Alcemos las copas, "Safir"
Escancia zumo de la
diosa, “Safir”,
el precioso elixir de
la rubia cebada
en estos sureños prados
diáfanos
de nuestra villa al
mediodía,
en el meridional solar
de Tarssis.
Escancia los jugos
dorados, “Safir”,
cual una orza se eleva
al cielo mientras
rumiamos los rezos mágicos
y puros de la esencia etérea,
que nos une con todo el
universo.
Escancia en las copas,
“Safir”,
la luna nueva y la
creciente,
para que así devenga en
luz,
tan plena y precisa
cual estrella
pura que ilumina el
devenir.
Escancia en la plata
“Safir”,
en los ritones del agua
de la fuente
sagrada que hubiere en
Delfos:
“¡Conócete a ti mismo,
hermano!
¡Haz de tu saber, tu
fuerza!”.
Escancia en las patenas
de oro, “Safir”,
el vino maravilloso de
los sentidos:
“Pues que, si te
conoces en todo,
sabrás de tus capacidades,
proyectando,
y también de tus
limitaciones, hombre”.
Escancia en este
cristal encendido
el licor tan precioso
para la fiesta:
y en esto, conocerás
tus potencialidades,
sabiendo de qué cosas
eres capaz,
y hasta donde puedes
llegar sin derrotas.
Llena el copón de
alabastro, “Safir”,
cubierto de ágatas y
aguamarinas,
para conversar sobre lo
cuántico,
sobre la sangre y los
misterios:
¡alcémonos en un
brindis perpetuo!
con mil emociones entonadas; la suavidad
de tus nalgas floridas de parsimonia y dulzura.
La tersura de tus senos turgentes y prietos
en honor de la gracia –que alimento serán
algún día de los hijos--, a la gracia vital
y primeriza de la vida que brota en la tierra.
Y así refuljo al son de tus cadencias,
de tus conjeturas, de tus caderas fértiles,
de tus brazos armoniosos y aparentemente frágiles,
que dan vida a mi cuerpo cuando lo abrazas.
Abrasadores son, al mismo tiempo, tus besos,
tus ósculos sonoros de luz y de color,
de un sabor intenso a uvas maduras,
a un sabroso festín acuoso de claridades,
a un gusto y regusto placentero y hondo.
Por ti, renazco, amor, cada mañana,
por tus muslos y tu torso de plegarias
amadas, por tu esencia pura, por tu alma,
por tu savia edulcorada de placeres etéreos:
tu alma y tu espíritu, amorosos, que yo adoro.
Avento la luna salinera
que otorga las pleamares
en esta tierra amorosa,
mi querida doncella luminosa.
Eres sal de la gracia divina,
donde la semilla aquiescente,
solera de paz y bonanza,
ribete tornasolado al amanecer,
diadema fulgida de la noche
cuajada de perlas y estrellas,
ígneo clamor apoteósico
de tu boca en mi boca, ardiente.
Te quiero en los goces dulces
y en las estepas solariegas
y en el brío de la madrugada,
y en la calma del mediodía,
dulzor, centella engalanada
de rubores encendidos, de fogonazos
ascendentes en esta hora risueña.
Dame tus manos, corazón,
que prenda fuego a tu cintura,
que arda contigo, antorcha,
que restañe en tus ojos, princesa:
ascendamos los espíritus, amor,
avancemos pletóricos en la foresta.
Entrégate a mis alas, azúcar:
¡seamos luz radiante, vida mía!
POR AMOR HIERVE la sangre en mis
venas,
me arremolino, me levanto, subo a ti.
Por amor me elevo a las alturas (del
sicomoro),
me encrespo, me apasiono, vibro,
vivo.
Tu boca es como un incendio de
amapolas.
Tus ojos como un cometa fulgurante en
la noche.
Tu palabra como un oasis en medio del
desierto.
Tu sexo como una vorágine de
mariposas.
Abro mi boca hasta tu pubis y la flor
de la ambrosía amanece hasta mis
labios.
Tu amor es un inconmensurable espacio
lleno
de estrellas, de planetas, de soles,
de aire.
Y te amo como un río de esperma brota
en la madrugada regado de placer
ascendente.
Y te broto como un cervatillo pace en
las riberas
del bosque a la primera luz pura del
alba.
Yo te amo, con mil ilusiones y mil
canciones,
saboreando tu cuerpo como el mar la
orilla.
Te amo, sol de mis simientes, sobre
el refulgir
de la mañana, que nos ve regresar a la vida.
Juan Orozco Ocaña es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.