Manuel Sanchiz Salmoral, poemas


Aguas del río

 

                                       A Soledad

 

Escucho al río de alcázar y azahares,

su voz me revela el color de otros álamos,

el helor que cubrió nuestros cuerpos,

atrapados en las gotas furtivas.

 

Ungidos en el bálsamo de la yedra enamorada,

aprendimos el hechizo de amarnos

                        bajo su espejo desnudo.

 

Ignoro qué fue de las palabras  

cautivas en el óxido del tiempo,         

de las borracheras de sexo que escaparon

                   a las lindes de la apariencia.

 

Tal vez, sobre los juncos triste

emanen los efluvios de tu nombre

que hizo despertar los labios ebrios

         que las aguas de cobre doblegaron.   

 

Me dejo llevar por un estuario de nostalgia,

por un racimo de celos

                  que encrespa al corazón,

que arrebata los sueños sin retorno.

 

Acaso existió un otoño sin hojas,

sin ritos, ni signos celestinos,

pero el viento en su himno agitó el amor.

 

Me ofreces la desnudez del mar,

el vuelo libre de las gaviotas,

mas sólo deseo en las horas laureadas

hundirme en los besos que desgranan

                            la isla de tu piel,

 

Contigo mi carne enmudece

al recorrer tu boca de incienso regalado,

sólo es extenso mi dolor

en cada espacio que ocupa tu ausencia.

 

Sé que el último verso está por escribir,

pero te amo en el infinito de la lluvia,

en los océanos de música y metal,

en el verbo, en la sed, en el fénix,

en el bosque de cal cuyo olor deshoja

                la frágil pluma de la memoria.


Retorno a Toledo

“Dejadme con la libertad que se pierde

   en los labios de una mujer”

                              Antonio Colina

 

En las calles de la antigua ciudad,

      abandonados en su laberinto,

nos engañó la bruma

       de un invierno proceloso.

 

Éramos álamos libres que ocultan

              las espigas en su aljaba;

éramos olor a brea en el alba,

polvo en los últimos helechos.

 

La noche encendió el amor

 y nos ofreció sus cabellos y senos

con sus ojos de rímel

         y sus labios de carmín.

 

Las aves arropadas por los astros,

volaron entre rocas heladas de silencio,

                                               y el musgo del tiempo en las murallas

se nos mostró desnudo en el amanecer.

 

Bajo las fibras de la luz,

se ocultaron retamas nostálgicas,

  besos heroicos, versos blancos,

atrapados por cúpulas y torres.

 

Tal vez la resaca se desvaneció

       entre el hálito del Tajo,

y las almenas 

de la ciudad

     nos albergaron como amantes.

 

La libertad se reflejó

  en la soledad de la cal.

Dime si el viento de Toledo,

que cubrió con sus latidos

              nuestros cuerpos,

fue sólo un sueño.



¿Para qué sirven mis versos?

¿Para qué sirven mis versos?

palabras solitarias, mutiladas,

sonidos que revolotean las dudas,

breves en el murmullo, el ritmo,

a veces cansadas, otras enloquecidas.

Palabras al vacío, al engranaje de la vida,

a la existencia, a la muerte, a su imagen,

a la grotesca espera en el laberinto.

Palabras de miedo a la alcoba sombría,

al abismo fuera de las sábanas,

al amor, mendigado y obediente.

Palabras con respiración, sin fatiga,

en tabernas y humo de cigarros,

con olor a vino en las madrugadas,

a labios húmedos con flor de carmín.

Mis versos serán mi nombre,

la erosión de la voz, polvo, cenizas,                                                                                                         

materia frágil, aun en metal fundido;                                                                                                        

libres, en la acera recién llovida,  

en el oleaje o la marejada de la mar,

en la libertad del viento de marzo.


Manuel Sanchiz Salmoral es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.