Autobiografía del autor
Mi nombre es José Andreo, soy de Lorca, originario de sus Tierras Altas. Cuando alguien es muy conocido, despierta aún mayor interés por conocer un poco más sobre su vida y milagros, pero en mi caso, un ciudadano de a pie, por más apasionado que sea de la historia y la literatura, no debería aburrir extendiéndose con algún curriculum pormenorizado, sino solo unas pinceladas sobre mi vida y escasos milagros.
Mi irrupción en el mundo literario me sería difícil de datar,
porque desde muy niño lo he vivido muy directamente —sobre todo la poesía—. Mi padre, fue un excelente poeta, y
también mi hermano, aunque nunca llegaron a publicar. Crecí envuelto en ese
mundo de la rima, y como apuntaba, de ahí mis primeros pasos en este mundillo.
La poesía para mí, es un punto y aparte, siempre fue y continúa siendo: mi «refugio emocional», como para consumo propio, por eso
nunca he publicado, aunque ya tengo registrado mi primer poemario, era como una
asignatura pendiente que acabo de materializar.
Como para tanta gente de mi generación, la «madurez» empezaba demasiado pronto, y si se
pretendía avanzar, para una gran mayoría, echar a rodar, resultaba muy difícil.
Comencé a trabajar desde muy joven, y a veces en trabajos de cierta dureza.
Luego, ya con escasos dieciséis, compatibilicé el trabajo con los estudios, fue
como empezar de nuevo: desde el graduado, estudios de banca, módulo de
administración por libre, y algún otro curso complementario de contabilidad.
Luego, tras una pausa, el acceso a la universidad y una corta incursión en la
psicología. Fue la más penosa época de mi vida, pero con el entusiasmo y el convencimiento
de que era la única salida. Fue una etapa tan dura, que cuando rememoro pasajes
de mi pasado, procuro dejar ese lapsus de tiempo como en un hueco intocable. El
género humano creo que está programado para olvidos puntuales.
Todo, hasta el paréntesis del servicio militar. En esa época
se abrieron mis puertas a distintas opciones, fue como eclosionar a todos los
niveles, sobre todo de cara a lo profesional, pero opté por la multinacional a
la que he dedicado casi cuatro décadas de mi vida, en las que salvando los
primeros catorce años que fueron una pesadilla, el resto fue «disfrutar» con un trabajo que, a pesar de mi
intensa dedicación y formación continua, me permitió desarrollarme
profesionalmente, ser respetado y compatibilizarlo perfectamente con mi vida
familiar. Pero, siempre ocupando mi escaso tiempo libre en infinidad de
aficiones, para mí, muy constructivas. Reconozco que he sido siempre una
persona inquieta en todos los sentidos, desde cualquier variada manifestación
del arte, hasta mis ratos de deportes al aire libre como el senderismo, el
ciclismo, y sobre todo emplear mucho de ese tiempo en pequeñas labores
agrícolas. Siempre digo que el tiempo no se pierde, y mucho menos esa famosa
expresión de «matar el tiempo», eso sería un delito gravísimo. Hay
que aprovechar cada oportunidad que nos ofrece la vida y sus circunstancias
para añadir conocimientos.
Casi toda mi actividad creativa está basada en la
investigación, me gusta basar mi trabajo de la forma más realista posible,
aunque para obtener esa realidad que persigo, haya que manosear legajos,
escritos, libros, y, sobre todo preguntar casi hasta la impertinencia. Escarbar
en la memoria de quienes tienen el gusto de informarte, es una forma directa y
fiable.
En mi caso, es muy importante escribir sobre lo que conozco, ambientarme
en las calles y lugares que pateaban mis personajes, sobre el talante de las
personas que intento manejar en mi literatura, aunque en ocasiones entro tanto
en los personajes que, a veces sean los personajes los que terminen por
manejarme a mí, y es que, a veces la realidad supera la ficción.
Ni que decir tiene que hay que intentar poner imaginación en
el relato, de eso pienso que trata la literatura, contar las cosas bien
estructuradas, bien expresadas, y que al final, también tengan un componente
didáctico más o menos acertado.
Esta sana afición, en realidad, como dice la vieja expresión,
al menos en mi caso, es «por amor al arte», porque no solo que jamás he obtenido ni un céntimo de ella,
sino que siempre me he tenido que rascar el bolsillo, pero desde luego con sumo
gusto, pues pocas cosas hay tan satisfactorias como terminar una obra,
editarla, y agarrar un libro poco menos que como si de un hijo se tratase. Y lo
digo con toda humildad, pues en este gremio, como en tantos, hay magníficos
autores, en poesía y en prosa, personas que he leído y que admiro, pero que
lamentablemente casi nunca pasan más allá del mínimo entorno que los rodea.
Hasta ahora, he publicado cuatro obras, y como al principio
comenté, un poemario que sería mi quinta, y que registré el pasado verano, pendiente
de sacar a la luz. Mi primera publicación narrativa fue un libro sobre
costumbrismo e historia sobre la colonización de las Tierras Altas de Lorca, de
Zarzadilla, concretamente: «En los confines de Lorca, Zarzadilla,
una mirada al pasado». Mi segunda obra, y en la que quedé
finalista del Libro Murciano del Año, fue «Don Alonso vive», que es una recreación sobre la figura de don Alonso Quijano
—resucitamos y adaptamos a don Alonso cuatro siglos después de
su muerte—, una ficción, pero cuya parte histórica contextualizada está
investigada y recreada con la mayor fidelidad posible. El tercero: «Relatos que vienen a cuento», es una recreación de cuentos de
tradición oral, en la que con fragmentos de cuentos y de anécdotas escuchadas
al «calor de la chimenea», he configurado cinco nuevos cuentos
y dos relatos. La última: «Butrina», es la historia casi cien por cien
literal de la vida de una persona y de un entorno duro, en donde se acaba
empatizando con un personaje controvertido como es el protagonista.
Aunque me lo tomo con mucha calma, ahora estoy inmerso en tres obras totalmente distintas, alguna de ellas bastante avanzada, sobre todo investigada, puesto que también está basada en hechos reales, aunque no con la puntualidad de mi última: «Butrina». Otro, trata sobre unas memorias —no mías desde luego—, en las que se pone de manifiesto el «desdoblamiento» que a veces el egoísmo produce en el ser humano. Y la tercera estoy considerando si hacer de ella un sencillo ensayo, o quizá otra novela, aunque un tanto surrealista, que, de toda tendencia, la mente, pide a veces su parte de libertad.