Primavera
Llevo un tiempo dormido,
estaba pasando de largo el milagro.
Esta mañana desperté de mi letargo,
y vi que pariste la primera amapola,
cantar el primer verderón,
el verdor de los matojos,
y todo, solo alzando la cabeza,
solo abriendo los ojos.
He quemado los despojos del invierno,
malezas sobrantes de olivos y almendros,
la madeja enmarañada que no deja ver.
Me empapó cabello y rostro tu primera lluvia,
solo levantando la cabeza
me despertó el salpicar de tus primeras gotas.
Cada año, en cada momento
sé que vienes, lo sé y te siento.
Sé que te quedas un tiempo,
pero cada vez así, embelesado,
impasible, despistado, inerte,
me sorprendes dormido.
Es tal la placidez de la espera
estando seguro de tu llegada que,
aun sabiéndolo, siempre me sorprendes.
Me alegra el tintineo de tus olores y cantos,
la euforia que borra los ánimos marchitos.
Me alegran y embriagan el alma
tus colores y tus luces,
los hechizos del campo.
Por eso y por todo, y por casi nada,
como aquel viejo poeta,
te sigo adorando y llamándote: milagro.
Pero, al cabo de unos años, sin buscar la misma imagen, ni la misma sensación, por casualidad, volví a aquel marco, a aquel mismo ambiente, y con los mismos elementos naturales, viví el mismo poema, pero lo recordé de esta forma:
Hoy, años después…
si es que el antes existió,
he vuelto a impregnarme de aquel barro,
de la misma lluvia, de la misma tierra,
con distintas aguas amasado,
aunque siempre sean iguales sus aromas
cuando vuelven,
los primeros avisos de la primavera.
Sabiéndote cerca, impaciente,
como siempre fue, espero tu llegada,
y aunque me agrada dejarme sorprender,
me niego a perder de ti un instante,
desde el principio hasta tu fin, despierto
y en cada segundo, vivirte y beberte.
Una nueva amapola ha florecido,
quizá tataranieta de aquella tan hermosa
que aguantaba entre sus pétalos la lluvia
como lágrimas limpias en su copa.
¿Será aquel que canta, el mismo verderón?
¿será el hijo de su hijo, que supo de mí?
o tal vez nadie le hablase de lo humano,
y por eso, sin merecerlo me canta… ingenuo él.
A pesar de la hermosura…, del prodigio,
hoy me supo a poco,
porque nunca lo bueno sea bastante
cuando es el corazón el que se moja
por más que lo ocultes o disfraces.
Una vez más, el ciclo de la vida
me hizo quemar los despojos del invierno,
y empapado hasta el alma, sigo embriagado
de aquel tintineo, de tus olores y tus cantos.
Y por haber lavado mis ánimos marchitos,
por haber hecho alegría de mi llanto,
te doy las gracias, te sigo adorando
y por siempre, sintiéndote mía
y aquel mismo milagro.
José Andreo Moreno es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.