Juan Orozco Ocaña (JOROS), poemas

 

He gozado y disfrutado

del vuelo de tu piel sobre la mía,

de la extensión del velamen de tu nao,

batido por el viento de mi ser, sobre el agua de mi boca.

Te abro las alas del espíritu,

mujer bendita, mientras susurro un canto,

un rezo íntimo, una pasión desbordada,

un hálito de fuego prudente y luminoso,

que hace señales a tu cuerpo perfumado

por el aroma de las flores en la aurora.

 

De amanecida te pretendo, espejo puro,

para mirarme en ti, y volcarme en tus brazos,

mientras abro mi semen al olor profundo

de tu costado, fresco y ágil, brioso y latente,

cual pálpito de azucenas mayestáticas,

cual remanso de canciones afrodisíacas

que rememoran el elixir de las islas

paradisíacas donde nos hallamos vivos;

y las semillas plenas y verdes, sonrientes,

de mi amor por ti avanzan en el alba

y se adentran en el día, buscando la sombra

esbelta de tu figura, preciosa mía.

 

Eres el tobogán cálido de mis sueños,

un frenético y estimulante halago de besos.

Eres la fruta madura que como con deleite.

Eres el corazón salvaje de una intensa noche

de verano en la que no se duerme:

sándalo que perfuma las bridas de mi ser;

¡extasiado penetro tu húmeda penumbra! 


Alcemos las copas, "Safir"

Escancia zumo de la diosa, “Safir”,

el precioso elixir de la rubia cebada

en estos sureños prados diáfanos

de nuestra villa al mediodía,

en el meridional solar de Tarssis.

 

Escancia los jugos dorados, “Safir”,

cual una orza se eleva al cielo mientras

rumiamos los rezos mágicos

 y puros de la esencia etérea,

que nos une con todo el universo.

 

Escancia en las copas, “Safir”,

la luna nueva y la creciente,

para que así devenga en luz,

tan plena y precisa cual estrella

pura que ilumina el devenir.

Escancia en la plata “Safir”,

en los ritones del agua de la fuente

sagrada que hubiere en Delfos:

“¡Conócete a ti mismo, hermano!

¡Haz de tu saber, tu fuerza!”.

 

Escancia en las patenas de oro, “Safir”,

el vino maravilloso de los sentidos:

“Pues que, si te conoces en todo,

sabrás de tus capacidades, proyectando,

y también de tus limitaciones, hombre”.

 

Escancia en este cristal encendido

el licor tan precioso para la fiesta:

y en esto, conocerás tus potencialidades,

sabiendo de qué cosas eres capaz,

y hasta donde puedes llegar sin derrotas.

Llena el copón de alabastro, “Safir”,

cubierto de ágatas y aguamarinas,

para conversar sobre lo cuántico,

sobre la sangre y los misterios:

¡alcémonos en un brindis perpetuo!


LA TERNURA DE TU VIENTRE ensalivado

con mil emociones entonadas; la suavidad

de tus nalgas floridas de parsimonia y dulzura.

La tersura de tus senos turgentes y prietos

en honor de la gracia –que alimento serán

algún día de los hijos--, a la gracia vital

y primeriza de la vida que brota en la tierra.

 

Y así refuljo al son de tus cadencias,

de tus conjeturas, de tus caderas fértiles,

de tus brazos armoniosos y aparentemente frágiles,

que dan vida a mi cuerpo cuando lo abrazas.

 

Abrasadores son, al mismo tiempo, tus besos,

tus ósculos sonoros de luz y de color,

de un sabor intenso a uvas maduras,

a un sabroso festín acuoso de claridades,

a un gusto y regusto placentero y hondo.

 

Por ti, renazco, amor, cada mañana,

por tus muslos y tu torso de plegarias

amadas, por tu esencia pura, por tu alma,

por tu savia edulcorada de placeres etéreos:

tu alma y tu espíritu, amorosos, que yo adoro.


Avento la luna salinera

que otorga las pleamares

en esta tierra amorosa,

mi querida doncella luminosa.

Eres sal de la gracia divina,

donde la semilla aquiescente,

solera de paz y bonanza,

ribete tornasolado al amanecer,

diadema fulgida de la noche

cuajada de perlas y estrellas,

ígneo clamor apoteósico

de tu boca en mi boca, ardiente.

 

Te quiero en los goces dulces

y en las estepas solariegas

y en el brío de la madrugada,

y en la calma del mediodía,

dulzor, centella engalanada

de rubores encendidos, de fogonazos

ascendentes en esta hora risueña.

 

Dame tus manos, corazón,

que prenda fuego a tu cintura,

que arda contigo, antorcha,

que restañe en tus ojos, princesa:

ascendamos los espíritus, amor,

avancemos pletóricos en la foresta.

Entrégate a mis alas, azúcar:

¡seamos luz radiante, vida mía!


Por amor hierve la sangre

POR AMOR HIERVE la sangre en mis venas,

me arremolino, me levanto, subo a ti.

Por amor me elevo a las alturas (del sicomoro),

me encrespo, me apasiono, vibro, vivo.

 

Tu boca es como un incendio de amapolas.

Tus ojos como un cometa fulgurante en la noche.

Tu palabra como un oasis en medio del desierto.

Tu sexo como una vorágine de mariposas.

 

Abro mi boca hasta tu pubis y la flor

de la ambrosía amanece hasta mis labios.

Tu amor es un inconmensurable espacio lleno

de estrellas, de planetas, de soles, de aire.

 

Y te amo como un río de esperma brota

en la madrugada regado de placer ascendente.

Y te broto como un cervatillo pace en las riberas

del bosque a la primera luz pura del alba.

 

Yo te amo, con mil ilusiones y mil canciones,

saboreando tu cuerpo como el mar la orilla.

Te amo, sol de mis simientes, sobre el refulgir

de la mañana, que nos ve regresar a la vida.


Juan Orozco Ocaña es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.