José Andreo Moreno, poemas

 


Te susurro en mi ventana

Anoche, me despertó el chirrear de las bisagras,

oí soñoliento el chasquido continuado,

y en la lejanía, un leve golpeteo de ventanas.

Fue el gélido aire que irrumpe sin reglas

truncando a su capricho el silencio de la noche.

Fue desvelándome el susurro que siguió,

y más tarde, fue su creciente silbar enfurecido.

 

Abatido, acepté que eras el invierno que me acosa.

Vienes del norte, del frío,

de allá donde se gestan las borrascas y huracanes.

Te asumo, pero no te tengo miedo.

Ya venía avisándome de tu húmeda llegada

el sonido de la lluvia que acompañas.

Las gotas que golpean en mi ventana

confirman que me andas a las puertas.

 

Asumiré tu frío sin remedio,

el persistente insomnio por tus ruidos,

me dejaré arrastrar por vendavales

dejando que me hiera tu frenético silbido,

pero vuelvo a recordarte a la cara,

que no te tengo miedo, ni a ti ni al hielo.

Aceptaré gustoso volver a la nada,

volver al sueño infinito de donde procedo,

pero no lograrás mientras respire, helarme el alma.



Primavera


Llevo un tiempo dormido,


estaba pasando de largo el milagro.


Esta mañana desperté de mi letargo,


y vi que pariste la primera amapola,


cantar el primer verderón,


el verdor de los matojos,


y todo, solo alzando la cabeza,


solo abriendo los ojos.

 

He quemado los despojos del invierno,


malezas sobrantes de olivos y almendros,


la madeja enmarañada que no deja ver.


Me empapó cabello y rostro tu primera lluvia,


solo levantando la cabeza


me despertó el salpicar de tus primeras gotas.

 


Cada año, en cada momento


sé que vienes, lo sé y te siento.


Sé que te quedas un tiempo,


pero cada vez así, embelesado,


impasible, despistado, inerte,


me sorprendes dormido.


Es tal la placidez de la espera


estando seguro de tu llegada que, 


aun sabiéndolo, siempre me sorprendes.


Me alegra el tintineo de tus olores y cantos,


la euforia que borra los ánimos marchitos.


Me alegran y embriagan el alma


tus colores y tus luces,


los hechizos del campo.


Por eso y por todo, y por casi nada,


como aquel viejo poeta,


te sigo adorando y llamándote: milagro.


Pero, al cabo de unos años, sin buscar la misma imagen, ni la misma sensación, por casualidad, volví a aquel marco, a aquel mismo ambiente, y con los mismos elementos naturales, viví el mismo poema, pero lo recordé de esta forma:


 

Volvió la primavera


Hoy, años después…


si es que el antes existió,


he vuelto a impregnarme de aquel barro,


de la misma lluvia, de la misma tierra,


con distintas aguas amasado,


aunque siempre sean iguales sus aromas


cuando vuelven,


los primeros avisos de la primavera.

 


Sabiéndote cerca, impaciente,


como siempre fue, espero tu llegada,


y aunque me agrada dejarme sorprender,


me niego a perder de ti un instante,


desde el principio hasta tu fin, despierto


y en cada segundo, vivirte y beberte.

 


Una nueva amapola ha florecido,


quizá tataranieta de aquella tan hermosa


que aguantaba entre sus pétalos la lluvia


como lágrimas limpias en su copa.



¿Será aquel que canta, el mismo verderón?


¿será el hijo de su hijo, que supo de mí?


o tal vez nadie le hablase de lo humano,


y por eso, sin merecerlo me canta… ingenuo él.   

 


A pesar de la hermosura…, del prodigio,


hoy me supo a poco,


porque nunca lo bueno sea bastante


cuando es el corazón el que se moja


por más que lo ocultes o disfraces. 

 


Una vez más, el ciclo de la vida


me hizo quemar los despojos del invierno,


y empapado hasta el alma, sigo embriagado


de aquel tintineo, de tus olores y tus cantos.


Y por haber lavado mis ánimos marchitos,


por haber hecho alegría de mi llanto,


te doy las gracias, te sigo adorando


y por siempre, sintiéndote mía


y aquel mismo milagro.



José Andreo Moreno es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.