Manuel Vilchez García de Garss, poemas

 


Esa larga sensación de eclipse      

 

Allá al cobijo… más allá en lo sepulto,

a veces cuando despierto, inexorable

en el juego del presente hay un muro de cemento:

cuando ya el papel no admite marcas de tinta

y el olor es visado para la metódica presencia…

Cuando libre me interpele la envoltura de la ausencia

y procure la barra espaciadora hacer acústica cada nota,

liberado el poder del eclipse celosamente guardado

entre el arcón del crepúsculo y la anhelada alba.

 

Buscaré entre la plenitud de conjuntados ascesis,

cada calco del último barro amasado,

no en apátrida envolvente, en un sin vivir…

Los dedos sobre la piel, el deseo de las manos

clarividencia tan precisa entre palabra y cuerpo.

Voy a rubricarlo si nos invadiera el profuso eclipse

con unas manos insumisas en la diatriba del juego. 

Qué no sea extraño que en las barandillas de las terrazas

los taxidermistas con sus bolsas de basura, depósitos

de muertes prematuras, enarbolen sus señales:

señales de interrogación y provocación.

 

Dispersa en el pórtico de la memoria otra vez la razón,

cada friso prologa una venérea ebriedad: el gozo,

la muerte, el dolor, un doble filo para flagelar,

una doble vertiente para inmolar.

 

Qué no sea extraño que emboscada el alma de brujería

mística llegue a preguntarse por el más obsceno temblor,

esa esfera de cristal distorsionada de ajustes,

geometría de acecho y último verso unen unos dedos

desafiantes a una misoginia purificante.

        

Que no sea extraño que sólo instinto,    

quién sabe de las vergüenzas de Baco

sobre los arcos de acero fundidos a mis ojos,

licuado con esmero aviva mi esperanza.

Señal inequívoca de un lagar guardado en secreto:

la inercia con que las plagas vertebradas

son diques y desembocadura de la riada.           



Una noche cualquiera

¿Qué siento? ¿El odio que hiela las yemas de mis dedos o el amor que arde y se consume sin privilegios tan triste como el perfumen de la flor cuya herencia es la señera ofrenda  que no yerra?

Tras la verja del jardín 
es la valla citaras colombinas;
valle Valparaíso del Dauro.
Mi sed de mandrágoras lo beben entero
con su polvo amarillo en los muros,
en esta hora los adolescentes sueños
de espaldas al desfigurado parque
y el reloj pasional con su arena
me despabilan con un cielo de herrería.

Yo no sé lo que es mejor, a norte y a sur, pasean por el riachuelo tréboles recién cortados y para unir sus fragmentos dispersos, a veces solo hacen falta las cenizas del tiempo, días de gloria sobre las plumas del ruiseñor.

Sé que no vivo en ora pro nobis
aunque ahora con serenidad
por la espalda en decadencia
se dilata  mi compendio,
al lado de la fuente, el polvo,
con su voz en una colina de crucifijos.
Burdo mi sueño toca la penumbra
mis retinas debajo azote de la fragua
con versículos ilegales la fortifican.

De oficio siempre se le calla al alma, se castran las flores de las manos que la acarician. Ya sabéis, siempre hay un césped verde decía Rimbaud, donde un ángel cada época es verdugo foráneo de sentimientos.

Las estatuas en la calle están desiertas
sazonadas con figuras asexuales.
Yo continúo refugiándome en la noche
¿Quién garabatea por el cielo?
Prodiga tan lejos esa luna insondable
jugadora de luces vacía sobre mí su célibe ingenio.
¿Nos encontraremos en el parque?
Rastrillado el vacío bulevar
a la mañana le he robado la alameda.

Manuel Vilchez García de Garss es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.