Aguas del río
A Soledad
Escucho al río de alcázar y azahares,
su voz me revela el color de otros álamos,
el helor que cubrió nuestros cuerpos,
atrapados en las gotas furtivas.
Ungidos en el bálsamo de la yedra enamorada,
aprendimos el hechizo de amarnos
bajo su espejo desnudo.
Ignoro qué fue de las palabras
cautivas en el óxido del tiempo,
de las borracheras de sexo que escaparon
a las lindes de la apariencia.
Tal vez, sobre los juncos triste
emanen los efluvios de tu nombre
que hizo despertar los labios ebrios
que las aguas de cobre doblegaron.
Me dejo llevar por un estuario de nostalgia,
por un racimo de celos
que encrespa al corazón,
que arrebata los sueños sin retorno.
Acaso existió un otoño sin hojas,
sin ritos, ni signos celestinos,
pero el viento en su himno agitó el amor.
Me ofreces la desnudez del mar,
el vuelo libre de las gaviotas,
mas sólo deseo en las horas laureadas
hundirme en los besos que desgranan
la isla de tu piel,
Contigo mi carne enmudece
al recorrer tu boca de incienso regalado,
sólo es extenso mi dolor
en cada espacio que ocupa tu ausencia.
Sé que el último verso está por escribir,
pero te amo en el infinito de la lluvia,
en los océanos de música y metal,
en el verbo, en la sed, en el fénix,
en el bosque de cal cuyo olor deshoja
la frágil pluma de la memoria.
Retorno a Toledo
“Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer”
Antonio Colina
En las calles de la antigua ciudad,
abandonados en su laberinto,
nos engañó la bruma
de un invierno proceloso.
Éramos álamos libres que ocultan
las espigas en su aljaba;
éramos olor a brea en el alba,
polvo en los últimos helechos.
La noche encendió el amor
y nos ofreció sus cabellos y senos
con sus ojos de rímel
y sus labios de carmín.
Las aves arropadas por los astros,
volaron entre rocas heladas de silencio,
y el musgo del tiempo en las murallas
se nos mostró desnudo en el amanecer.
Bajo las fibras de la luz,
se ocultaron retamas nostálgicas,
besos heroicos, versos blancos,
atrapados por cúpulas y torres.
Tal vez la resaca se desvaneció
entre el hálito del Tajo,
y las almenas
de la ciudad
nos albergaron como amantes.
La libertad se reflejó
en la soledad de la cal.
Dime si el viento de Toledo,
que cubrió con sus latidos
nuestros cuerpos,
fue sólo un sueño.
¿Para
qué sirven mis versos?
palabras
solitarias, mutiladas,
sonidos
que revolotean las dudas,
breves
en el murmullo, el ritmo,
a
veces cansadas, otras enloquecidas.
Palabras
al vacío, al engranaje de la vida,
a
la existencia, a la muerte, a su imagen,
a
la grotesca espera en el laberinto.
Palabras
de miedo a la alcoba sombría,
al
abismo fuera de las sábanas,
al
amor, mendigado y obediente.
Palabras
con respiración, sin fatiga,
en
tabernas y humo de cigarros,
con
olor a vino en las madrugadas,
a
labios húmedos con flor de carmín.
Mis
versos serán mi nombre,
la
erosión de la voz, polvo, cenizas,
materia
frágil, aun en metal fundido;
libres,
en la acera recién llovida,
en
el oleaje o la marejada de la mar,
en
la libertad del viento de marzo.
Manuel Sanchiz Salmoral es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.