Avento la luna salinera
que otorga las pleamares
en esta tierra amorosa,
mi querida doncella luminosa.
Eres sal de la gracia divina,
donde la semilla aquiescente,
solera de paz y bonanza,
ribete tornasolado al amanecer,
diadema fulgida de la noche
cuajada de perlas y estrellas,
ígneo clamor apoteósico
de tu boca en mi boca, ardiente.
Te quiero en los goces dulces
y en las estepas solariegas
y en el brío de la madrugada,
y en la calma del mediodía,
dulzor, centella engalanada
de rubores encendidos, de fogonazos
ascendentes en esta hora risueña.
Dame tus manos, corazón,
que prenda fuego a tu cintura,
que arda contigo, antorcha,
que restañe en tus ojos, princesa:
ascendamos los espíritus, amor,
avancemos pletóricos en la foresta.
Entrégate a mis alas, azúcar:
¡seamos luz radiante, vida mía!
POR AMOR HIERVE la sangre en mis
venas,
me arremolino, me levanto, subo a ti.
Por amor me elevo a las alturas (del
sicomoro),
me encrespo, me apasiono, vibro,
vivo.
Tu boca es como un incendio de
amapolas.
Tus ojos como un cometa fulgurante en
la noche.
Tu palabra como un oasis en medio del
desierto.
Tu sexo como una vorágine de
mariposas.
Abro mi boca hasta tu pubis y la flor
de la ambrosía amanece hasta mis
labios.
Tu amor es un inconmensurable espacio
lleno
de estrellas, de planetas, de soles,
de aire.
Y te amo como un río de esperma brota
en la madrugada regado de placer
ascendente.
Y te broto como un cervatillo pace en
las riberas
del bosque a la primera luz pura del
alba.
Yo te amo, con mil ilusiones y mil
canciones,
saboreando tu cuerpo como el mar la
orilla.
Te amo, sol de mis simientes, sobre
el refulgir
de la mañana, que nos ve regresar a la vida.
Juan Orozco Ocaña es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.