Esa larga sensación de eclipse
Allá al cobijo… más allá en lo sepulto,
a veces cuando despierto, inexorable
en el juego del presente hay un muro de cemento:
cuando ya el papel no admite marcas de tinta
y el olor es visado para la metódica presencia…
Cuando libre me interpele la envoltura de la ausencia
y procure la barra espaciadora hacer acústica cada nota,
liberado el poder del eclipse celosamente guardado
entre el arcón del crepúsculo y la anhelada alba.
Buscaré entre la plenitud de conjuntados ascesis,
cada calco del último barro amasado,
no en apátrida envolvente, en un sin vivir…
Los dedos sobre la piel, el deseo de las manos
clarividencia tan precisa entre palabra y cuerpo.
Voy a rubricarlo si nos invadiera el profuso eclipse
con unas manos insumisas en la diatriba del juego.
Qué no sea extraño que en las barandillas de las terrazas
los taxidermistas con sus bolsas de basura, depósitos
de muertes prematuras, enarbolen sus señales:
señales de interrogación y provocación.
Dispersa en el pórtico de la memoria otra vez la razón,
cada friso prologa una venérea ebriedad: el gozo,
la muerte, el dolor, un doble filo para flagelar,
una doble vertiente para inmolar.
Qué no sea extraño que emboscada el alma de brujería
mística llegue a preguntarse por el más obsceno temblor,
esa esfera de cristal distorsionada de ajustes,
geometría de acecho y último verso unen unos dedos
desafiantes a una misoginia purificante.
Que no sea extraño que sólo instinto,
quién sabe de las vergüenzas de Baco
sobre los arcos de acero fundidos a mis ojos,
licuado con esmero aviva mi esperanza.
Señal inequívoca de un lagar guardado en secreto:
la inercia con que las plagas vertebradas
son diques y desembocadura de la riada.