Manuel Vilchez García de Garss, poemas

 


Amanece   

    

 

La urna metafísica de pinceladas:


rojas, amarillas y azules,


reencarnada la paleta,


repudia la oscuridad en su prolongado vértice…


Reunir colores a lo largo del pincel


insonorizados los vestigios,


es esplendor… especímenes 


deslizados por un brecha de luna opaca.


 

Sólo la escarcha en las vendas de los ojos


puede engendrar borrascas


sobre las interrogantes mallas.


Hercúlea la línea implacable


que despliega una angustiada iris


en la obertura del melodramático lecho…


desvelador cenit para adormecerme.


 

Sería lo fácil para mí a sus garras enloquecer.


Sería circuncidar cada pompa de jabón


en su envilecido despecho hacia la volatilidad.


Sería un ascender matinal, disipadas trenzas


el resto de las nubes… desplomado haz de luz


resquebrajado en desolación.    

     

 

Que discreto tamboreo rasga desfigurada


esa sinfonía rítmica, habita en mí la confusión,


el cuarto menguante en una viola de usurpación,


falsa estrategia la dermis disgregada,


desilusión de una segregada coherencia sísmica


sus garabateados luceros en mi memoria…


reconozco cada recelo en cuanto mi inmovilidad


se encuentra incluida en la dicotomía.


 

Contener la respiración apenas liberada


sería imprevisible a la noche en vela,


y en qué trayecto entre transeúnte y muerte


le cortarán el cordón umbilical a la utopía.


Cada atesorado brocado desplegado en las manos


al no existir testamento deshilan lo inexplicable…


las mismas manos se duplican en un hilado sudario…


en soledad la alborada. 

 



Reticente

 

Tanto al prólogo como circunstancia venturosa,

corresponden al eco las voces como paradigmas,

a veces a la coma de una frase

o a la eclosión en armonía

ya irreconocible del apartado pasado:

refugio impecable la posición de huevo en nido.

 

Recuesto en la biblioteca al reposo del jinete:

silos de hipótesis silábicas en los estantes.

Qué línea más corta los recuerdos:

Tanto el primero… acumula demasiado.

¿Presento su tesis?

“Cómo voy a dormir en torno a él”

Como el último: jubiloso e inseguro.

Cuando se desmantelen los libros que poseo,

de ninguna forma describirán los estantes… 

Pedagogos de esqueleto predestinado,

puntuales para el rincón del armario,

algo ha cambiado aquí entre cuarto y delirio,

y miro adentro: ¡cuánto invernan ninfas y sátiros!

 

Pensé en los primeros libros que leí de Kafka,

qué curioso contemplarlos…poema de vicio privado,

¡oh premonición de muerte!

Gemelos plateados para el caparazón de los puños,

era de armas tomar lo que se retorcía en mi piel.

 

Pero dedicaba la mayor parte del tiempo

bajo los fragmentos épicos de musas mortales,

y bajo las faldas aclimatado al escaparate impávido…

sus provocaciones y astucias en los bares de invierno.

Sus leyendas yuxtapuestas al sarcasmo me horrorizaban.

 

En algunos doblados el color se estropea,

páginas de tonos grises con suave hedor.

Me he divorciado del Johnny Walker como amante;

como a una capilla en el estanque la brisa de sol

sobre los racimos más viejos de la uva soy huésped,

y mi hermoso sillón, severos maestros… la percepción. 

 

Cuánto siento como se estremecen mis manos

abrazadas a sus lomos entre dedos y páginas,

unas hendiduras como heridas abiertas a la existencia,

así percibo, lo mismo que orificios semánticos,

en la truncada máquina de escribir bajo las velas,

en la cercana mesa leo lenguas diferentes.

 

¡Los chirridos de la ventana me desesperan!

Entre otros lugares para visitar las galerías del aire

cada vez más enjutas, aquí siento un pánico vivo.

Hay excrementos de gorriones sobre la tapa del piano.

 

Hay mondas de naranja como oscuras sombras,

y el miedo a una noche que alarga sus manos de rabia.

 

Hay una página: la número 74 de rompientes y bramidos;

de notas musicales que acompañan soldados al sepulcro.

Hay un verdadero libro heroico tejido con raza;

lo escribió un niño sordo y manco de la otra guerra,

un libro desusado y disperso.

 

Estalló la iglesia y el informe médico dictaminó… ¡inútil!

Empezaron las preguntas…

¿Tenía la garganta oídos 

al confundir la hogaza con la dicción?

 



Esa larga sensación de eclipse      

 

Allá al cobijo… más allá en lo sepulto,

a veces cuando despierto, inexorable

en el juego del presente hay un muro de cemento:

cuando ya el papel no admite marcas de tinta

y el olor es visado para la metódica presencia…

Cuando libre me interpele la envoltura de la ausencia

y procure la barra espaciadora hacer acústica cada nota,

liberado el poder del eclipse celosamente guardado

entre el arcón del crepúsculo y la anhelada alba.

 

Buscaré entre la plenitud de conjuntados ascesis,

cada calco del último barro amasado,

no en apátrida envolvente, en un sin vivir…

Los dedos sobre la piel, el deseo de las manos

clarividencia tan precisa entre palabra y cuerpo.

Voy a rubricarlo si nos invadiera el profuso eclipse

con unas manos insumisas en la diatriba del juego. 

Qué no sea extraño que en las barandillas de las terrazas

los taxidermistas con sus bolsas de basura, depósitos

de muertes prematuras, enarbolen sus señales:

señales de interrogación y provocación.

 

Dispersa en el pórtico de la memoria otra vez la razón,

cada friso prologa una venérea ebriedad: el gozo,

la muerte, el dolor, un doble filo para flagelar,

una doble vertiente para inmolar.

 

Qué no sea extraño que emboscada el alma de brujería

mística llegue a preguntarse por el más obsceno temblor,

esa esfera de cristal distorsionada de ajustes,

geometría de acecho y último verso unen unos dedos

desafiantes a una misoginia purificante.

        

Que no sea extraño que sólo instinto,    

quién sabe de las vergüenzas de Baco

sobre los arcos de acero fundidos a mis ojos,

licuado con esmero aviva mi esperanza.

Señal inequívoca de un lagar guardado en secreto:

la inercia con que las plagas vertebradas

son diques y desembocadura de la riada.           



Una noche cualquiera

¿Qué siento? ¿El odio que hiela las yemas de mis dedos o el amor que arde y se consume sin privilegios tan triste como el perfumen de la flor cuya herencia es la señera ofrenda  que no yerra?

Tras la verja del jardín 
es la valla citaras colombinas;
valle Valparaíso del Dauro.
Mi sed de mandrágoras lo beben entero
con su polvo amarillo en los muros,
en esta hora los adolescentes sueños
de espaldas al desfigurado parque
y el reloj pasional con su arena
me despabilan con un cielo de herrería.

Yo no sé lo que es mejor, a norte y a sur, pasean por el riachuelo tréboles recién cortados y para unir sus fragmentos dispersos, a veces solo hacen falta las cenizas del tiempo, días de gloria sobre las plumas del ruiseñor.

Sé que no vivo en ora pro nobis
aunque ahora con serenidad
por la espalda en decadencia
se dilata  mi compendio,
al lado de la fuente, el polvo,
con su voz en una colina de crucifijos.
Burdo mi sueño toca la penumbra
mis retinas debajo azote de la fragua
con versículos ilegales la fortifican.

De oficio siempre se le calla al alma, se castran las flores de las manos que la acarician. Ya sabéis, siempre hay un césped verde decía Rimbaud, donde un ángel cada época es verdugo foráneo de sentimientos.

Las estatuas en la calle están desiertas
sazonadas con figuras asexuales.
Yo continúo refugiándome en la noche
¿Quién garabatea por el cielo?
Prodiga tan lejos esa luna insondable
jugadora de luces vacía sobre mí su célibe ingenio.
¿Nos encontraremos en el parque?
Rastrillado el vacío bulevar
a la mañana le he robado la alameda.

Manuel Vilchez García de Garss es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.