La educación en Galdós


Juan López Martínez

1. La Constitución de Cádiz.

Podemos afirmar que Benito Pérez Galdós es hijo de la Constitución de Cádiz. La Constitución de 1812 se publicó hasta tres veces en España (1812, 1820 y 1836). Constituyó un hito democrático de la primera mitad del siglo XIX. Trascendió a varias constituciones europeas e impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la mayor parte de los Estados americanos durante y tras su independencia.

Galdós, novelista, dramaturgo, cronista y político español, nace en 1843 y vivió hasta 1920. Se le considera uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX, no solo en España y un narrador fundamental de la historia de la literatura en lengua española, tal vez, el mayor novelista español después de Cervantes. Transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del naturalismo y aportó a la narrativa una importante profundidad psicológica, desde una perspectiva humanista de la realidad humana y social que le hizo enormemente popular. Fue Académico de la Real Academia Española desde 1897. Tuvo un gran compromiso en el ámbito de la política, aunque él nunca se consideró político. Liberal de republicanismo moderado y posteriormente socialista, de la mano de Pablo Iglesias, llegó a ser diputado en Cortes en 1886 por Guayama (Puerto Rico). A comienzos del siglo XX ingresó en el Partido Republicano y fue diputado en Cortes por Madrid en las legislaturas de 1907 y 1910 por la “Conjunción Republicano Socialista” y en 1914 fue elegido diputado por Las Palmas.

Las Cortes abrieron sus puertas el 24 de septiembre de 1810 en el teatro de la isla de León para, posteriormente, trasladarse al oratorio de San Felipe Neri en la ciudad de Cádiz. Allí se reunieron los diputados electos por el decreto de febrero de 1810, que había convocado elecciones tanto en la península como en los territorios americanos y asiáticos. A estos se unieron suplentes elegidos en el mismo Cádiz para cubrir la representación de aquellas provincias de la monarquía ocupadas por las tropas francesas o por los movimientos insurgentes americanos. Las Cortes, por tanto, estuvieron compuestas por algo más de trescientos diputados, de los cuales cerca de sesenta fueron americanos.

La Constitución fue jurada en América y su legado es notorio en la mayor parte de las repúblicas que se independizaron entre 1820 y 1830. Y no sólo porque les sirvió de modelo constitucional, sino, también, porque estaba pensada y redactada por representantes americanos como un proyecto global hispánico revolucionario. El producto de este intento de revolución fue una constitución con caracteres nítidamente hispanos. Los debates constitucionales comenzaron el 25 de agosto de 1811 y terminaron a finales de enero de 1812.

La redacción de su artículo 1 constituye un claro ejemplo de la importancia que para el progreso español tuvo América. Este es su famoso texto: “ La nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios”.

La constitución quedó así definida desde parámetros hispánicos. La revolución iniciada en 1808 adquiría, en 1812, otros caracteres especiales que los puramente peninsulares. Aludía a unas dimensiones geográficas que compondrían España, la americana, la asiática y la peninsular. La Nación Española quedaba constitucionalmente definida.

2.  La Educación en la Constitución de 1812.

En el dictamen sobre el proyecto de Decreto, de 7 de marzo de 1814, que desarrollaba el Título IX sobre “La Instrucción Pública” de la Constitución de 1812 encontramos lo siguiente: “Sin educación, es en vano esperar la mejora de las costumbres y, sin éstas, son inútiles las mejores leyes. Con justicia, nuestra Constitución mira la enseñanza de la juventud como el sostén y apoyo de las nuevas instituciones, de la nueva convivencia nacional y al dedicar uno de sus más importantes títulos al importante objeto de la Instrucción Pública, nos denota claramente que ésta debe ser el coronamiento de tan majestuoso edificio”.

Y el artículo 371 dice literalmente:”Todos los españoles tienen la libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas sin necesidad de licencia, revisión o aprobación alguna posterior, bajo las restricciones y responsabilidad que establezcan las leyes”. Libertad de pensamiento a la que se llega desde una educación que forme personas con valores humanos y capacidad crítica. En definitiva, la fe de la Constitución de 1812 en la fuerza transformadora de la educación, que proviene de la Ilustración. Los liberales, arraigados en la tradición progresista del siglo XVIII español, apuestan por el progreso, ligado al desarrollo de la Ilustración, de la formación de los ciudadanos, de la educación de todos.

3. La educación en Galdós.

Pues bien, puede considerarse a Galdós ligado a esta idea de la educación, como el precursor pedagógico de la generación del 98.

Destacamos al respecto su obra “El amigo manso” cuyo tema principal es el problema de la educación. El relato se centra en las teorías pedagógicas enmarcadas en el krausismo español, base de la pedagogía de la Institución Libre de Enseñanza. El colectivo de los intelectuales liberales lo representa el protagonista, un catedrático de Instituto de Filosofía, defensor de una moral basada en el esfuerzo ante una sociedad arribista donde “la corrupción de las clases acomodadas y la cínica indiferencia de los dirigentes” (López Morillas,Juan. “ “ Hacia el 98: Literatura, sociedad, ideología”, Barcelona, Ariel;1972:130) impedían que la educación ejerciera como ascensor social.

El magisterio a unos alumnos que le devuelven el fracaso, Manuel e Irene, nos recuerdan la relación entre Manso y los krausistas, poniendo nuestra atención en cómo Galdós nos confía la narración de la vida de Manso para poder juzgar la sociedad de su época, desde hablar para no decir nada o qué deben saber las mujeres. La ironía con la que D. Benito presenta la decepción de nuestro protagonista, no nos deja indiferentes. El idealista Manso pasa de considerar a Irene “poseedora de una naturaleza superior compuesta de maravillosos equilibrios” a darse cuenta de que es una mujer normal, que sólo quiere seguridad económica y odia el estudio y los libros.

El asunto de la educación consiste en comprender y aprender de la realidad. Máximo es un profesor que corrige sus teorías a base de realidad. Con su hermano, José María, aprende “la asombrosa variedad de las miserias humanas”. “Lo que hace falta es un maestro que, al mismo tiempo que sea maestro, sea un buen amigo, un compañero que, a la chita callando y de sorpresa, le vaya metiendo en la cabeza las buenas ideas; que le presente la ciencia como cosa bonita y agradable, que ni sea regañón ni pesado, sino bondadoso, un alma de Dios con mucho pesquis; que se ría, si a mano viene y tenga labia para hablar de cosas sabias con mucho aquel, metiéndolas por los ojos y el corazón”.

Bajo una mirada crítica e irónica conocemos una sociedad desmoronada, el mundo de lo cursi y las apariencias, los aristócratas decadentes, el querer y no poder, los trepadores sociales y políticos a cualquier precio. Una sociedad en la que todo lo puede el dinero. Una burguesía mediocre con sus obsesivas ilusiones de medrar, con la complicidad del clero y la política clientelar al uso de prebendas y favores, ajena a la clase trabajadora como clase que apenas aparece. Y el valor humano de la honradez, representada en el profesor Manso, que descubre con dolor que el amor no todo lo puede, la bonhomía y dedicarse a ayudar a los demás, tampoco.

La generación del 98 coinciden con la segunda época de Galdós al que admiran como referente de la regeneración de la sociedad española, en su defensa de la educación como instrumento de compensación de desigualdades, entendida como pedagogía al servicio de la formación humana, del laicismo frente al problema religioso como causante del retraso de España y el análisis crítico del ascenso de una nueva clase social burguesa como directora de los destinos de la nación, desde su perspectiva racionalista, ajena a la hipocresía social,  como fórmula para acercarse a la realidad.

D. Benito Pérez Galdós apostaba por una educación dirigida a despertar la inquietud, la curiosidad del alumno desde una metodología racional y bien fundamentada, ajena a la realidad de su tiempo, donde el inmovilismo prevalece frente a la innovación.

La educación galdosiana contiene una propuesta radical y a la vez sencilla: esa tarea que consiste en formar personas responsables y libres, que permite al profesorado enseñar a pensar a sus alumnos y alumnas, enseñarles a soñar, a ser ellos mismos y ellas mismas, a crecer por sí mismos, a ser respetuosos con todos, empezando por ellos mismos, a descubrirles que son seres únicos, irrepetibles, nacidos para ser útiles a los demás.

Pero al mismo tiempo tienen fe en la igualdad, que en el liberalismo de primera hora es no sólo igualdad, sino también” igualdad ante las luces”, igualdad ante la educación y como la definiese el “Informe Quintana” de 1813, universal, pública, gratuita y libre.

4. La pedagogía democrática galdosiana.

La educación galdosiana coincide plenamente con la Escuela que propone la Constitución de 1812, una institución que, además de instruir en conocimientos, educa en valores, pues para los liberales constituyentes la educación aparece no sólo como un factor de progreso, sino también como elemento básico de la democracia, que se basa en el respeto a los derechos inalienables de la persona.

Porque, aquellos liberales eran conscientes, entre otras cosas de que una democracia estable sólo es posible si se cuenta con una población educada para la libertad, con una población básicamente instruida, conocedora de sus deberes y derechos y de cómo defenderlos para todos igual, forjada en la difícil virtud de la convivencia y la tolerancia.

La democracia no es algo natural, como comer o pasear, es más, no sólo no es natural, sino que ha sido y es una conquista de la humanidad, una conquista de algunos pueblos, que ni siquiera disfrutan todas las sociedades y que ha supuesto muchos dolores y sacrificios lograrla. Y como tal conquista humana puede debilitarse o perderse, si no se cuida, si no se realimenta cada día, si no se rejuvenece cada día, como la amistad o las relaciones personales.

Así lo creen y lo manifiestan públicamente los liberales de Cádiz, defendiendo que la democracia es la forma de gobierno que mejor garantiza los derechos de los ciudadanos y la mejor defensa para que no puedan ser violentamente atropellados la vida y la dignidad de los seres humanos.

Y es que la democracia y la libertad son la mejor movilización de la vigilancia contra los abusos y el mejor fortalecimiento de la calidad de nuestra convivencia.

Esa lección de la Constitución de Cádiz debe ser aprendida en las aulas, para mantenernos alerta contra cualquier forma de exclusión racial o social, a partir de una formación dirigida al desarrollo de la capacidad para ejercer la libertad y la responsabilidad.

Esa es la enseñanza social y cívica de la pedagogía galdosiana, que hace posible comprender la realidad de la sociedad en que la se vive, para cooperar y ejercer la ciudadanía democrática. Educación cívica en la que están integrados conocimientos diversos y habilidades complejas, que permiten participar, tomar decisiones, elegir cómo comportarse en determinadas situaciones y responsabilizarse de las elecciones y decisiones adoptadas, porque todas nuestras decisiones tienen consecuencias.

Educación que exige el conocimiento sobre la evolución y organización de la sociedad, así como utilizar el juicio moral para elegir y ejercer activamente los deberes de ciudadanía, entendiendo que no toda posición personal es ética, si no está basada en el respeto al ser humano.

Ello exige conocerse y valorarse, saber expresar las ideas propias y saber escuchar la ajenas, ser capaces de ponerse en el lugar del otro y comprender su punto de vista, aunque sea diferente del nuestro, la práctica del diálogo y la negociación para llegar a acuerdos como forma de resolver los conflictos, tanto en el ámbito personal como en el social y tomar decisiones, conjugando los intereses individuales con el bien común.

Por otra parte, educar en la ciudadanía democrática, no es otra cosa que educar en el pluralismo. Pues la experiencia demuestra que la democracia quiebra cuando se debilita el pluralismo, cuando se crean muros sociales o políticos, cuando se demoniza al adversario, cuando se olvida el principio de reciprocidad “do ut des”, cuando se trata de imponer un discurso uniforme o cualquier tipo de dogma o de verdad única. Nuestras decisiones deben justificarse con razones, no con dogmas. Porque el pluralismo valora la disensión y, al valorarla, la civiliza y la transforma en elemento de integración.

Este modelo de escuela galdosiano de la democracia liberal exige una determinada metodología, como, por ejemplo, aquella que Adolfo Aristaráin propone a través del personaje Fernando Robles en su película “Lugares comunes”, otro Máximo Manso, profesor de Escuela de Magisterio, en este caso, que se despide de sus estudiantes del último curso, en su discurso de jubilación, con estas palabras: “Pónganse como meta enseñar a su alumnado a pensar, a dudar, a que se hagan preguntas. No les valoren por sus respuestas. Las respuestas nunca son la verdad. Valoren sus preguntas, su curiosidad, sus ganas de saber. Hay una misión que quiero que cumplan, que yo espero que ustedes, como educadores y educadoras, se impongan así mismos: Despierten en su alumnado el dolor de la lucidez, sin límites, sin piedad”.

Juan López Martínez es Inspector de Educación. Es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.