En primer término, va a
hablar de la narración, como el regreso a la antigua historia narrativa, como
forma histórica neutra, sin ninguna carga ideológica. Pero nos cuenta como hay
investigadores como Hayden White, que han llegado a la conclusión de que la
narración contiene una carga moralizante ya que los acontecimientos narrados,
su contenido, tienen su razón de ser en la narración, al mostrar cual es el
sistema social vigente.
Otra interesante forma de historia narrativa es la microhistoria, con Carlo Ginzburg como gran representante y que pretende resaltar la falsa universalidad de las reglas, no resultando muy conveniente este género histórico-literario en su teoría.
También se ha defendido el retorno de la narración como contrapartida de la compartimentación en que hoy en día está hecha la investigación histórica, con lo que a veces se corre el riesgo de estar muy bien informado de periodos o hechos puntuales, mientras que, por el contrario, puede perderse la visión de conjunto. Para Fontana el retorno a esta narración lineal podría ser útil tan solo en determinados casos en los que por lo elemental del contenido sirviese como hilo conductor de la historia. Pero lo de verdad necesario para superar este problema de compartimentación, es la necesidad de dar una visión de conjunto, para lo cual hay que plantear muy bien los criterios ordenación que han de definir la globalización.
Otro tema del que Fontana se hace eco es el que él denomina como «ilusión cientifista», término bajo el cual engloba a todos aquellos historiadores que se dejan seducir por otras ciencias. El origen reside en la ilusión neokantiana de unas ciencias generalizadas que pueden formular leyes, mientras otras, como la historia, que deben ceñirse en su estudio a lo individual no pueden alcanzar esa perfección. También se dio en Francia, donde se abandonará el marxismo llegándose a un desencanto con la historia y realizándose el historicismo, produciéndose una «reacción cientifista», tratando de imitarlos métodos de las llamadas ciencias duras. Pero resulta inútil este cientifismo, más aún, cuando se adoptan concepciones de la historia hace tiempo superadas.
El resultado de esta conclusión sería que hay que darse cuenta de que existe una diferenciación entre las ciencias llamadas «duras y blandas» y que hay que perder el respeto hacia esas ciencias «duras» abandonando los complejos de inferioridad, para pasar a debatir con sus miembros los problemas que son comunes. Un buen ejemplo del problema del cientifismo será la cliometría al pretender crear una disciplina independiente, tomando de la teoría económica el aparato metodológico, mientras de la historia tan solo los datos a analizar. A pesar de todo, estudiosos de la economía histórica como Kindleberger reclaman que sea esta disciplina más historicista, por cuanto los modelos generalizadores sólo son válidos en algunos casos.
Como dirá Fontana, la justificación de la independencia de la historia económica como disciplina, tan solo es posible, por la incapacidad de la teoría económica de explicar, por sí sola, los actos humanos colectivos, incluso limitándonos al terreno estrictamente económico. De este modo estos historiadores economistas están errados al no interesar sus obras ni a los historiadores, ni a los economistas. Así, se ha llegado a la conclusión de que la nueva historia económica no sirve para establecer una teoría propia, al constituir una extensión de la historia económica tradicional y no poder subsistir prescindiendo de esta. La conclusión sería que son demasiado complejos los fenómenos sociales como para poder ser analizados satisfactoriamente ni por la econometría, ni por la historia individualmente. De manera que el rechazar el «cientifismo» no lleva implícito el rechazar la «ciencia». De tal modo dirá Cipolla que la historia, en cualquiera de sus ramas y modalidades, se refiere siempre al hombre y que este no puede ser comprendido en su totalidad sin recurrir a todas las dimensiones que lo constituyen.
Un ejemplo de lo complejo de los fenómenos histórico-económicos es el problema del nivel y la calidad de vida, y la imposibilidad de resolver estos problemas con tan sólo la cliometría. Si ya resulta complejo calcular el nivel de los salarios nominales, todavía lo es mucho más al tratar de estimar la equivalencia de ese salario nominal y el real, o la verdadera capacidad adquisitiva. Así, se aprecia como un primer problema de cuantificación, se traslada en el gran problema de establecer el nivel de vida d las personas. Esta complejidad se hace patente si se advierte la cantidad de tinta empleada en tratar este asunto sin siquiera lograr un mínimo acuerdo. Y si ya de por sí es complejo estimar el nivel de vida de la mera subsistencia, es casi imposible entrar en cuestiones que vayan más allá de las alimenticias.
En el nivel y la calidad de vida influirán también factores como la necesidad de definir el hambre, para lo que hay que tener en cuenta lo que en distintos ámbitos y épocas han considerado distintas culturas dietas equilibradas, basadas en unos alimentos básicos (siendo importante también distinguir entre disponibilidad de alimentos y el acceso a los mismos). De igual importancia resulta el tema de las enfermedades, que ha sido tratada en ocasiones erróneamente como una secuela del hambre, ignorando los diagnósticos médicos que discernían entre elementos como el contagio y las defensas naturales. Pero otras interpretaciones implican en la desaparición de la enfermedad al progreso económico o al avance de la medicina (que ha llegado muy tardíamente a las clases populares).
Otras afirmaciones respecto al nivel de vida han sido hacer estudios sobre algún país en concreto, cuyos resultados se extrapolan a todo un conjunto o a todo el mundo, sin que esto refleje la realidad de los hechos. También se han hecho estudios sobre la menor estatura de las clases populares relacionándolo supuestamente con su peor alimentación en relación con las de las clases superiores y más opulentas. Las dudas y críticas reflejadas contra algunos de estos planteamientos de establecer el nivel y calidad de vida han de verse como algo constructivo, en un intento por no menospreciarlos al no dar el resultado apetecido, sino más bien, de que este tipo de estudios se intensifiquen y renueven.
También dedicará en el libro un capítulo a un tema que está muy de moda en estos tiempos, como es el de la historia, el espacio y los recursos naturales. Así en los últimos tiempos, la reciente preocupación por la conservación y el estudio del medio ambiente ha hecho surgir un renovado interés por los estudios sobre el medio que, en última instancia, tan sólo han hecho una adaptación de la interpretación tradicional, aprovechando su tirón e imponiéndole novedosas denominaciones como la de la ecohistoria.
La realidad de estos hechos es que esta preocupación de los historiadores por el clima, el espacio y recursos naturales comenzó en el siglo XVIII, momento en el que ya se comenzó a ver como la acción del hombre sobre el medio tendría perniciosas consecuencias para éste (el ecosistema), debido sobre todo a las roturaciones masivas. Va a concluir la exposición sobre el tema diciendo que no es solución reducir el estudio del medio a unos problemas considerados únicamente desde la perspectiva científico-natural y de la tecnología de su uso. Si no que es necesario introducir además elementos sociales sin los cuales todas las explicaciones de lo sucedido son insuficientes y los propósitos de enmienda queden en una retórica moralizante. De este modo el historiador debe informarse y utilizar el auxilio de las modernas técnicas científicas, pidiendo incluso la ayuda de los especialistas, pero nunca, convertirse en un científico aficionado, ya que su cometido último es el de estudiar las relaciones humanas de las distintas sociedades entre sí y de su relación con el medio.
Hay que tener en cuenta que desde los años 70 proliferan expresiones como nueva historia, nuevo paradigma (en Alemania), crisis de la historia, retorno del sujeto, retorno de la narrativa, giro lingüístico o giro crítico. Todas estas expresiones aluden a un brusco cambio en la historia, que tan sólo unos historiadores son capaces de alcanzar, quedando los que no la secundan como anticuados (y nadie quiere quedar como anticuado en este mudo de las corrientes historiográficas).
En estos debates aparecerá
la epistemología como factor del cambio al referirse a como los historiadores
se dejan seducir por otras ciencias, a lo que Fontana criticará a esos autores
que se toman en serio la existencia de la historia como una ciencia y por ello
intentan buscar un modelo histórico.
De tal manera estos historiadores que se dejan seducir por otras ciencias con objetos distintos a los de la historia, que es ocuparse de la totalidad de la sociedad humana, que solo pueden actuar sobre determinados elementos de ese cuadro con lo que se cae en una investigación cientifista, pensando que no hay mas que un solo modelo histórico, que nos hace caer en esa “historia en migajas” que decía Dosse. De esta manera, no cabe confundir una explicación más rica apuntando más factores anteriormente no tenidos en cuenta con un intento por crear nuevos campos separados que tienden a convertirse en disciplinas independientes, lo que constituye un craso error por cuanto no son mas que simples técnicas de trabajo.
Además, será esta una visión de la historia distorsionada la practicada por estos partidarios del cientifismo ya que suelen perder de vista el objeto de estudio, que es el hombre en sociedad, imposible de abarcar desde cualquiera de estas pequeñas visiones propuestas como alternativas más científicas a la supuesta vaguedad de una «historia total».
Alude también a la obra de
Lawrence Stone, historiador estructuralista americano muy próximo a las
ciencias sociales, que dice que ha detectado un retorno a la narración y a tres
tipos de historiadores científicos: modelo económico marxista; modelo
ecológico-demográfico francés (escuela de Annales); y el método cliométrico
americano (nueva historia económica americana de los años 60). Dará igual importancia
a cada uno de ellos, pero aludirá especialmente al gran ocaso del marxismo
ideológico.
Otro factor que maneja será el de los modelos cuantitativos, llegando a la conclusión de que la cuantificación no ha resuelto ninguno de los grandes porqués. Todo ello supone una crítica a la situación norteamericana al provocar una gran dispersión de la disciplina. También hace un llamamiento a la historia que se ocupe de los acontecimientos y de la conducta, con base en textos contemporáneos para explicar los cambios sufridos por los hombres. Este llamamiento se basa en la grave conversión en los últimos tiempos de algunos historiadores al llamado «giro lingüístico».
Este rigor extremo del giro lingüístico, que propugna la eliminación del propio texto, ha hecho que se vaya abandonando a favor de prácticas más moderadas como el «nuevo historicismo», que presta mayor atención al contexto histórico en el que han surgido los textos, o como la «nueva historia cultural», sometida un tiempo a la antropología, y especialmente a Clifford Geerzt con su utilización de la «descripción densa», o descripción en detalle de un hecho culturalmente significativo, distanciándose de este modo de las tesis de Levi Strauss que dirá que para describir un hecho culturalmente significativo hay que descender hasta sus estructuras más profundas.
En los últimos tiempos, la influencia del giro lingüístico se ha ido extendiendo entre los historiadores consecuencia de lo cual empieza a imponerse el análisis del discurso amenazando con reemplazar al de la realidad. A pesar de que hay elementos útiles en esta nueva concepción del texto, no lo es menos que no es del todo válida, ya que el historiador trabaja además con pruebas no textuales como las aportadas por la arqueología. El abuso de este análisis textual puede derivar la vacuidad del contenido, de manera que los textos precisan además de otros tipos de análisis.
Dedica un apartado a lo que denomina «viejos campos en proceso de renovación», refiriéndose con ello a la historia de la cultura y a la historia de las mentalidades. La vieja historia intelectual (de las ideas o de la cultura), ha estado sometida a la fragmentación en forma de grupos, siendo el fenómeno más notable el de los historiadores marxistas, muchos de los cuales se han inclinado hacia el estudio de las ideas. Esta historia de las mentalidades ha de ser caracterizada negativamente, por lo que no es, y para empezar no dispone de un método propio, por lo que siempre está abierta al resto de la historia, lo cual le resultará fundamental para sobrevivir e ir renovándose (los temas de que trata son amplios, pero siempre intelectuales).
Los historiadores intelectuales suelen estar abiertos a la historia social, para así estar al corriente de las novedades y poder renovarse, pero también hay otros historiadores intelectuales que se encierran en sí mismos pretendiendo desplazarse por completo de la historia social; será en este grupo donde surja la idea del giro lingüístico. Para Fontana el problema de esta historia intelectual o de la cultura se resolvería «trabajando en todo lo que pueda servir para entender mejor, desde sus mentes y sentimientos, la trayectoria histórica de los hombres, y para ayudarles, con ello, a comprender su presente y a resolver sus problemas». Echando un vistazo al panorama presente de la historia Fontana realiza algunas recomendaciones para tornar a un más satisfactorio funcionamiento de la historia que el actual, y también señala algunos problemas a que deberemos enfrentarnos en un futuro no lejano.
En este sentido, plantea la necesidad de la consideración global de la historia, «como ciencia que intenta abarcar lo humano en su conjunto y explicar, con ello, el funcionamiento de la sociedad». De este modo, esta aspiración de globalización insistirá en que se desarrollaba de manera incorrecta, puesto que habrá de ser la reflexión teórica el punto a tener en cuenta en el trabajo de investigación, así como la confrontación de nuestro propio saber con el que proporcionen las fuentes.
Respecto a la recuperación
del contenido político, hablará del agotamiento del modelo marxista ya desde
los años 20 con el establecimiento del autoritarismo en la Unión Soviética;
también descalifica a aquellos que utilizando el comunismo atentaban contra la
democracia, poniendo como ejemplos a los EEUU o a algún dictador.
Respecto a la obra revisionista hablará del éxito del revisionismo en sus comienzos como aparato crítico, pero que se muestra estéril al no ser capaz de proveer un modelo alternativo.
A modo de conclusión de su obra, Fontana, realiza una reflexión «para una renovación más substancial», en la cual el primer planteamiento será el fracaso de los regímenes del Este, con la aplicación del socialismo real, mientras las potencias capitalistas ven como la extensión de su modelo económico a Hispanoamérica y África ha sido todo un fracaso, lo que en buena parte puede explicarse por el hecho de que el 80% del comercio mundial se establece entre esos países «ricos», mientras que a los «pobres» o subdesarrollados tan solo corresponde el otro 20%. De este modo, la pregunta que cabe plantearse es si conviene seguir contando con este modelo de crecimiento como base para enseñar la historia.
De igual manera se critica el hecho de que se haya tenido al modelo de desarrollo industrial como al único posible, sobrevalorando el papel de la técnica y menospreciando el papel de ilustrados con ideas creativas para solucionar los nuevos problemas que se plantean. También plantea que hay que hacer una recomposición de la historia para ayudar a cambiar los planteamientos de desarrollo, y así aprender a quitarnos de la cabeza esa idea de «alternativa única», y de este modo, desde la perspectiva del historiador, como maestro en la enseñanza en las ciencias sociales, hay que apoyarse en otros especialistas del campo de las ciencias sociales, para intentar construir un presente y futuro prometedores, para lo cual hay que apoyarse no solo en colaboradores de países desarrollados, sino especialmente de aquellos que no lo son, para de este modo acercarnos más a los problemas que en realidad hay que tratar de resolver. Además, el esfuerzo del historiador ha de ser notable, ya que «de entre las ciencias sociales, la historia tiene el privilegio de ser la que mayores servicios puede rendir, porque es la más próxima a la vida cotidiana y la única que abarca lo humano en su totalidad».
José María Fernández Núñez está galardonado con el escudo de oro de la Unión Nacional de Escritores de España.