Murallas
Atardecía ya la primavera
sobre la dulce piel
de aquella joven sin amar.
Él trajo desde lejos
la camisa impregnada
de membrillos y hombre,
y sobre todo
dos golpes de misterio
velados tras los lentes.
Cuando tomaron el primer licor
proyectando el futuro,
las líneas de sus manos ya tenían
murallas entre ellos.
La aldaba del fracaso
clamó con voz de bronce,
grito que fue a morir junto a las velas.
Ellos, absortos como estaban
en hacerse creíbles las mentiras,
no oyeron el mensaje y acabaron
perdidos en la miel de un beso.
Después de tanto tiempo, por fin la lluvia cae
en estas calles largas como días sin amor.
El agua juega dócil a empañar los cristales
mientras canta en sordina
monótonas canciones.
Los transeúntes crean un ballet de paraguas
A la mesa hogareña se sienta la familia,
humean los tazones, impregnando el espacio
de aromas a café y pasteles recientes.
Desde el televisor,
una mujer observa nuestras horas
de hojaldre con vainilla, sin que su lengua intente
ni una sola palabra, ni un mínimo reproche.
En su regazo, un niño, envuelto en delgadez,
liba un pecho tan seco como el erial que enmarca
esta escena africana. Me hace daño la imagen.
Dios, que tienes mil nombres, si eres Tú quien nos manda
espiga, levadura y el agua indispensable,
te ruego que repartas bien tus dones
a lo largo del mundo,
que no falte tahona donde cocer la hogaza,
que crezca y se haga grande hasta que llegue a todos.
Dios, que todo lo puedes, retira de mi mesa
cuanto quieras llevarte, o mejor, dame aún más
para que sea yo mismo
quien pueda borrar ´hambre`
del cruel diccionario de las bocas del mundo.
Niños sin zapatos
Para M. Luisa Escrich y Jesús Fernández,
por mostrarme el camino.
¿Qué mano justiciera
será la que os obliga
a pisar sin zapatos las veredas del mundo,
niños comidos de miseria?
¡Hay tanto desamor en el paisaje,
tanta desolación en vuestros ojos
que son como puñales en los míos,
como golpes de lluvia que me escupen!
En vuestros vientres secos
hizo su madriguera
el hambre con su séquito de espadas,
con sus ritos de duelo,
con su maldito afán de gangrenaros
una infancia
que debió ser de rosas,
con su algodón de azúcar,
y el derecho a los libros y al saber.
¿Quién firmó ese decreto
que os condena a una casa
con el cielo por techo,
y a un jergón de inmundicias
donde soñar con angelitos?
¿Quién soltó a vuestros pies
un batallón de ratas
y os mintió en Navidad
diciendo que esos eran los juguetes
traídos por los Magos?
Me niego a silenciaros,
me rebelo y denuncio a los culpables
que dirigen el mundo,
y os deshacen la vida
como si fueran dioses ofendidos.
¿Dónde está vuestra culpa
si no tuvisteis tiempo todavía
de perder la inocencia?
El pan amenazado
Para Pepa Nieto, poeta comprometida
con los dramas humanos.
Ni siquiera las aves
han querido posarse en tu desgracia,
en tu cuna
de papeles heridos,
esa isla azotada por un mar
de tierra yerma, de desechos,
que nunca conoció la luz ni los colores.
Hay cartón en tus puntos cardinales,
niño sin flores en los ojos,
canción sin melodía,
verso sajado
por la piedra del frío.
Dicen que en tu interior habita
una bestia con hambre,
que nuestro pan está en peligro,
dicen que debes desandar tus pasos
y regresar al pozo
para que te devore la negrura,
dicen que el mundo se quedó pequeño,
y que no hay pienso suficiente
para tanto ganado.
Y yo sigo leyendo
las interrogaciones de tus ojos,
sin poder responderte,
sin poder comprender
por qué nos empeñamos
en sembrarle dolor a nuestros campos
en lugar de esparcirle
la semilla del trigo entre los surcos.
La llaga
Para esos seres humanos que se ven obligados
a huir de sus países por culpa de las guerras.
Eran dulces las horas
en mi país de entonces,
con el jazmín danzando entre la brisa,
mientras leía los poemas
escritos en el cielo por los astros.
Muy cerca de mi alcoba
jugaban con el sueño mis hermanos.
Tendidos, al amor de los cojines,
mis padres planeaban el futuro,
y en el huerto dormían las palomas,
felices en la copa de un naranjo,
cuando nació del vientre de la noche
una bestia terrible
que deshizo la vida en mil fragmentos.
Ahora voy errante por el mundo;
de todo lo que fue y de lo que fuimos
solo queda dolor en mi estatura.
Me llamo Paz y llevo en carne viva
la llaga del recuerdo.
(Primer
premio IV Certamen “Gritos en Verso, 2018”, de ASEAPO)
Donde todo empezó
Desde Caín y Abel,
si es que las cosas son como las cuentan,
llueve dolor con furia
sobre los territorios
de este inhóspito mundo.
Si ya entre dos hermanos,
con una tierra fértil,
apenas estrenada,
a su disposición sin restricciones,
brotó en el fondo de sus pechos
el árbol de la envidia y el rencor,
e inventaron la lucha para que el victorioso
plantase su bandera ensangrentada
en su copa maldita,
no puede sorprendernos
el eco de las balas por doquier.
Si en aquel tiempo púber
tan solo existía un Dios al que escuchar,
y aquellos dos muchachos
se confesaron incapaces
de atender sus consejos,
¿qué vamos a esperar
en este campo de batalla,
en el que las deidades
se ven multiplicadas por millones
y, sin más objetivo que su gloria,
empujan a los fieles
a encenderle la mecha al holocausto?
Los descendientes de aquellas dos estirpes,
la humanidad entera,
según reza en los libros,
llevan siglos buscando el sitio exacto
donde sigue creciendo el árbol venenoso
para arrancarlo de raíz, nos dicen,
y mientras tanto juegan
a destruir el mundo poco a poco.
Ego
Ahora
que ya sé que el ego
es
bufanda que no me quita el frío,
y
que tengo asumido desde siempre
que
mi nombre no va a quedar escrito
en
las paredes del recuerdo,
que
morirá de lluvia y abandono
cuando
diciembre cierre su cancela
y
yo quede aterido al otro lado,
con
mi collar de versos y temores
y
mucha soledad e incertidumbre.
Ahora,
que ya no espero nada,
me
siento a releer viejos poemas
con
cierta complacencia, mas no tardo
en
escuchar la voz que me recuerda
que
quiero seguir siendo un aprendiz
viviendo
a siglos luz
de
los pozos maestros donde bebo.
Únicamente blanco o negro
Ahora
que ya bajo la escalera,
qué
lejos se me antoja
aquel
tiempo en que todo
debía
ser
de
un blanco inmaculado
o
un negro riguroso.
Ahora
esos colores
se
han llenado de esquinas
y
mis ojos, de agua,
un
líquido tan turbio
que
me va emborronando los peldaños
y
me llena de sombras y de dudas.
El
huracán de la memoria
ha
pasado arrasando las certezas.
Hambre de jíbaro
Llegó
sin anunciarse,
igual
que una visita impertinente,
y
ocupó las veredas de mi cuerpo
con
saña de tormenta.
Su
dictadura impuso, sin que yo
pudiese
dar un grito y reaccionar.
Yo,
que nunca dejaba
arañar
mis murallas ni de lejos,
fui
pelele en sus manos.
Me
inoculó el veneno de los miedos,
su
dedo acusador me señalaba,
llenándome
de culpas,
y
me azuzaba las paredes
para
que me aplastasen,
me
prohibió el alimento
y,
con hambre de jíbaro,
me
dejó reducido a casi nada.
Hace
ya algunos meses
que
el monstruo de la depresión se ha ido
mas
todavía llevo
sus vivas dentelladas en la mente.
Yo
soy un hombre alegre
borracho
de tristeza,
y
todos los tejados
derraman
llanto sobre mí.
Soy
un niño asustado ante la vida,
ese
bosque con lobos
que
debo atravesar en plena noche,
una
valija que no encuentra
tu
mano en este viaje.
¿Dónde
están las palabras
que
solías decirme
al
hablar el idioma de los besos?
¿No
ves que sin tu nombre
me
engullirán los altos precipicios?
No
quiero despeñarme
por
los acantilados de la ausencia,
pero
cuando te llamo
recibo
bofetadas de silencio.
Si
no regresas pronto,
tal
vez tan sólo encuentres
un
riachuelo de lágrimas
entre
cantos rodados
repitiendo
tu imagen.
Tengo un mar interior
con
aguas putrefactas
que
no supieron encontrar
el
cauce de mis ojos,
un
mar que tomó forma
en
las horas tempranas
del
alba de mi vida,
unas
aguas que desbordan dolor
y
ulceran mi recuerdo.
Yo
andaba por las calles,
como
todos,
me
asomaba al abismo de los libros,
como
todos,
me
bañaba en el río de los juegos,
como
todos,
hurgaba
entre los velos del futuro,
como
todos,
pero
no amaba como todos,
una
osadía imperdonable
que
me hizo prisionero
en
aquel zoo humano
que
estaba tan de moda por entonces.
A
veces no es preciso
estar
entre barrotes
para
sentirse dentro de la jaula,
para
notar la burla que te busca
como
un escupitajo,
mientras
los altavoces cacarean:
“Pasen
y sean
testigos,
señoras y señores,
de
la gran insolencia de este humano
que tiene el corazón en rebeldía.”
Juan Calderón Matador recibirá en 2025 la Medalla de San Isidoro de Sevilla de la Unión Nacional de Escritores de España.