José Manuel Cairo Antelo, poemas


Vi llorar, sin consuelo, al abuelo,

guerrero de mil batallas,

esclavo de mil amos,

vigilante de mil frentes,

sometido a mil tiranos,

porque era consciente de estar cayendo

en un pozo que no labró,

en una cloaca que había tapiado,

en un berenjenal que había combatido,

en un corral que había derrumbado,

en una avanzadilla que creía olvidada,

en el mundo que había denostado,

porque estaba podrido.

 

Se despertó, viendo

que su esfuerzo no había servido,

que todo seguía igual,

que le habían utilizado,

que le habían mentido cruelmente,

que le habían tergiversado sus valores,

que la cultura había sido alterada,

que la religión era mentira,

que nos gobiernan canallas,

que estamos en manos de los pillos,

que mantenemos a mentecatos,

que abandonamos a los que trabajan,

que despreciamos a los jóvenes,

que maltratamos a los ancianos,

que divulgamos protocolos que no se aplican,

que potenciamos a los vagos,

que archivamos los recuerdos,

que nos cegamos en botellones,

que se destrozan las familias,

que nos trastorna la tecnología,

que inventamos cómo matar más efectivo,

que la justicia no vale...

 

Lloraba de soledad,

por su esfuerzo ignorado,

por pena e incomprensión,

por la carencia de refugio,

por la falta de un alma amiga,

de angustia por el frío,

de incertidumbre,

de sed de leche tibia...,

¡y de vergüenza!


Las veredas del caminante son las alamedas,

los tilares y las que bordean los jacarandás alegres,

los hayedos y los pinares umbrosos de la colina,

los palmerales, los eucaliptales o los quejigales.

No considera los vestidos de la naturaleza,

porque es toda ella vestido o encinar frondoso.

Los alojos son de retama, de tojo, de tomillo,

de lavanda o de espliego, de citronella y hierbabuena,

de cilantro y de romero. No le importan las camas,

porque toda la naturaleza es lecho seguro.

El caminante es indiferente a las formas;

solo vive y respeta el vivir del que vive.

Y brilla. Y cabalga. Y trota. O viaja al paso, pero va.

Más que brillo, tiene lustre.

Como crin engrasada, pegada al cráneo,

o bien cabellera enyelmada, el rubio claro

da tonos áureos a su imagen estática.

Dios estepario parece,

o máscara, cuando asoma bajo el casco

su expresión arrugada, no quebrada, espabilada.

No lleva pezuñas herradas su montura

para simular un jaco pardo,

más bien matalón cansado parece, de trotares torpes,

con silla de lana basta, para horcajada campesina.

Imagen triste de largos caminares,

orejas gachas de jamelgo hastiado,

va dejando babas dulces sobre los henares sin masticar,

y abandona bufidos cansos en los pesebres.

Continúa, que no abandona, el paso,

sobre el animal enjuto,

ojeando giros aspados en el horizonte,

vagamundo despistado de costumbres,

por los regatos montunos, enharinados,

de la tierra alta de los molinos de piedra redonda.

Perdidos andan, entre verdes propuestas destronadas,

buscando las montaraces yeguas de perfiles duros,

tascando hierro de talla elegante,

mientras sus melenas se desparraman al viento

y se le deslíen los iris mesetarios, tasílicos,

del color de las quebradas en sombra,

con las figuras encopetadas de seres cósmicos.

Y se pierden, el viajero y su montura, soñando desiertos,

donde ya no queda nadie, olisqueando el amor.

¡Eterno camino!


La memoria es de aire;

las penas, son de agua;

las tristezas, de cemento;

las alegrías, aliento del alma.

 

El olvido  es lamento espiritual

empapado de ternura

que se cuela por los resquicios del recuerdo.

Recordar, es fortuna que poco dura

y riqueza destinada a la pérdida.

 

La ignorancia es el engaño que la comodidad utiliza

para mentirse y oxidar los cimientos

de la fortaleza imprescindible.

Clausurar las puertas del saber

es alienación social sin futuro.

 

Solo el inútil comprende

que los campos puedan pisarse

y esperar cosecha sana y fértil.

La tierra no se miente: su conocimiento

puede al hombre y su demencia.

 

La naturaleza es sabia

y no consiente el juego sucio.

 

Solo el hombre mata y muere.

Lo natural, se recicla y renace siempre vivo.


El futuro, es una esfera

que se nutre del pasado,

lo reitera, retocado,

y lo replica.

 

Se maquilla

en los espejos que ya fueron,

y se modela para los que llegan

a las fronteras.

 

El futuro, bota,

y gira,

como una bola,

y es hebilla

del cinturón que lo sujeta

a la panza de la historia. 



No me confundas nunca con una máquina

Yo tengo ojos a los que mirar,

manos que tocar,

un torso que abrazar,

palabras que decir,

juicio para no juzgarte,

amor de sobra para repartir,

muchas ganas de escucharte

y tiempo a espuertas que dedicarnos.

Y sin enchufes,

sin baterías, sin pantallas, sin botones;

todo, solo a cambio de tu compañía,

si deseas compartirla conmigo.

Entre humanos.


José Manuel Cairo Antelo es delegado permanente de la UNEE de Relaciones con la Medicina.