Amanece
La urna metafísica de pinceladas:
rojas, amarillas y azules,
reencarnada la paleta,
repudia la oscuridad en su prolongado vértice…
Reunir colores a lo largo del pincel
insonorizados los vestigios,
es esplendor… especímenes
deslizados por un brecha de luna opaca.
Sólo la escarcha en las vendas de los ojos
puede engendrar borrascas
sobre las interrogantes mallas.
Hercúlea la línea implacable
que despliega una angustiada iris
en la obertura del melodramático lecho…
desvelador cenit para adormecerme.
Sería lo fácil para mí a sus garras enloquecer.
Sería circuncidar cada pompa de jabón
en su envilecido despecho hacia la volatilidad.
Sería un ascender matinal, disipadas trenzas
el resto de las nubes… desplomado haz de luz
resquebrajado en desolación.
Que discreto tamboreo rasga desfigurada
esa sinfonía rítmica, habita en mí la confusión,
el cuarto menguante en una viola de usurpación,
falsa estrategia la dermis disgregada,
desilusión de una segregada coherencia sísmica
sus garabateados luceros en mi memoria…
reconozco cada recelo en cuanto mi inmovilidad
se encuentra incluida en la dicotomía.
Contener la respiración apenas liberada
sería imprevisible a la noche en vela,
y en qué trayecto entre transeúnte y muerte
le cortarán el cordón umbilical a la utopía.
Cada atesorado brocado desplegado en las manos
al no existir testamento deshilan lo inexplicable…
las mismas manos se duplican en un hilado sudario…
en soledad la alborada.
Tanto al prólogo como circunstancia venturosa,
corresponden al eco las voces como paradigmas,
a veces a la coma de una frase
o a la eclosión en armonía
ya irreconocible del apartado pasado:
refugio impecable la posición de huevo en nido.
Recuesto en la biblioteca al reposo del jinete:
silos de hipótesis silábicas en los estantes.
Qué línea más corta los recuerdos:
Tanto el primero… acumula demasiado.
¿Presento su tesis?
“Cómo voy a dormir en torno a él”
Como el último: jubiloso e inseguro.
Cuando se desmantelen los libros que poseo,
de ninguna forma describirán los estantes…
Pedagogos de esqueleto predestinado,
puntuales para el rincón del armario,
algo ha cambiado aquí entre cuarto y delirio,
y miro adentro: ¡cuánto invernan ninfas y sátiros!
Pensé en los primeros libros que leí de Kafka,
qué curioso contemplarlos…poema de vicio privado,
¡oh premonición de muerte!
Gemelos plateados para el caparazón de los puños,
era de armas tomar lo que se retorcía en mi piel.
Pero dedicaba la mayor parte del tiempo
bajo los fragmentos épicos de musas mortales,
y bajo las faldas aclimatado al escaparate impávido…
sus provocaciones y astucias en los bares de invierno.
Sus leyendas yuxtapuestas al sarcasmo me horrorizaban.
En algunos doblados el color se estropea,
páginas de tonos grises con suave hedor.
Me he divorciado del Johnny Walker como amante;
como a una capilla en el estanque la brisa de sol
sobre los racimos más viejos de la uva soy huésped,
y mi hermoso sillón, severos maestros… la percepción.
Cuánto siento como se estremecen mis manos
abrazadas a sus lomos entre dedos y páginas,
unas hendiduras como heridas abiertas a la existencia,
así percibo, lo mismo que orificios semánticos,
en la truncada máquina de escribir bajo las velas,
en la cercana mesa leo lenguas diferentes.
¡Los chirridos de la ventana me desesperan!
Entre otros lugares para visitar las galerías del aire
cada vez más enjutas, aquí siento un pánico vivo.
Hay excrementos de gorriones sobre la tapa del piano.
Hay mondas de naranja como oscuras sombras,
y el miedo a una noche que alarga sus manos de rabia.
Hay una página: la número 74 de rompientes y bramidos;
de notas musicales que acompañan soldados al sepulcro.
Hay un verdadero libro heroico tejido con raza;
lo escribió un niño sordo y manco de la otra guerra,
un libro desusado y disperso.
Estalló la iglesia y el informe médico dictaminó… ¡inútil!
Empezaron las preguntas…
¿Tenía la garganta oídos
al confundir la hogaza con la dicción?
Esa larga sensación de eclipse
Allá al cobijo… más allá en lo sepulto,
a veces cuando despierto, inexorable
en el juego del presente hay un muro de cemento:
cuando ya el papel no admite marcas de tinta
y el olor es visado para la metódica presencia…
Cuando libre me interpele la envoltura de la ausencia
y procure la barra espaciadora hacer acústica cada nota,
liberado el poder del eclipse celosamente guardado
entre el arcón del crepúsculo y la anhelada alba.
Buscaré entre la plenitud de conjuntados ascesis,
cada calco del último barro amasado,
no en apátrida envolvente, en un sin vivir…
Los dedos sobre la piel, el deseo de las manos
clarividencia tan precisa entre palabra y cuerpo.
Voy a rubricarlo si nos invadiera el profuso eclipse
con unas manos insumisas en la diatriba del juego.
Qué no sea extraño que en las barandillas de las terrazas
los taxidermistas con sus bolsas de basura, depósitos
de muertes prematuras, enarbolen sus señales:
señales de interrogación y provocación.
Dispersa en el pórtico de la memoria otra vez la razón,
cada friso prologa una venérea ebriedad: el gozo,
la muerte, el dolor, un doble filo para flagelar,
una doble vertiente para inmolar.
Qué no sea extraño que emboscada el alma de brujería
mística llegue a preguntarse por el más obsceno temblor,
esa esfera de cristal distorsionada de ajustes,
geometría de acecho y último verso unen unos dedos
desafiantes a una misoginia purificante.
Que no sea extraño que sólo instinto,
quién sabe de las vergüenzas de Baco
sobre los arcos de acero fundidos a mis ojos,
licuado con esmero aviva mi esperanza.
Señal inequívoca de un lagar guardado en secreto:
la inercia con que las plagas vertebradas
son diques y desembocadura de la riada.