Victoria Suéver
La historia del pueblo palestino es una historia de resistencia, pero también de sufrimiento. Desde la ocupación de su territorio hasta las continuas violaciones de derechos humanos, Palestina ha sido sometida a una opresión sistemática que ha perdurado durante más de siete décadas. Este largo proceso de sometimiento no solo ha sido físico, sino también emocional y cultural, con el pueblo palestino luchando por mantener su identidad y sus derechos en medio de una violencia constante.
El principio de autodeterminación es un derecho fundamental de todos los pueblos, reconocido por las Naciones Unidas. Sin embargo, el pueblo palestino ha sido privado de este derecho, sometido a un régimen de ocupación que no solo altera sus fronteras, sino también sus vidas cotidianas. La imposición de muros, bloqueos, y la constante expansión de asentamientos ilegales son solo algunos de los mecanismos que utilizan las fuerzas ocupantes para sofocar cualquier intento de autogobernanza y libertad.
La injusticia de someter por la fuerza a un pueblo no reside solo en la violación de su territorio, sino en la negación de su humanidad. La ocupación ha creado una situación donde los palestinos no solo enfrentan la pérdida de tierras, sino también la falta de acceso a recursos básicos como agua, educación y atención médica. Esta precariedad se ha transformado en un ciclo interminable de pobreza y desesperanza, donde las oportunidades para las generaciones más jóvenes se ven constantemente limitadas.
Más allá de la opresión física, la ocupación de Palestina implica también una agresión a la identidad cultural del pueblo palestino. Los intentos por borrar la historia, la lengua y las tradiciones palestinas han sido constantes, en un esfuerzo por reducir la existencia misma del pueblo palestino a una mera sombra en su propio territorio. La resistencia a través de la literatura, el arte y la música se ha convertido en una de las formas más poderosas de resistencia contra esta forma de colonialismo cultural.
Pero el sufrimiento de Palestina no es solo un hecho aislado. El mundo, a través de sus gobiernos y organismos internacionales, ha sido cómplice de esta opresión al mirar hacia otro lado o al justificar la ocupación. La comunidad internacional, al no actuar de manera contundente ante las violaciones de derechos humanos, está perpetuando una injusticia histórica que sigue costando vidas y destruyendo la posibilidad de paz en la región.
Es imposible ignorar que este conflicto tiene un profundo impacto no solo en Palestina, sino también en la región y en el equilibrio mundial. La paz no puede construirse sobre la negación de derechos básicos, y cualquier intento de resolver el conflicto sin abordar la raíz de la opresión es una condena al fracaso.
La liberación de Palestina no solo es un acto de justicia para el pueblo palestino, sino un acto de humanidad para todo el mundo. Porque, al final, someter por la fuerza a un pueblo, cualquiera que sea, es una injusticia que destruye no solo a las víctimas, sino a todos los involucrados.
Victoria Suéver es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.