Juan Salvador del Cerro Faura, poemas


Marchó su tan ilustre caballera

Marchó su tan ilustre cabellera

por haber sufrido el tiempo y su paso,

que abandonó el resplandor del ocaso

para dejar de ser lo que antes era.

 

Volviose recuerdo el bosque tupido

dando paso a una cumbre pelada

en la que puede verse reflejada

la gran silueta de un sol esculpido.

 

Dejó ya de peinarse con esmero,

como solía hacer a diario,

con toda la facilidad del mundo.

 

Decidió pues comprarse un buen sombrero,

viéndose este su vacío profundo

bajo un altar oscuro y solitario.


Si pretendes desaparecer

Si pretendes desaparecer,

debes saber que no quiero

un pasado sin ti, no,

sino un presente absoluto

que me permita ser y estar contigo,

sin ser cuanto fuimos

en pro de ser aquello que seremos.

Vete si quieres, hazlo,

pero quédate.

Te esperaré en este ahora

presionando contra el pecho

nuestra frágil concepción del tiempo,

rompiéndola en mil pedazos.

Entonces en todos ellos,

efímeros presentes,

nos veremos reflejados,

unidos por la distancia,

separados por la nada,

y en algún lugar, en esta vida,

seremos lo que no hemos sido

dejando, pues, de ser

la sombra de lo que no fuimos

cuando fuimos la sombra

de lo que llegaremos a ser.

Si pretendes desaparecer.

debes saber que quiero

un futuro contigo, sí,

y un presente absoluto

que me impida ser y estar sin ti,

siendo cuanto seremos

por no ser aquello que fuimos.


¡Ah de la noche! Luna me responde

¡Ah de la noche! Luna me responde.

Luce el cristal su trémula blancura

e iluminando aquesta noche oscura

aviva el fulgor que mi pecho esconde.

 

Mi alma desea, Selene, que ahonde

y yazca con tu virginal figura,

pero Aisa un triste final me augura,

implacable, y si Amor no corresponde…

 

mas acepto cuanto implica mi desdén;

prepare pues si gusta sus tijeras,

que esta noche aguarda el fruto del Edén.

 

No escribiré palabras lisonjeras,

no es eterno lo efímero; que otros den

sus versos a beldades pasajeras.


Temprano despertó un día, para volverse noche

Temprano despertó un día, para volverse noche.

Dejó atrás su letargo cierto instante de una época inconclusa.

Su cálido gemido deshizo el gélido silencio,

y los ecos se vertieron, poco a poco, sobre un vacío primigenio.

Un momento le bastó para dar su primer paso. Solo uno.

Suavemente se movía, despacio. Casi sin moverse.

Luego vino el segundo, tan propio de un andar despreocupado.

Los siguientes llegaron solos.

El tiempo se quedó como prebenda el placer de su compañía,

y no soltó su mano desde entonces. Eran uno en todas partes.

Solo uno. Nada más.

Y como una brisa besó su dulce, dulcísima mejilla, para grabar

a fuego bajo su piel una eterna promesa. Un sueño.

Lo recuerdo como si fuera ayer.

Lo recuerdo como si solo hubiera pasado un momento,

breve, brevísimo, tan efímero como un suspiro.

Pero aquí se encuentra ahora, aguardando en silencio, quieto,

escuchando el tic-tac de sus latidos. Aquí sigue, solo al fin y al cabo.

Solo junto al tiempo.

La luz vertida por los soles ha ido erosionando su rostro.

Ha marcado los años en su cuerpo, como el náufrago que traza

tantas líneas como lunas en la corteza de un tronco pajizo.

Aún recuerda sus vivencias con confusa nitidez.

Como el mar hace con los barcos hundidos, él guarda el pasado

en lo más profundo de su ser.

Hoy ha cerrado los ojos para soñar dormido. Era la vida

un desierto, pero ha llegado al oasis. Ya descansa bajo la palmera

contemplando las cenizas de un crepúsculo soberbio.

Ya descansa en la sombra. El mundo guarda silencio. No habla.

Está callado.

Solo queda el viento. La luz está apagada. Ha llegado la noche.


Apenas me paro y la contemplo

Apenas me paro y la contemplo

sucumbo a su pétrea figura,

y herido y sometido a la amargura

tiendo a predicar con el ejemplo.

 

Cómo alejaré la oscuridad adversa

que infundió hasta su aflicción,

si nada luego adhiere o versa

tan inexorable condición…

 

Ya es vorágine y estigma,

grave ademán aprensivo.

Electo por un frágil enigma

voy ávido mas no altivo.

 

Parece niebla el sentido.

El dolor ha crecido sin demora

y ahora aminora al creerme abatido,

al verme caído, leve y preso si en mí mora.

 

Me acapara si lo siento

y nunca acaba la elegía,

pero logro al fin mi intento,

y retomada esa energía

sonrío yo a quien fue tormento.

Sonrío yo a quien fue… en su momento.



Mi Santo Grial

No tiene precio, cual sol, o viento,

soñar lo soñado, o decir lo que digo,

pues entre el mar y el abismo te sigo

y no sin verte consigo este sentimiento.

 

Ayer quise recordar, y una centella,

como luz, pudo volverme del olvido.

Para preservarla, la he escondido

entre las luces de una estrella.

 

Ahora solo deseo que ni caiga ni prenda,

que no se dañe, no se arañe ni se pierda.

Después de tardes angostas a solas

pude recordar: la costa, sus olas…

 

Hoy dura, pero vaga, su luz candente.

Sé bien que, haga lo que haga,

ella se apaga, y se minora en mi mente.

Su brillo… se acaba, cual ser inerte.

 

Hoy, frío diario, la he perdido

No ha resistido el paso nublado,

y al verse abrumada, se ha extinguido.

Adiós al haz más frustrado jamás habido.

 

Han pasado doce días de sentirme consumido.

Después de haberse ido me he sumido

en un sueño castizo ávido de melodías,

temiendo de pena caer en el olvido.

 

Soñaré pues, y seguidamente escribiré.

Estaré despierto, y representaré lo sentido

hasta darle un sentido, aun si fuese incierto.

Luego espero, por verte, seguir dormido.


Juan Salvador del Cerro Faura es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.