La frontera


María Platero

Emilio salió en tercera, apurando los seis cilindros en línea de su Hispano- Suiza H6B Cabriolet hasta ver la aguja del indicador de velocidad pasar de los ciento sesenta kilómetros. No habían transcurrido más de diez minutos desde que fueron a avisarle de que aquella iba a ser la noche en que detendrían a Federico. Los enormes faros acuchillaban con su haces de luz encinas y quejigos mientras el denso perfume de las madreselvas se mezclaba con la tierra que levantaba el automóvil en cada giro recortado, haciéndole aún más difícil respirar. En su cabeza repiqueteaban hasta hacerle daño, como el canto del jilguero en el zaguán de casa de sus padres, las notas del piano que al entrar en la Residencia de Estudiantes le dieron la bienvenida el día que llegó a Madrid.  Ya instalado, se fijó en que las colinas que se veían a lo lejos a través de la ventana de su cuarto le transportaban melancólicamente a la serranía del sur de Jaén, haciéndole sentir menos solo entre tanto compañero inquieto. Su adaptación nunca fue del todo completa.

El zenit de su desencuentro con la institución sucedió la semana en que se vio obligado a corregir al maestro Fernando de los Ríos nada más comenzar a presentar su tesis sobre el humanismo socialista, cuando aludió a la relación entre religión y estado partiendo por el mester de clerecía. Ese fue uno de los pocos momentos en los que Salvador interrumpió la deriva lineal que ocupaba la práctica totalidad de su tiempo, sumergido en su cuaderno de dibujo, a la vez que Federico detuvo los dedos índice y corazón de ambas manos, elevados apenas unos centímetros sobre la madera de la mesa en la sala de conferencias, que hacía de teclado imaginario mientras repasaba disimuladamente una copla recién aprendida.

-Perdone usted don Fernando, pero el Arcipreste de Hita nació en Alcalá la Real. Era el hijo bastardo de Arias González, señor de Cisneros, que estuvo cautivo allí de 1280 a 1305. Además, si examinamos el estilo del Libro del Buen Amor encontramos multitud de rasgos que provienen de la literatura musulmana y andaluza.

-Desde luego usted podría saltar por el tajo de Ronda y caer de pie querido amigo- respondió el político profesor colocándose correctamente sus gafas esféricas sin dejar de mirar a su audiencia, intrigado en identificar a aquel estudiante apasionado.

–Discutan ese asunto ustedes mejor con sus profesores de literatura. No atendiendo a revolucionarios pero los reformistas me fascinan. Le agradezco su puntualización. Prosigamos.-

Aquella intervención le valió ya para siempre el apelativo de Alcalaíno del Buen Amor, y así fue como Federico se fijó en él y empezó a hacerse el encontradizo en los pasillos. Ganarse su amistad y dejarse invitar a paseos esquivos por los jardines  fueron de la mano hasta bien entrado 1932.

-Casi estáis más cerca de Granada que de Jaén Emilio, a ver si voy a verte en Octubre cuando estemos por allí con La Barraca y me enseñas tu pueblo.

 

***

 

El humo que empezó a subir desde el motor lo obligó a ponerse de pie para seguir adelante sin detenerse. Tenía que llegar a tiempo para avisarlo, para convencerlo de que se escondiera por un tiempo. Los nacionales los estaban masacrando desde que Queipo del Llano ensordecía Sevilla. Por suerte esa noche  habían elegido la carretera a Priego para los paseos nocturnos sin retorno de los sublevados. Ya estaba a mitad de camino.

 

***

 

-¿Quieres un cigarrillo? Los he traído de Nueva York – el granadino rebuscaba en los bolsillos interiores de su chaqueta blanca.

 

-Los Lucky Strike no me gustan ya lo sabes, me dejan la boca como sucia Federico, no entiendo cómo puede ser verde el paquete, debería ser negro-.

 

El poeta sonrió con la boca tan abierta que se le fue escapando el humo delante de la cara hasta desdibujarla.

 

–Verde que te quiero verde Emilio. Bueno a ver, explícame bien eso del Arcipreste y sus raíces en la poesía andaluza.-

 

-Mi tocayo García Gómez se trajo hace unos años de Egipto una antología de poemas arábigos andaluces. Algunos se habían publicado ya en la Revista de Occidente, ¿te acuerdas que te nombré a mi paisano alcalaíno Al-Magribi y su Libro de las banderas de los campeones? Ahí evidenciaba ya la importancia de la poesía amorosa en la educación andalusí que recogería su Libro de Buen Amor. –

 

Emilio hizo una pausa abrupta como cuando un niño descubre que va a contar algo de lo que no se debe hablar. Miró los anillos de humo que acababa de hacer Federico y concluyó casi a la carrera .


–Además,  recoge quizás los únicos textos que conservamos sobre el amor entre hombres de su época. Fue muy influyente en las ideas de la caballería medieval europea, pese a la limitación del amor a las relaciones entre hombres y mujeres-. 

 

Federico lo miraba a través de una espiral de humo ascendente. Sin parpadear retomó su cantinela… verde que te quiero verde.


*** 


Dejó el coche apartado y caminó excitado e ingenuo, mientras empezaba a clarear el alba sobre el perfil de la sierra. La hermana de Federico apenas pudo abrazarlo cuando le vio llegar ilusionado.

 

–Me ha dado este libro para ti Emilio, para que lo leas en tu Alcalá la Real, eso me ha dicho. Acaban de llevárselo-.

 

Todo se precipitó como un alud…

 

 

***

 

 

 

El

  

    crimen

 

fue

 

en

         

     Granada,

 

¡en

 

 su

       

   Granada!

 

 

***

 

Emilio tardó varias semanas en encontrar las fuerzas para sentarse una tarde en el Paseo de los Álamos. Se sacó el libro del bolsillo para mirarlo por primera vez. Una cinta verde sobresalía por el lomo señalando una página. Al tirar de ella para abrir las páginas marcadas descubrió que era el lazo de una coqueta pajarita esmeralda que aún olía a Federico. Se la acercó a los labios  y , despacio, muy despacio, sin que le cayese una lágrima leyó con la voz poderosa del primer poeta Ibn Said al-Maghribi.

 

 

      “¡Oh tú, en cuyas mejillas ha escrito el vello dos líneas que,

         al destruir tu belleza, despiertan ansias y cuidados!

         No sabía que tu mirada era un sable,

         hasta ahora que te he visto vestir los tahalíes del vello.

 

 

El tiempo se detuvo.

 

Una brisa de terciopelo le desordenó la conciencia de vuelta a casa, llevándose muy lejos y para siempre sus culpas y abriéndole como nunca las ganas.

 

 

María Platero es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.