Manifiesto
Libro la incertidumbre, los miedos y la sombra;
reabro con la mente ventanas que no existen,
abandono el aliento de lo gris,
diluyo la memoria en cada verso
ante el peligro de las horas carnívoras
(no me escondo en la cripta de los ojos cuando sueño).
Escribo
ficciones que delatan lo inconsciente,
simulo el infinito con una senda de metáforas,
encuentro consonancias del hombre que no soy,
dejo evidencias de que existo
(sustituyo mi nombre con nuevas biografías).
Soy un ser caprichoso:
estoy en todas partes, formo parte de todo;
anhelo conquistar un estado de Gracia permanente
en este tapiz blanco repleto de respuestas
(cuesta vivir como una exclamación al margen).
Escribo disfraces encamisados en el papel,
conjeturas con vocación de crónica,
enmiendas talladas en sombra pura,
minucias que me alejan de este barro
(busco un pase a la vida eterna con la labor de mi bolígrafo).
Necesito mojar las aguas del espejo
y bañarme en la sed sin escurrirme por el llanto;
tocar las latitudes del ayer
mirando dignamente las reliquias
(mis recuerdos imploran piedad en los portales del olvido).
Escribo,
doy mi brazo a torcer, me río con la nieve,
bendigo la hermosura, la magia de lo simple,
vuelvo al verano de la infancia
(la visión de los ojos nunca envejece).
Quiero extraer la esencia de la vida en solamente un verso,
arder en su materia, penetrar en la rabia para tejer el grito
y perder para siempre el mapa de mi voz
(solo el silencio puede hablar)
Escribo historias de epigastrio,
observo un tanatorio de papel que me persigue,
ofrezco mi derrota difuminándome en el aire
(hago de mi silencio una bandera).
Noche de niebla
La niebla me observa con sus ojos húmedos;
difuminando mi perfil
mezcla el color de la lluvia
con la sequedad despavorida.
Su rostro transparente me acaricia
como la silueta de un sueño
y sus palabras,
sus sudorosos textos, son lágrimas
que lucen en una noche de alma.
El cielo se pigmenta de ceniza
—la vida oscura se asoma desde el llanto—
y mi voluntad dormida hierve
entre vahos y suspiros.
El jardín del Edén perdido
La primavera, enmudecida,
se encierra en el esqueleto de los árboles,
las ramas pierden el peso de sus hojas.
El cuerpo caído vuelve a ser raíz,
oculta su legado desde el silencio.
La andanza del amor simula estos pasos:
esconde el mensaje cíclico del universo.
Hoy es una hoja caída;
su quietud, la nostalgia, mutará con otra mirada.
El otoño es un paseante solitario,
una ráfaga de suspiros que se adueña de un bosque desierto,
una historia de amor,
el vano sentir de haber sido.
Aunque no esté, duele
Gotas de memoria
en mis mejillas dormidas:
caen,
buscan enloquecidas un sendero
como los alterados segundos
que la nombran muriéndose.
La soledad asoma,
trepa los cristales desde oscuras lejanías:
la noche depara un camino de cangrejos.
Está despierta, yace en el vacío de los días,
en los instantes que separan dos latidos
y, sin embargo, acurrucada a mi espalda.
Arranco trozos de su piel
excavando entre la hiel y el sueño:
sus ojos revelan un dolor primitivo,
sus cicatrices abren y cierran las antecámaras del
daño,
el duelo me habla con la boca de siempre.
Su sombra se retuerce como eco sobrevivido:
yazgo desnudo en el invierno
y su recuerdo me persigue.
Beber de una botella azul es tragarse la marea
Cierran los bares
y dios es un recuerdo
que se mide por litros
RAQUEL LANSEROS
El vidrio azul de una botella me contempla.
Gota a gota mi noche se vierte en ella.
El cristal vence mi sed,
sus aguas cautivan mis desiertos.
Su templanza me enseña
el equilibrio de un fuego sin llamas;
su resignada condena
me ofrece el castigo y la fuerza
de su enérgica visión.
Brindo a la vida:
la transparencia del cristal me enseña la marea;
oigo una sirena y bebo de sus manos...
Las aguas se liberan en mi garganta
y su embestida milenaria se derrama en mí.
Como río arrasador, abismado en su sabiduría,
canto toda mi verdad al sueño etílico:
la noche se encierra en un bar
y mi vida se vierte en ella.
Remotas cercanías
Sobreviví al parto sin saberlo,
fui un niño hambriento de amor
enfrentado a una mujer
con la sed propia de una niña:
mi derrota fue quedarme sin apetito,
la suya fue romper aguas.
Lloró… ¡Su placenta lloró!
Perdió hilos finísimos, alfileres de lluvia,
resonancias que me persiguieron
con sonidos de gotera.
Quise olvidar...
el relámpago, la premonición,
la sensación de abandono
que lentamente se abrió paso
como una grieta…
Como una herida.
La distancia se acercó a nosotros
con un abrazo que abarcó kilómetros,
y sus caricias vinieron a verme
con el espectro de las nubes.
Tuve ganas de llover
y un sonido (a)temporal
selló nuestro silencio.
Tuve otra madre
que se adelantó a su nombre
—me quiso como a un nieto, me trató como a un hijo—.
La olvidé, tantas veces como pude,
y con la lejanía esfumó su esencia de madre.
Me dijeron que quiso recuperar su vida
—ahora sé que al encontrarla se perdió—.
Como protesta me negué a vivir:
dejé de estudiar y de jugar,
abandoné mis dibujos,
depuse los pinceles debajo de la almohada
—para que germinaran sueños—,
y esperé…
Su esencia volvía en cada silencio,
en cada lluvia...
(...)
Años después, y con su alma libre de relojes,
todo era un arrebato de alas bajo su cielo.
Me costó entenderlo:
hubo días que quise borrarlo todo...
Recobrar el olvido, olvidar lo recordado...
Ahora la lluvia es nuestra melodía
cuando callamos escuchándola detrás de los cristales.
Mi madre volvió, su sonrisa derribó el silencio…
(…)
La soledad de un niño quiso volar libre
y en un abrazo azul madre
encontró las alas.
Elogio de lo absurdo
La sonrisa burlona de un semáforo en rojo,
una mariposa resistiéndose al silencio
con un susurro de alas,
los días adormecidos a ras de un sueño,
el camino de la hiedra,
la visión temeraria de unos ojos abriéndose al futuro,
el insomnio de la luz,
el temor de las olas antes del impacto:
proposiciones,
disparates,
ocurrencias...
Confabulan a mis espaldas,
me aferran,
me invaden con su vocación de sombra:
su matriz se esconde tras la piel curtida de mis humos
y su derrame intencionado
es una hoguera íntima que no se extingue.
─ ¿Quién eres? ─preguntan unas voces,
cuando todo el mundo me llama por mi nombre.
Soy la quimera detenida de un peatón,
vinilo desgastado de un camino de memoria,
materia gris en el manto triste de una nube,
promesa de vértigo,
pretérito imperfecto sin afán de mañana,
sombra despierta a la espera de un albor merecido,
ser de agua y sal, oculto entre las olas.
Un GPS enajenado se sitúa ante mí cuando me pierdo:
la locura me ciñe mitigando la tristeza
y el bolígrafo cumple con su misión catártica.
Escribo y la somera verborrea del pensamiento
se inmola desde la altura del poema.
Algún día, cuando me busques
Yo no escribo (…)
sólo soy herida que habla
BEGOÑA ABAD
Quiero olvidar su avance,
observar cómo se agrieta la piel del tiempo,
sentir ligero el fardo de los años
y descubrir cómo acunar las primaveras
con el alivio del pasado.
Pasan los días y llegará el olvido
con su patrón de páginas blancas,
con su memoria hueca
y sus territorios perdidos:
me alcanzará un torrente perpetuo e invisible…
Pronto se irán las fotografías y los recuerdos,
pronto te irás, melancolía.
Su lejanía llegará como un océano
profundo y sin aguas,
será un silencio sempiterno:
mi cuerpo se descompondrá en lluvias secas,
dormirá en el lecho de un río de eternidades.
Quizá, por un momento,
serás testigo de mi débil existencia,
de cenizas abandonadas y sin nombre,
de viejos afanes enterrados por la historia,
del esfuerzo de salvar lo que me pertenecía.
Algún día, cuando me busques,
me encontrarás en la esencia de los versos,
en la memoria de hojas desgastadas,
en ese reflejo tuyo que nunca quise perder.
En el patio
Qué extraña se ha vuelto la existencia:
tú sonríes en el pasado
y yo sé que vivo porque te oigo llorar
ANTONIO GAMONEDA
Tus pasos pesarosos trazan líneas,
dibujan círculos invisibles
en un patio poblado de sonrisas.
Tus piernas diminutas huyen
—caminas como un juguete de cuerda—,
giran en torno a tus temores,
a unos miedos que te persiguen,
—o quizá seas tú quien persigue esos monstruos—.
Las preocupaciones te ahogan,
tus labios callan,
usas máscaras en lugar de palabras.
Tengo un mal presentimiento,
pequeño como tu edad
y grande como tu ausencia:
me aterra la idea que esos males crezcan junto a ti.
(…)
Pasan los días y las palabras duermen
—cada día me llega tu silencio—,
palpitan sin voz como silbidos,
se agarran a los labios mientras te pierdo.
Me quedo con llagas en la piel
y con los lirios de tu juventud en la mente:
me dueles como un juguete roto,
como un patio vacío, sin risas y sin niños.
Intento hallarte en mis versos,
rezo sin voz para que me oigas
mientras juegas al escondite.
Sigo esperándote desde la sombra
—borrosa es la visión desde las lágrimas—,
mido con caricias las distancias
—durante años apenas pudimos mirarnos—;
observo, una y otra vez, esa fotografía
que se agrisa y que refleja nuestros ojos…
Una débil afonía se dispersa en el aire:
me queda el sonido volátil de su voz
y el estúpido intento de atraparlo entre las manos.
Observo su fotografía,
la sonrisa congelada,
el rostro de una infancia de aguaceros,
la historia y el laberinto de una plegaria mojada
−solo puedo susurrarle al oído
cuando le hablo en silencio−.
Su presencia,
insondable y fugaz,
es un socavón que se repite
en un sendero de sinsentidos.
Su mundo no me pertenece,
las emociones quiebran,
mi bandera se la lleva el viento
y él, huérfano de un mundo padre,
es el km 0 y el desolado rugir de mi cielo.
Enredo unos versos tibios al aire
con el desasosiego que silabea su nombre
y la sombra,
su devastador eclipse,
deslumbra mi universo.
Es tan grande que su soledad me llena...
Volver
Aún te pienso
con el rostro
de siempre
JOSÉ ÁNGEL
VALENTE
El pasado revive en sus calles,
mi avance se pierde en su memoria:
un camino de imágenes
revolotea por las avenidas de mi
mente.
Mis dedos hurgan en las estrías del
tiempo,
se abren paso a través de los muros
de una casa de antaño
—confundo estoicamente lo que soy
con el ruido fantasmal de los
recuerdos—.
Mi abuela, ama de casa,
me espera con la comida enmohecida;
mi abuelo, marinero,
sigue evocando las travesías de su
barco fantasma;
mis amigos, de visita,
me reciben alegres
pese a la distancia de nuestras
biografías;
mis padres atesoran la infancia del
tiempo en la mirada.
Contemplo la expresión ensimismada
del pasado…
Soy el turista de un pretérito
imperfecto:
su lluvia finísima
regresa sin tocarme,
su caricia se aleja
sin marcharse.
La humedad del puerto transpira en la
piel
y el paseo marítimo me carcome
con su barniz color melancolía.
Vuelvo a mi ciudad natal:
llevo mi tierra a cuestas
—sigo añorando el mar—,
soy sarcófago de su alma oxidada,
cuerpo ausente entre vosotros.
Recuerdos de arena y sal
Recuerdo estar frente al mar
entre el son de las olas
y el vaivén de la conciencia,
en un territorio sin fronteras
hablando con su melodía sin verbo,
oyendo resonancias que sobreviven a
las distancias.
Recuerdo el sol desnudo caerse
y el mar de sombra vestirse
en un bucle de amor que acariciaba
mis pies
en un paseo de orilla y luna.
Recuerdo agradecido
los pensamientos escurridizos que
volaban con la brisa,
los abrazos abandonados al agua
y la transparencia de la calma;
aquella blanca espuma
que te cubría con sus huellas,
y la marca de tus pies
que la mano del mar borraba junto a
la orilla.
Recuerdo de aquellos días de amor,
tejidos y después desechos
como el olor del mar,
aquel cántico de aguas sedosas,
aquellas canciones de sentimientos y
estrellas,
aquella espiral de cielo y marea
que suspiraba silenciosa.
Y hoy
vestido de agua y de recuerdos,
—como si me bañase en su literatura—,
entro en el abismo de una mirada sin
idiomas,
en la biblioteca del corazón de las
aguas,
llena de rincones y respuestas,
y vuelvo a recordar
cómo el mar me bautizó al amor
junto con la sal de su tierra.
Saudade
Siento que lo nuestro existe,
aunque no pasó nunca.
Extrañas cercanías
A la memoria
de mi abuelo
El recuerdo se esconde
en la sombra de los días
y cada noche es un ojo infinito,
negro y sin párpados.
Su mirada,
un centinela incómodo,
escribe en el aire tu memoria
y los astros,
puntos ensimismados e imposibles,
manejan la cartografía de mis sueños.
Eres la luz,
esperando al otro lado de la vida,
la no-presencia
que susurra escondida cuando el
viento
pasea su nostalgia.
Luces de la ciudad
A la memoria de Charlie Chaplin
El amor no puede explicarse,
vive de un lenguaje mudo
cuando los ojos tienen voz.
El color de la vida
Vuelve la brújula del
tiempo,
se agrieta la piel
abriéndose al
pasado,
penetra en mí
la luz de lo que fuimos.
Hago sintaxis de
memorias,
mezclo las pérdidas
y los pronombres
posesivos,
vierto las
palabras,
reúno los celos y las
caricias,
descubro los silencios
soleados
de las fotografías.
El presente es un
momento ínfimo
que muere sin
despedirse,
la libertad,
un fracaso lleno de futuro.
Somos sombra sin piel,
silueta de aire y silencio,
sueños entumecidos,
susurros oxidados,
tristeza de unas nubes
que aguardan su llanto para mañana.
Nos queda el abrazo
y la lentitud,
la libertad de
entregarnos
al color de la vida.
Lo sagrado y lo profano
Fantasías confitadas de
algodón,
pensamientos en
duermevela
que se elevan a la
altura de las nubes,
voces en almíbar,
ecos divinos que trazan su legado.
Nuestra mente se relame,
la memoria de la carne
segrega sus carencias,
y el vientre ávido se
enciende
aproximándose al eros:
la sensualidad
desenfrenada
nace como promesa de
futuro,
es un sismógrafo
interior infestado de sirenas,
los impulsos laten
y buscan a tientas la llama del temblor.
Buscamos lo sagrado
desde la oscuridad del
precipicio
y, tras el
esfuerzo,
tras el dolor,
segregamos la luz
con el rocío que brota desde los ojos.
Somos ángeles caídos:
el pecado,
nuestra culpa más
codiciada,
reluce con descaro:
nuestro cuerpo se hace hoguera.
Un disparo de fuego rubio
Las nubes se abren a la luz
y yo cierro los ojos imaginándola:
entro en un territorio ávido de domingos,
en un atardecer inmóvil que observa,
en un instante detenido
que el espejo del mar embellece,
en una tarde anaranjada
que funde sus colores
con la belleza dorada de su pelo.
Caminamos de la mano
y nuestros pasos van hacia el mar,
hacia la comarca del deseo,
hacia el roce codiciado
(para atendernos con caricias).
Es tarde, pero no existe el tiempo:
atesoro como eterno
el aroma del instante mínimo,
me dejo ceñir por el consuelo de su pecho,
me rindo al magnetismo de su boca,
soy siervo del juego hambriento de sus labios.
La pasión furtiva me vence y me desnuda,
el cuerpo marino,
sedoso y sediento,
nos cautiva:
sus manos anhelan el tacto de la carne…
su vaivén barre los inviernos
y las olas enredan nuestros ojos.
Acaricio su propósito:
puedo asir su cuerpo húmedo
sabiéndome a salvo de toda lluvia;
puedo detener el tiempo deleitándome,
de algún modo cohabitarla,
iluminar su boca oscura
y descubrir el pecado,
desvestirla del deseo atrapado entre sus piernas
y hacerlo mío.
El agua se hace fuego,
el placer nos funde en uno,
luego nos abandona.
Ahora lo sé:
después de la cumbre
—de su mirar—
todo es efímero.
Desde la orilla
Locura de olas y recuerdos
en vaivén repetido,
desenfreno interminable,
dicha que no llega...
El recorrido extenuado
se rinde al polvo de la orilla.
Observo la lucha,
el intento de resurrección
de unas emociones trituradas y
escondidas
bajo el océano,
la derrota de los barcos naufragados
y de unos amores perdidos en su
vientre,
el olvido de las hogueras mojadas
— los fuegos extintos esperan en
tierra firme,
las heridas vivas laten en mar
abierto—,
la memoria de cicatrices
que trazan líneas de dolor
a lo largo de una geografía
que se extiende como el recuerdo...
El mar continúa mezclándose para
olvidar
— las aguas viven de llantos—,
sigue custodiando la historia
en sus profundidades,
la de unos labios
húmedos y sin nombre
que esperan ser rescatados.
Elba
Te iba a nombrar,
sigues amarrada a mi soledad..
En el silencio
No sé