(Dialogo
en el averno). Manuel Jacobo González Outes
El
calor y el olor a azufre en el local eran insoportables. La cara de Fito, que
al llegar era blanca como la nieve, a medida que avanzaba la conversación se
iba poniendo de un tono rojo, que a mi se me antojó del mismo tono de la sangre
“la sangre de los inocentes”
El trato era que tú conseguirías todo lo que
te propusieras en este mundo ¿recuerdas?
—Pero no a costa de cargar sobre mis espaldas
enfermedades de inocentes, que lo único de lo que se les puede culpar es de
haberme conocido.
—No me gusta presumir de saberlo todo, no me
hace falta. Los hechos que van aconteciendo confirman mis palabras. Sé de lo
que hablo amigo mío: no hay más vida que la que vivimos, ni más cielo, ni más
eternidad, que el tiempo del que dispones desde que vienes a este valle de
lágrimas hasta que abandonas esta tragicomedia con los pies por delante y con
lo puesto.
—¿Pero y Dios?
—Yo no lo he visto nunca ¿Y tú? Ese si
existiera habría que hacerle un juicio sumarísimo por desentenderse de su
creación, por traidor a la humanidad, por alentar las esperanzas de los
desgraciados y hacerles creer que no caminan solos, por abandonar al hombre a
quien tanto ama a su suerte.
El bar de mala muerte donde estaba ahogando
mis penas, cada vez más sumido en el abismo de mis propios miedos, se
transformó en un escenario vacío, desnudo de cualquier forma que no fuera aquel
diabólico ente del averno y yo, aunque ya no distinguía el movimiento de sus
labios cuando hablaba, ni siquiera creía estar viendo a ciencia cierta su
figura, ni estar oyendo realmente lo que decía; pero a mí no me hacía falta
escucharle, adivinaba sus pensamientos. Tampoco noté como se movían mis propios
labios cuando le pregunté a aquella alargada figura con olor a azufre:
—Dime una cosa, ya que parece que tienes
respuestas para todo: ¿Qué parte de ti forma parte de nosotros y en caso de
existir, cuanto nos mueve por ese que llaman Dios?
—Suponiendo que existiera, que es mucho
suponer, lo único que mueve al ser humano a adorarlo, es el miedo a que sea
cierto que no hay más que esta vida tan fugaz, por eso necesitan creerse el
cuento de la vida y la felicidad eterna. ¿Qué sentido tendría para el hombre,
si no, su efímera existencia en este mundo? Durante un breve periodo de duelo,
tus más allegados te recordarán y la obra de tu vida enseguida quedará en el
olvido de aquellos que te sucedan. Otro de los motivos del hombre por querer
emular a ese Dios del que le hablaban sus abuelas, solo es consecuencia de la
evolución racional del pensamiento hacia una perfección más que dudosa, de los
valores de moda socialmente aceptados. El hombre, ser vago por naturaleza, no
se esfuerza lo más mínimo por entender nada, y cree que no puede haber más
miserias que las que el mismo crea, por eso, lejos de la carne, cree que no
podrán existir las tentaciones ni el pecado idealizando la pureza y la gloria del
paraíso.
¿Si existiera el infierno, que tendría de
malo? Cada uno había de tener el suyo particular y si venimos a esta vida para
padecerla ¿Qué tiene de malo adornar un poco la tragicomedia? Porque si hay un
dios que bendice el sufrimiento, no dice mucho de la cordura que se espera del
guía de la ruta del universo. Crea a sus criaturas para regalarles la vida que
han de padecer…No hay que ser muy listo para entender que el único sentido de
la vida que ha de llevar grabado cada individuo, como si fuera marca de nacimiento,
es el de salvar su propio culo y allá cada cual que se las entienda como pueda,
aprovechar cada oportunidad de vivir bien y de trepar que se le presente a
costa de los que no lo entienden y reírse de sus pocas luces. Hacia ahí es
donde dirige el hombre que entiende lo que es la vida, eso que llamáis el libre
albedrio.
Quedé en silencio unos segundos mientras
meditaba lo que le decía aquel extraño ser, con el que hablaba como si me
conociera de toda la vida, y al fin sin mirarlo le pregunté:
—¿Qué diferencia entonces al ser humano de
cualquier otra alimaña?
La figura espectral, difusa y alargada
respondió sonriendo:
—Pues que el hombre está por méritos propios
dirigiendo esta cadena evolutiva de rapiña. ¿Qué hay de malo en ello? Cada cual
viene a este mundo con unas cartas para jugar. El primer mandamiento sensato de
cualquier religión, debería ser el de jugar a no perder, el único pecado digno de
condena en este mundo debería ser no saber jugar las cartas que te han tocado,
no aprovechar las condiciones que le han dado a cada especie, a cada individuo,
para sobrevivir.
Los primeros filósofos, los únicos que
realmente valían la pena, encontraron que en la observación de la naturaleza se
hallaba el sentido de la vida, que ese es el ejemplo a seguir: el acontecer
evolutivamente natural del universo. Anáximenes, Tales de Mileto, Anaximandro,
Heráclito de Efeso…vuestros pilares racionales del pensamiento, encontraron el
origen del universo en los elementos que han estado ahí desde que el mundo es mundo:
el agua, la tierra, el aire, el fuego…Pues bien, sigamos las enseñanzas de aquellos
pensadores cuyas ideas son las columnas del actual pensamiento racional. No hay
hay más natural que emplear las condiciones innatas de cada individuo para
perpetuar la especie con garantía, que es al fin y al cabo la verdadera razón de
vuestra existencia.
Yo tomé otro sorbo de la copa de sol y sombra,
en aquel antro donde ya no distinguía otra cosa que no fuera la sonrisa burlona
de mi interlocutor, y el insoportable olor a azufre que inundaba la estancia.
El tiempo se había detenido. ¿Qué hora sería ya? Miré el reloj, pero no
conseguí ver los números que indicaban las manecillas, tampoco el día de la
semana. Estaba enfadado, pero no sabía hacia quien dirigir mi mal humor.
Normalmente echaba la culpa a los demás de mis pesares, esa noche quise apuntar
los dardos de mi rabia, hacía aquel personaje de Fausto con el que divagaba,
culparlo a él de mis desgracias; pero en el fondo sabía que no era esa la
solución, porque con quien realmente estaba enfadado era conmigo mismo.
—¿Cómo dices que te llamas, engendro de
Belcebú?
—Te he dicho que me llamo Fito, pero tengo
muchos nombres. Tú puedes llamarme como quieras.
—Yo no sé mucho de estas cosas, Fito o como te
llames, pero estás pintando el mundo como si para sobrevivir en él, tuviéramos
que aprovecharnos de lo que nos rodea, no solo de otras especies, sino entre
nosotros mismos. Tal y como lo cuentas, según tú, solo existe un tipo de
relación posible entre dos individuos: la parasitaria. Pero eso no es cierto
Fito, engendro de Satanás, o cómo demonios te llames, existen relaciones más
que comprobadas, entre una inmensa variedad de organismos: celulares, animales,
vegetales… que son simbióticas, que se necesitan mutuamente para sobrevivir.
El espectro contestó enseguida, cómo si
supiera de antemano lo que yo iba a objetar:
—Porque esas son las cartas que le han dado
para jugar a algunos, amigo mío, pero que no te engañen las apariencias:
ninguno de esos organismos tiene más misión en esta vida que su supervivencia.
Que en sus transacciones vitales, unos se aprovechen de lo que les sobre a
otros para sobrevivir es puramente circunstancial. ¿No has aprendido nada en el
tiempo que llevas bajo las estrellas? La del ser humano con sus semejantes,
desde que lo engendran, hasta que lo sacan de esta tragicomedia con los pies
por delante es siempre una relación parasitaria, más voraz cuanto más elevada
sea la escala social a la que haya llegado, ya sea por apetito propio o por
herencia consanguínea de sus ancestros. ¿De qué sirve preocuparse de los demás?
—dijo sonriendo la mefistofélica figura alargada—¿Quién te va a agradecer
realmente tus desvelos por su bienestar, cuando nadie se preocupa de los tuyos?
El verdadero atentado contra la vida, es no preocuparse exclusivamente de
disfrutar cada minuto que pases en ella, lo demás son solo palabras bonitas,
frases hechas para disfrazar de cuento de hadas la realidad…
Puesto que vuestro reconocimiento filosófico
más acertado, es el que emula el orden natural de las cosas ¿porque los seres
humanos idealistas os empeñáis en ir a contracorriente? Dile al guepardo que no
utilice su velocidad, al halcón su aguda vista, a la araña sus telas, para
cazar a sus presas y sobrevivir. El hombre es el ser más complicado de la
especie animal. No os conformáis con satisfacer vuestro apetito, necesitáis
satisfacer vuestro ego y humillar a vuestra víctima para que su derrota sea
completa. Ya digo que el ser humano es muy complicado. ¿De verdad creéis que si
existiera un dios que creara el universo y todo cuanto existe, un dios
omnipotente, os iba a hacer a vosotros a su imagen y semejanza para que le
hicierais sombra? No seáis ilusos.
Manuel Jacobo González Outes es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.