Manuel Vilchez García de Garss, poemas

 


Loas de sensibilidad           

(A Mercedes  Angustias)

Qué mosaico plateado suspendido en el tiempo,

¡amada mía!, disipa temblorosa hoy la madrugada…

Yace imperante de tiza blanca cual nardo testigo,

agitado tacómetro de un efervescente anacarado.

Cómo podría desmentir vuestra hermosura:

suspiro entretejido ante intersticios de sombras,

¿cómo podría olvidarlo?

 

Alegóricas tizonas romanas el fulgor de tus cabellos,

ensortijado duelo en el alambique de mis dedos,  

otros enfurecen estíos cruzados los arrayanes.

A veces de mi silencio… ¡no decir te amo!,

chirría en mis venas como urraca huracanada:

fermentar mi piel en carne de gallina, surrealista

desciende disgregado incluso su ulular sonido.

 

De glosar en ti mi aliteración mágica,

ya objetivo… silencio y trino entre tú y yo,

guardadora la afonía con total esmero,

de igual peso, ¡oh noche oscuramente lunar! 

 

Si excavar la neblina hermética tu piel

es somnífero ciego de acecho mi agonía,

del poema racional y del perfume marino

da forma de escama llorona la luz difusa.

 

Lo sé, solo queda el chirrido de garganta

encausado con las sombras… levar

anclas aturde… espumea un soplo polar

eslabón hasta la madrugada, contra

corriente al sentido una obstinada calina.

 

Qué preciso círculo el vacío… sin consuelo

el cotidiano páramo me acoge, justo un alba

de tenue irradiación perpetúa el albor,

mano oculta por ondulados pastizales, insensible

presencia, a veces rivaliza con mis textos empacados.

 

Como un monólogo en medio del fervor,

he añorado cada susurro, incluso el lamento

como exterminio tan azul de olvido,

últimos girones en la descarga del deseo.

¿Cómo en el crisol posesionar tus ojos,

si todo nervio parpadeante se desliza

más profundo como taquígrafo enmudecido?

 

Cada caudillo a su centuria deambula

con síntomas de visual cache, desde mis tinieblas,

miradas perdidas en piel apátrida, 

como esa flor agostada la más asombrosa

de una ópera que desgajada en su ballet,  

inhumada en el lecho, inicia anestesiada

la andadura armónica de sus pétalos.

 

Sobre las teclas la montura de mis textos…

de una sensación distinta: lo inasible;

para un pentagrama, como el agujero de ozono

para una castañera… alteraron la tinta.

En lo más profundo de la frase la plañidera

bilingüe con el único título para el tomo,

el más centelleante don… como invisible.    

 

Al final los borradores son el único bagaje

para la ambrosia del sentimiento.

Cuando termino el poema, inseguro, recién salido

lo recorto a destiempo y me dejo en blanco

el deteriorado énfasis: primavera esa mirada tuya,

visión que la fiebre bloquea en pétrea visibilidad.

En la cuerda floja la laxitud abarca el heroísmo,

como estelar la premonición en posición fetal.

 

En el torrente con birretes doctorales

viene como papel principal la mirada lejana,

boquiabierta flota la pasional oración,

hoy glorifica peregrina la orgía ese dócil ocaso

con sus muñecos de trapo, donde al aire otoñal,

el vaho en los minuteros del reloj lo enroca.

 

Pese a lo que se diga de la lava volcánica,

en la última escena… el uno del otro,

raramente corroen las aspas el viento en su molino,

hipótesis para la amplia pluma en dintel de madera,

estadísticamente rebuscado testigo en la puerta,

elabora un pasado, pasado ante ti en su lado oscuro,

presente que el hombre busca reivindicando el pago:

cada moneda tiene su talla y una cita ante la muerte,

huellas de porta moquetas… qué aleluya fúnebre,

luz del faro olvidado resplandor a su propio paso.

 

Días de lunas fetiches, ¡amor mío!, faro donde iluminar 

cada cuarterón del párpado y bordar la sibilante retina.

 

Como testigos por baldosines erigiendo cada farola,

las páginas siguientes incongruentes o armoniosas,

más bien discrepantes a nuestra porción del paraíso. 


Mi piel  

Quisiera tenderme invierno en la rosaleda,

abrir en carne viva cada flor azahar,

flor canela crispada al ocaso.

Percibir cada singladura de frescura  

donde dejar en secreto mis vagas autopsias.   


¿Quién abrevará cada lucero 

en los periplos crepusculares,

en cada eufonía que fue telar de laboreo, 

cuando vuelen los pétalos marchitos?

 

Quisiera descarnar mi piel con el bisturí más lento

en cada entreacto hasta convertirla en barro,

cutis desovillado en pulpa de arlequines.

Deshojar en mis labios su carpa, 

desgajarla en la hendidura de mi boca

y arroparla entreabierta.

 

¿Cómo descubrir el albor, ese pan,

ese verso preñado de maná?

¿Cómo será la regata por estériles riscos?

¿Afluirás anotado en un trozo de papel?

Más recóndito ¿Si ya no voy contigo,

qué imán atraerá mi cordón umbilical?

 

No haré nunca de día ni de noche,

más que en la tarde, en la asfixia de agosto;

cerrar los ojos, mis sentidos al desafío.

Ni una pulgada transmutar la tentación,

hay indivisibles poros efímeros,

bahía de mi piel que aun incuba, 

después alejarme hasta alcanzar el silencio. 

 

Quisiera tenderme como el poema

cuando ya infló de auroras los versos,

y ataje el clarinete en solfeo de expiración.

Cuando sobre el texto en papel,

el vapor del tiempo yace en balanceo 

y demás sentidos arremolinados

cubren de polvo las andanadas. 




Cuello trémulo             


¡Qué enigmática asciende la magia


en esta pesadilla imprevisible!


Irrumpe liberada la saliva por la garganta


hasta enrocarse como sinfonía a los sentidos,


vibra cada traba de brisa en un ajedrez


donde no muevo ficha. Se desliza por


las sombras en el palpitar de la tarde.


 

Qué instante,


hay un vano en la intimidad 


en que los peones mueren,


en que la noche embalsama


cada racimo de la acacia,


en el que sólo el consuelo


de mi subsistencia repta arrastrando la red.


 

Quedará el canto en epifanías de algarabía,


valor encrespado por el docto buril,


retalla un hospedaje de corolas en abogo de vida,


corvas que ondean en enjuto horizonte.


Yo creo, ya ves, hay un melódico paroxismo


en el coro, por qué derrochar en espectros,


si se renueva el bálsamo emocional a su antojo.


 

A solas en esta cama, ¡qué silencio!


Como colofón, escribanía para un ignorado sol,


codificado con simulacros como registro


de esta noria que gira inalterada,


mi destino goza al columpiarse, 


cabalga parásito, broche de un armisticio en el que yo,


de viscoso pajizo, estructuro un sueño trazado,


enraízo en la copa del cedro más allá


y he esperado que fuera denso o remanso


que observa y me paro a escribir este poema,

 

como un castor en una gaveta, despaciosamente


apartado sobre la inmutable piedra,


saltando a la comba la solidez de estatua fiel,


en crudeza cada pirueta entroniza el tránsito,


un reino donde ilustres se ponen a hurgar


convergiendo en sus fragantes colinas con el flujo


de la insondable inmortalidad.

 

¡Qué desamparo presto crece!


He perdido, ¡oh memoria!, el límite a la ceguera.


Te hablo desde cada verso que sostiene el embalaje carnal.  


 

He arrumbado el estrepito terrenal, ese que concluye


como manifiesto de altanería y ahora, en mi palabra


como tela de juicio a mi devota mirada: la vanidad.

 


He mancillado con la sutileza de la jerga este poema,


pero no puede cotejarse en absoluto, lo voy a llamar


horno, crematorio demasiado real para el vocablo,


sólo poseso la sintaxis del destino, una vieja codicia


avaro espejo de corrupción.

 


De valor se protege hasta el espanto


de un agónico ocaso, como vanidoso sello postal,


dintel umbral del remitente.


¿El paso de esta carta con laboriosos vocablos,


tendrá valor para alzarse ante el intrincado designio?  


Esta mañana enlutada es pura y descomunal,

 

carisma de un breviario que ni un sólo instante,


desbaratado el ovillo del trompo, y despabilado,


una confusión resucita delirante.  





Amanece   

    

La urna metafísica de pinceladas:


rojas, amarillas y azules,


reencarnada la paleta,


repudia la oscuridad en su prolongado vértice…


Reunir colores a lo largo del pincel


insonorizados los vestigios,


es esplendor… especímenes 


deslizados por un brecha de luna opaca.


 

Sólo la escarcha en las vendas de los ojos


puede engendrar borrascas


sobre las interrogantes mallas.


Hercúlea la línea implacable


que despliega una angustiada iris


en la obertura del melodramático lecho…


desvelador cenit para adormecerme.


 

Sería lo fácil para mí a sus garras enloquecer.


Sería circuncidar cada pompa de jabón


en su envilecido despecho hacia la volatilidad.


Sería un ascender matinal, disipadas trenzas


el resto de las nubes… desplomado haz de luz


resquebrajado en desolación.    

     

 

Que discreto tamboreo rasga desfigurada


esa sinfonía rítmica, habita en mí la confusión,


el cuarto menguante en una viola de usurpación,


falsa estrategia la dermis disgregada,


desilusión de una segregada coherencia sísmica


sus garabateados luceros en mi memoria…


reconozco cada recelo en cuanto mi inmovilidad


se encuentra incluida en la dicotomía.


 

Contener la respiración apenas liberada


sería imprevisible a la noche en vela,


y en qué trayecto entre transeúnte y muerte


le cortarán el cordón umbilical a la utopía.


Cada atesorado brocado desplegado en las manos


al no existir testamento deshilan lo inexplicable…


las mismas manos se duplican en un hilado sudario…


en soledad la alborada. 

 



Reticente

 

Tanto al prólogo como circunstancia venturosa,

corresponden al eco las voces como paradigmas,

a veces a la coma de una frase

o a la eclosión en armonía

ya irreconocible del apartado pasado:

refugio impecable la posición de huevo en nido.

 

Recuesto en la biblioteca al reposo del jinete:

silos de hipótesis silábicas en los estantes.

Qué línea más corta los recuerdos:

Tanto el primero… acumula demasiado.

¿Presento su tesis?

“Cómo voy a dormir en torno a él”

Como el último: jubiloso e inseguro.

Cuando se desmantelen los libros que poseo,

de ninguna forma describirán los estantes… 

Pedagogos de esqueleto predestinado,

puntuales para el rincón del armario,

algo ha cambiado aquí entre cuarto y delirio,

y miro adentro: ¡cuánto invernan ninfas y sátiros!

 

Pensé en los primeros libros que leí de Kafka,

qué curioso contemplarlos…poema de vicio privado,

¡oh premonición de muerte!

Gemelos plateados para el caparazón de los puños,

era de armas tomar lo que se retorcía en mi piel.

 

Pero dedicaba la mayor parte del tiempo

bajo los fragmentos épicos de musas mortales,

y bajo las faldas aclimatado al escaparate impávido…

sus provocaciones y astucias en los bares de invierno.

Sus leyendas yuxtapuestas al sarcasmo me horrorizaban.

 

En algunos doblados el color se estropea,

páginas de tonos grises con suave hedor.

Me he divorciado del Johnny Walker como amante;

como a una capilla en el estanque la brisa de sol

sobre los racimos más viejos de la uva soy huésped,

y mi hermoso sillón, severos maestros… la percepción. 

 

Cuánto siento como se estremecen mis manos

abrazadas a sus lomos entre dedos y páginas,

unas hendiduras como heridas abiertas a la existencia,

así percibo, lo mismo que orificios semánticos,

en la truncada máquina de escribir bajo las velas,

en la cercana mesa leo lenguas diferentes.

 

¡Los chirridos de la ventana me desesperan!

Entre otros lugares para visitar las galerías del aire

cada vez más enjutas, aquí siento un pánico vivo.

Hay excrementos de gorriones sobre la tapa del piano.

 

Hay mondas de naranja como oscuras sombras,

y el miedo a una noche que alarga sus manos de rabia.

 

Hay una página: la número 74 de rompientes y bramidos;

de notas musicales que acompañan soldados al sepulcro.

Hay un verdadero libro heroico tejido con raza;

lo escribió un niño sordo y manco de la otra guerra,

un libro desusado y disperso.

 

Estalló la iglesia y el informe médico dictaminó… ¡inútil!

Empezaron las preguntas…

¿Tenía la garganta oídos 

al confundir la hogaza con la dicción?

 



Esa larga sensación de eclipse      

 

Allá al cobijo… más allá en lo sepulto,

a veces cuando despierto, inexorable

en el juego del presente hay un muro de cemento:

cuando ya el papel no admite marcas de tinta

y el olor es visado para la metódica presencia…

Cuando libre me interpele la envoltura de la ausencia

y procure la barra espaciadora hacer acústica cada nota,

liberado el poder del eclipse celosamente guardado

entre el arcón del crepúsculo y la anhelada alba.

 

Buscaré entre la plenitud de conjuntados ascesis,

cada calco del último barro amasado,

no en apátrida envolvente, en un sin vivir…

Los dedos sobre la piel, el deseo de las manos

clarividencia tan precisa entre palabra y cuerpo.

Voy a rubricarlo si nos invadiera el profuso eclipse

con unas manos insumisas en la diatriba del juego. 

Qué no sea extraño que en las barandillas de las terrazas

los taxidermistas con sus bolsas de basura, depósitos

de muertes prematuras, enarbolen sus señales:

señales de interrogación y provocación.

 

Dispersa en el pórtico de la memoria otra vez la razón,

cada friso prologa una venérea ebriedad: el gozo,

la muerte, el dolor, un doble filo para flagelar,

una doble vertiente para inmolar.

 

Qué no sea extraño que emboscada el alma de brujería

mística llegue a preguntarse por el más obsceno temblor,

esa esfera de cristal distorsionada de ajustes,

geometría de acecho y último verso unen unos dedos

desafiantes a una misoginia purificante.

        

Que no sea extraño que sólo instinto,    

quién sabe de las vergüenzas de Baco

sobre los arcos de acero fundidos a mis ojos,

licuado con esmero aviva mi esperanza.

Señal inequívoca de un lagar guardado en secreto:

la inercia con que las plagas vertebradas

son diques y desembocadura de la riada.           



Una noche cualquiera

¿Qué siento? ¿El odio que hiela las yemas de mis dedos o el amor que arde y se consume sin privilegios tan triste como el perfumen de la flor cuya herencia es la señera ofrenda  que no yerra?

Tras la verja del jardín 
es la valla citaras colombinas;
valle Valparaíso del Dauro.
Mi sed de mandrágoras lo beben entero
con su polvo amarillo en los muros,
en esta hora los adolescentes sueños
de espaldas al desfigurado parque
y el reloj pasional con su arena
me despabilan con un cielo de herrería.

Yo no sé lo que es mejor, a norte y a sur, pasean por el riachuelo tréboles recién cortados y para unir sus fragmentos dispersos, a veces solo hacen falta las cenizas del tiempo, días de gloria sobre las plumas del ruiseñor.

Sé que no vivo en ora pro nobis
aunque ahora con serenidad
por la espalda en decadencia
se dilata  mi compendio,
al lado de la fuente, el polvo,
con su voz en una colina de crucifijos.
Burdo mi sueño toca la penumbra
mis retinas debajo azote de la fragua
con versículos ilegales la fortifican.

De oficio siempre se le calla al alma, se castran las flores de las manos que la acarician. Ya sabéis, siempre hay un césped verde decía Rimbaud, donde un ángel cada época es verdugo foráneo de sentimientos.

Las estatuas en la calle están desiertas
sazonadas con figuras asexuales.
Yo continúo refugiándome en la noche
¿Quién garabatea por el cielo?
Prodiga tan lejos esa luna insondable
jugadora de luces vacía sobre mí su célibe ingenio.
¿Nos encontraremos en el parque?
Rastrillado el vacío bulevar
a la mañana le he robado la alameda.

Manuel Vilchez García de Garss es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.