Montaña inmóvil, madre tierra
Te enseñaré sin gritos
el camino dorado
la herida que conduce,
al útero sagrado,
y hendiré mi pluma
de un poema gestado
por si acaso tu verbo
me conquista el nevado.
De tus garras de madre
ya me escapo, exiliado,
de la escarpada loma
de este borde dentado
letanías de eco
llegan hasta el collado,
no era así este poema
nació sin ser trazado.
Extraño hasta las formas
del pico modelado
a las nubes sombrías
siempre encaramado
arriba en la ribera
del mundo cobijado
los hombres que no ven
de mi vida he borrado.
Quiero bajar al mar
junto al tosco granado,
las ondas de llanura
y el olor de misterio salado.
Esa fuerza feroz
de un poema castrado
me atrapa, la montaña
más de lo soñado.
Eternamente tú, Federico
Porque tú crees que el tiempo cura
y que las paredes tapan,
y no es verdad, no es verdad.
F.G.L.
Sueño infantil de arroyo risueño,
detenido bajo el ala del cisne,
te llevan vestido de verde luna
por la montaña herida, hacia el cadalso.
Un halcón en vuelo íntimo
navega en el silencio de un cielo
dónde se columpian tus suspiros
hasta la madrugada.
Mirar atrás, entre el abecedario y la arena
y temblar, temblar... pero no de miedo
como acusan las malas lenguas,
sino temblar de pura belleza,
ante aquella cima de la leyenda de las piedras.
Chimenea humeante de ocaso
que se lleva tu espíritu, envuelto
en un amanecer, donde callan
de luto secreto las chicharras.
Perdido, soñando con la aurora de Iliberis,
tu último sol se arroja a los almendros
y tu alma por una sombra profunda
nos baña de tinieblas y llanto.
Han matado al poeta en el lucero
con las manos ancladas a la luna.
Mi Federico no... no ha muerto,
anuncia su madre entre quejidos.
(Castellano antiguo)
Sólo escribo cuanto fuere
pues alentando a mi mano
desnudo el papel me espera,
eternamente en silencio
Que en mi palabra creyere,
vestir mi verbo cercano
cuando con tesón blandiera
lo que aquí os evidencio.
Sabed pluma por doquiere
que trágica en el tintero
sufrida al suelo cayera,
si escritura no presencio.
Cuando el sol amaneciere
con su rayo tan liviano
antes de presta ceguera
escribo prosa y sentencio.
Exacta palabra curtiere
cual presto buen artesano,
mi alma por fin cediera
a hostigarte si conciencio.
Después de ir caminando
torpe, débil, malherida,
dejándome olvidar
las penas por las esquinas.
Abrí mi corazón a la luz,
a las palabras de poeta
sintiendo aliviada mi cruz
de la sombra de esta grieta.
No comprendo mi pluma
dolor que arrastro en soledad
que no se disipa con la bruma
ni huyendo del campo a la ciudad.
Amarga esta sombra que me disloca
aliento que consume mi corazón
susurrando de tu labio a mi boca
haciendo que pierda la razón.
Tanta locura por los caminos
matando el silencio en la vereda
sintiéndome a su vez un asesino
a golpe de verso en la alameda.
Sucedió una tarde, en el monasterio
encontré la paz tan anhelada
tras losas de cementerio
polvo somos todos, sombra hallada.
Marijose Muñoz Rubio es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.