua aún sigue

rugiendo

en las grietas desnudas

de la memoria.

 

El bronce y el sabor de la ceniza

están diciendo tu nombre.

 

Gritan su rebeldía

los pájaros

a nuestro paso.

 

Caminar,

arrojar al fuego 

las viejas botas,

sentir la piel desnuda

sobre la arena.

 

 

Saben las palabras

lo que nuestros ojos olvidan.

 

 

Hielo

La lluvia ha deshecho 

la dulce blancura de la nieve.

Lento como se cierran

lentas las heridas del amor

regresa el gris del asfalto.

 

Se resiste a ser agua

-terca cicatriz-

la nieve acumulada en las aceras,

 

su cadáver de hielo.


 

The kid. 1921

Es Chaplin huyendo 

por los tejados de la ciudad.

 

Chaplin esquivando golpes,

abrazando a un niño

feliz en su miseria.

 

Es Chaplin abandonado,

        con el frío de fondo

y la injusticia.

 

Apenas sonríe

      su tristeza.

 

 

Me encoge el corazón

 

la mirada de Chaplin

de cien años.



Saskia

El pintor del claroscuro

llora la muerte de Saskia.

 

La pintó tantas veces

Una flor entre sus dedos,

su felicidad conyugal.

 

Tenía 29 años.

Era apenas la luz y el ángel 

de su ronda de noche.

 

En la iglesia vieja de Amsterdam,

en el rincón más tenebroso

reposa bajo su lápida.

 

Cada 8 de marzo

a las 8.39 de la mañana

un rayo de luz

ilumina su tumba.

 

En las paredes de los museos

el rostro de Rembrandt emerge 

de la oscuridad de sus retratos.

 

 

Los naufragios invisibles

 

Con la misma medida que midas serás medido

Marcos 4, 21-25

 

 

La medida debe ser exacta.

La cantidad de harina, sal y agua,

de levadura que levantará el pan

y saciará mi hambre.

 

La medida del amor que nos mantiene

en el camino y nos hace crecer

y elevarnos.

 

La cantidad de monedas

que serán trabajo 

y suficientes

para alcanzar la serenidad.

 

El tictac de los números 

que marcan las horas,

los latidos, las veces

que el aire llena y vacía 

mis pulmones.

 

El ritmo exacto de las olas

con que el mar borra

inexorablemente 

mis pasos.

 

La medida debe ser exacta.

 

Pero está el pan y la sal negada, el dolor

que no se cuenta,

las lágrimas sin limite,

la tristeza.

 

Todo lo incontable que sepulta el mar

en los naufragios.

 

Con la misma medida que midas

serás medido.


Javier Díaz Gil está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla de la Unión Nacional de Escritores de España.