La taberna
El
cáliz de dorado vino en sus dedos blancos,/
era un
narciso amarillo enun búcaro de plata.
Al Ramadi (S. XI)
Estremecen
tus ojos de gacela
allí donde
los pámpanos,
silenciadas
las horas de la tarde,
se hacen
caldo en perfume de barricas
y muere y
vive el tiempo,
esa fuente,
santuario del deseo,
bajo el
toldo en la humedad de unos labios,
perdidos y
salvados
en la
aljama, libando
el zumo oro
amarillo
que venencia
este ágora y mentidero,
y me
arrastra a orillas de tu cuerpo,
naufrago, por fin, en el laberinto.
(Del Poemario Tierra).
El río de la vida
Nací un día
cualquiera del agosto tardío
en una
estrecha y ceñida calle del barrio bajo,
cercana a la
ensoñación vaporosa del río,
la luz
difusa a los pies húmedos de la higuera
y al granado
de las huertas en pleno estío.
Crecí en tu
orilla los pies desnudos,
encarando
con inconsciencia y alegría infantil,
tus
sorpresivas riadas, fieras acometidas,
cincel
nocturno, esmeril que alfombraba los campos,
y la vega
feraz henchida de leones ibéricos.
Descubrí en
tus sendas el rumor de la fontana,
diadema
primorosa cortejando de sombras
la fresca
alameda, y la fragancia de las flores
acariciar la
tibia piel de la muchacha
adolescente
de liviana figura, puro
escorzo,
mariposa encantada, huella diáfana
que
sobrevuela entre azudas las norias del tiempo
en el sur
insondable, en el sur más profundo.
(Del poemario Hilos de luz)
(Del poemario Ulises desnudo)
Berlín,
desnudo cielo tras el martirio,
cruce de
caminos, gloria e infierno
en abrazo,
sublime caja de Pandora
de la
condición humana, terrible don
perecedero,
imposible pesadilla,
mueca,
herida, huella, extraña belleza,
espejismo, tras
las fanfarrias triunfales
la tragedia
engarzada trabada a tus pies.
Tu historia,
la historia, grapada, cosida
en carne
viva, muros de la derrota,
costurones,
bajorrelieves de un siglo,
haz y envés,
fuego y azufre, despojado
delirio en
el vacío de millones de ojos,
franjas
moradas de dolor; destrucción.
Berlín,
savia viva que emerge al crudo invierno,
ave fénix en
el corazón de Europa,
siempre
habrá primavera a las noches negras;
ciudad excesiva,
intensa sinfonía
placentera,
días estivales que alumbran
de alegría
la plenitud de las cuatro
estaciones;
Avenida de los Tilos
donde el
viento húmedo orea de topacios
y esperanza
el estío; cuando tus ríos
cercanos
trazan siluetas
desvaídas
en aguas
violáceas, y los cuerpos
se liberan
de ataduras, de hojarascas…
José Luis García Clavero es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.