Todos los días paso por la misma calle. Por lógica
debería conocer de vista todas las tiendas que la conforman, pero no es así.
Vivimos tan de prisa que a veces ni siquiera nos fijamos de cosas tan evidentes
como son los carteles de grandes dimensiones y las luces fluorescentes. Mi
trabajo es el de cajera en unos grandes almacenes. Creo que llevo camino de
convertirme en una ansiosa crónica, ya que luego debo atender la casa y a mis
gemelitos que ya han cumplido un año. Mi marido es viajante y casi nunca está.
Le echó tanto de menos...
Sé a ciencia cierta que arrastro conmigo la sensación
de abandono que me produjo el que mi madre y yo nos quedáramos solas cuando mi
padre se fue a Italia y no regresó nunca más. Yo tenía ocho años cuando eso
ocurrió y guardo muchos y buenos recuerdos de él. Supimos que se había quedado
con otra persona. Mi madre rompió todas las fotos donde estaba él, pero yo
quise conservar una porque creo que sin memoria no se puede vivir. Fueron incapaces de entenderse, pero no los
culpo por ello. Contra ese dolor he luchado hasta ahora y estoy convencida de
que seguiré luchando mientras viva.
Las hijas necesitamos la figura del padre, lo
idealizamos y nos sentimos luego mucho más seguras de adultas a la hora de
relacionarnos. Yo adoraba a mi padre durante aquellos años… los más inocentes.
Dicen que “la sangre pesa más que el agua,” pero no hay
que volver la vista atrás porque solo sirve para hacerse a uno mismo más daño
del que ya han causado, y a eso me niego.
La semana pasada me pasó algo insólito. Como detalle
paradójico, me percaté de un escaparate que al dar la vuelta a la esquina
estaba completamente vació. Dentro, una señora muy bien vestida, intentaba
centrar un cuadro en la pared Me resultó tan atípico que no pude por menos que
entrar.
Le pregunté de
una manera directa (impropia de mi forma de ser) sobre una posible apertura del
local. Con una amplia sonrisa me contestó que iba a ser una tienda de
fotografías. Iniciamos una conversación muy amena, estuvimos hablando durante
más de media hora.
Al contarme tan detalladamente todos los pormenores
del futuro de aquel establecimiento, mencionó el nombre del dueño: Enrique
Dávila; mi padre.
El corazón me dio un vuelco. Intenté disimular mi
estupor y la indescriptible sensación que me había producido aquel nombre. En
seguida reaccioné y además de un modo inexplicable. En mi mente se originó una idea
que tal vez fue producto de la sorpresa, del resentimiento o de una búsqueda de
la verdad. Le pregunté que le parecía si le regalaba una fotografía mía con mis
gemelos. Ella aceptó encantada, llena de
júbilo. Al /día siguiente me presenté allí con una preciosa fotografía de
nosotros tres con globos de colores como fondo. Sin más dilación se dispuso a
colocarla y me comunicó que ese mismo día terminaría de decorarla. Cuando me
despedí y como si no fuera yo quien pronunciaba unas palabras que articulaba
con voz casi entrecortada por la emoción dije con tono transcendental.
- Por favor, dígale a Enrique Dávila que los gemelos
son sus nietos porque su madre que está con ellos es su hija: Mirta Dávila.
La dependienta hizo un gesto de inequívoco asombro. No
le di tiempo a pensar, me despedí con un “hasta pronto y gracias” y abandoné el
local.
¿Cuál sería la reacción de mi padre al ver a una mujer
y dos niños sonriéndole detrás de un marco dorado sabiendo que se trata de su
hija y sus nietos? Daría cualquier cosa por ver su cara. Tal vez, me decida a
averiguar que ha podido ocurrir en esa tienda.
Me dispongo a salir de casa y dar un paseo. El azar ha
hecho que pueda reencontrarme con mi padre sin habérmelo propuesto.
Cuando vea la foto de nuevo… sabré que hacer. Tengo
una asignatura pendiente.
Ana Julia Martínez Fariña es delegada en Galicia de la Unión Nacional de Escritores de España.