Vi llorar, sin consuelo, al abuelo,
guerrero de mil batallas,
esclavo de mil amos,
vigilante de mil frentes,
sometido a mil tiranos,
porque era consciente de estar cayendo
en un pozo que no labró,
en una cloaca que había tapiado,
en un berenjenal que había combatido,
en un corral que había derrumbado,
en una avanzadilla que creía olvidada,
en el mundo que había denostado,
porque estaba podrido.
Se despertó, viendo
que su esfuerzo no había servido,
que todo seguía igual,
que le habían utilizado,
que le habían mentido cruelmente,
que le habían tergiversado sus valores,
que la cultura había sido alterada,
que la religión era mentira,
que nos gobiernan canallas,
que estamos en manos de los pillos,
que mantenemos a mentecatos,
que abandonamos a los que trabajan,
que despreciamos a los jóvenes,
que maltratamos a los ancianos,
que divulgamos
protocolos que no se aplican,
que potenciamos a los vagos,
que archivamos los recuerdos,
que nos cegamos en botellones,
que se destrozan las familias,
que nos trastorna la tecnología,
que inventamos cómo matar más efectivo,
que la justicia no vale...
Lloraba de soledad,
por su esfuerzo ignorado,
por pena e incomprensión,
por la carencia de refugio,
por la falta de un alma amiga,
de angustia por el frío,
de incertidumbre,
de sed de leche tibia...,
¡y de vergüenza!
Las veredas del caminante son las alamedas,
los tilares y las que bordean los
jacarandás alegres,
los hayedos y los pinares umbrosos de la
colina,
los palmerales, los eucaliptales o los
quejigales.
No considera los vestidos de la
naturaleza,
porque es toda ella vestido o encinar
frondoso.
Los alojos son de retama, de tojo, de
tomillo,
de lavanda o de espliego, de citronella
y hierbabuena,
de cilantro y de romero. No le importan
las camas,
porque toda la naturaleza es lecho
seguro.
El caminante es indiferente a las
formas;
solo vive y respeta el vivir del que
vive.
Y brilla. Y cabalga. Y trota. O viaja al
paso, pero va.
Más que brillo, tiene lustre.
Como crin engrasada, pegada al cráneo,
o bien cabellera enyelmada, el rubio
claro
da tonos áureos a su imagen estática.
Dios estepario parece,
o máscara, cuando asoma bajo el casco
su expresión arrugada, no quebrada,
espabilada.
No lleva pezuñas herradas su montura
para simular un jaco pardo,
más bien matalón cansado parece, de
trotares torpes,
con silla de lana basta, para horcajada
campesina.
Imagen triste de largos caminares,
orejas gachas de jamelgo hastiado,
va dejando babas dulces sobre los
henares sin masticar,
y abandona bufidos cansos en los
pesebres.
Continúa, que no abandona, el paso,
sobre el animal enjuto,
ojeando giros aspados en el horizonte,
vagamundo despistado de costumbres,
por los regatos montunos, enharinados,
de la tierra alta de los molinos de
piedra redonda.
Perdidos andan, entre verdes propuestas
destronadas,
buscando las montaraces yeguas de
perfiles duros,
tascando hierro de talla elegante,
mientras sus melenas se desparraman al
viento
y se le deslíen los iris mesetarios,
tasílicos,
del color de las quebradas en sombra,
con las figuras encopetadas de seres
cósmicos.
Y se pierden, el viajero y su montura, soñando
desiertos,
donde ya no queda nadie, olisqueando el
amor.
¡Eterno camino!
La memoria
es de aire;
las penas, son de agua;
las tristezas, de cemento;
las alegrías, aliento del alma.
El olvido
es lamento espiritual
empapado de ternura
que se cuela por los resquicios del recuerdo.
Recordar, es fortuna que poco dura
y riqueza destinada a la pérdida.
La ignorancia es el engaño que la comodidad
utiliza
para mentirse y oxidar los cimientos
de la fortaleza imprescindible.
Clausurar las puertas del saber
es alienación social sin futuro.
Solo el inútil comprende
que los campos puedan pisarse
y esperar cosecha sana y fértil.
La tierra no se miente: su conocimiento
puede al hombre y su demencia.
La naturaleza es sabia
y no consiente el juego sucio.
Solo el hombre mata y muere.
Lo natural, se recicla y renace siempre vivo.
El futuro, es una esfera
que se nutre del pasado,
lo reitera, retocado,
y lo replica.
Se maquilla
en los espejos que ya fueron,
y se modela para los que llegan
a las fronteras.
El futuro, bota,
y gira,
como una bola,
y es hebilla
del cinturón que lo sujeta
a la panza de la historia.
Yo tengo ojos a los
que mirar,
manos que tocar,
un torso que abrazar,
palabras que decir,
juicio para no
juzgarte,
amor de sobra para
repartir,
muchas ganas de
escucharte
y tiempo a espuertas
que dedicarnos.
Y sin enchufes,
sin baterías, sin
pantallas, sin botones;
todo, solo a cambio de
tu compañía,
si deseas compartirla
conmigo.
Entre humanos.
José Manuel Cairo Antelo es delegado permanente de la UNEE de Relaciones con la Medicina.