La pared

Artículo de Clemente González


El alpinista es quién conduce su cuerpo

allá dónde un día sus ojos lo soñaron.

Gastón Rébuffat


...Llegó el tan temido último largo, aquél que según la reseña de la vía de escalada de que disponía lo catalogaba de VI grado que, traducido a la escala de dificultades de escalada, quiere decir ‹‹extremadamente difícil››. Como era normal lo atacó él de primero; no sabía cómo se las arreglaba para que la mayoría de las veces le tocase las mayores dificultades en cabeza de cuerda. Pensó que, bueno, haciendo estos cuarenta metros de escalada, se acabó toda la acción y preocupación por la famosa pared norte del Cerro Nero, siendo consciente de que ellos serían los primeros de su ciudad en escalar tan legendaria cima, eso, de alguna forma le animaba un poco. Pero aún le quedaban esos 40 metros de escalada y precisamente los más difíciles de toda la vía. En la reunión, antes de iniciar el último ataque, echó una mirada a su compañero, con ella le quiso decir de todo, de todo lo que se puede imaginar un hombre, que no sabe cómo van a ser los próximos 50 o 60 minutos de su vida. Arrancó con fuerza y con gran estilo, daba pasos atléticos por aquella roca que se dejaba amablemente, no había la menor preocupación, de momento.

Ese momento pasó y de pronto se encontraba agarrado a un muro completamente liso y vertical a nos 25 metros del punto de reunión y a unos ¡350 de la base de la pared!; el abismo le atraía más que la propia salida a la cumbre, las botas empotradas en aquella especie de canalones fabricados por la erosión del agua, de la nieve... llamados ‹‹tubos de órgano», por la similitud de esos instrumentos musicales de sonido melodioso y que aportan tanta tranquilidad y sosiego, cuando se encuentra uno completamente relajado.

Que distinto todo aquello en comparación de lo que su nombre decía: tubos de órgano. ¡Maldición! —se quejaba una y mil veces—, ¿quién le pondría este nombre a semejante brutalidad de ascensión? Los dedos de las manos ya casi no podían sostener el peso de aquel cuerpo completamente rígido por el esfuerzo. Los dedos crispados se asían a la roca, casi resbalándose por la dura presión sometidos: se negaban a aguantar más. ¿Dónde está el seguro que señalaba la reseña? A duras penas asciende un par de metros por aquella imponente pared, lanzó una mirada arriba, escudriñando todo lo que se anteponía a su vista y solo ve roca, roca y cielo, gris de caliza, azul intenso de cielo; solo roto por pequeñas nubes inmaculadamente blancas que daban una nota de esplendor a aquél inimaginable paraje. Lanzó una mirada hacia abajo, buscando con ansiedad a su compañero, en pos de una mirada de ayuda, de una voz gratificante, pero solo vio la cuerda que descendía completamente desnuda de seguros perderse en el abismo. Aparte del jadeo de su respiración, solo se podía oír el zumbido del viento que acariciaba todo su cuerpo y le daba en la cara, como mitigando y haciendo más leve el terrible esfuerzo que estaba realizando. El viento le secaba las gotas de sudor, que saliendo de la parte frontal del casco de escalada corrían por su frente, haciendo más liviano su esfuerzo.

Unos cuantos metros más y lo que se estaba convirtiendo en pesadilla daba a su fin. Efectivamente, tras unos decididos y ágiles pasos, toco lo que significaba el fin de la escalada de esta montaña. Por su mente pasaba ahora todas las fatigas acumuladas, desde que planeó este viaje, hasta la dura prueba de la escalada de esta magnífica pared. Hizo repaso mental a toda su vida y llegó a preguntarse si esto merecía la pena. Dando un salto, como impulsado por un resorte, firmemente, ya con los pies en terreno firme, no titubeó en decir: ¡Sí, definitivamente sí y ahora mucho más que nunca!

Poco después comenzó a recuperar cuerda y se dispuso a asegurar a su compañero que ya empezaba la escalada del último largo de esta pared de la vida.

En las montañas

Clemente González Suárez está galardonado con el escudo de oro de la Unión Nacional de Escritores de España.