Del Bierzo y la vida
Bendita esta tierra plena de paisajes,
benditos los ojos que los pueden ver,
sin ser de aquí sé que pertenezco,
raíces del alma brotan del querer.
Qué es la vida sino un errar constante,
miles de intentos, de yerros, de fe,
como hojas sueltas nos arrastra el viento,
anhelos que viajan donde el viento esté.
No es importante el porqué ni el cuando,
el mundo es vasto, no tanto el ser,
en búsqueda eterna del significado
de la existencia, del pertenecer.
Y de tantos lares que en el ancho mundo
pudieron ser mi ancla —pero así no fue—,
cual pájaro errante que alza su nido
detuve mi marcha en este, mi edén.
Un valle, una hoya, mi mundo en el mundo,
antiguo y presente, hogar y vergel,
colores que inundan de luz mis retinas,
historias amables penetran la piel.
Radiante es el manto que visten los montes,
sus blancos perfiles reinan en invierno,
Ancares gloriosos jalonan el norte
y los Aquilianos son el sur eterno.
Blancas son las flores de los cerezales
al rendir la nieve su frío a las fuentes,
líquidos cristales fluyen cantarines
nutriendo a la tierra que aguarda paciente.
Corren los regueros, con ellos las penas,
germinan quimeras que yacían dormidas,
los campos se cubren de verde y de flores,
se reinventa el Bierzo con luz y alegría.
Llegan las cerezas, roja su dulzura,
rojos los pimientos que aroman los pueblos;
sonidos de flautas, tambores y gaitas
desbordan las sendas y alcanzan el cielo.
Veranos de fiesta, de sol, de albedrío,
tiempo de la vida en que todo podemos,
energía ignota que anima las almas...
Somos invencibles, o eso creemos.
El otoño augura vientos de añoranza,
se alargan las sombras en ocres dorados.
Fin de la vendimia, magostos y fiestas,
la música calla su ritmo cansado.
Y llega el invierno, el final de un ciclo,
los robles y chopos desnudan sus ramas.
Resistir al tiempo, aguardar la hora,
y tal vez veamos despuntar otro alba.
Y arrecia el viento y pierdo el paisaje
oculto a mi tino por nieblas danzantes,
pero si rebusco lo hallo en la memoria,
con color y brillo, vivo como antes.
Tierra de contrastes, vida que he vivido,
poco espacio ocupan los bienes señeros,
¿por qué he de irme buscando otras luces?
No es que no me anime, es que no lo quiero.
No gasten en mí flores ni campanas.
Junto al río Boeza me uniré al Sil,
para entregarme a todos los mares,
dejar que me arrulle su vaivén sin fin.
Seré brisa fresca en la primavera,
la nube que tiñe el ocaso rosa,
como fina lluvia volveré a la tierra,
que es principio y fin de todas las cosas.
Nidia Beltramo
Primer Premio - XVIII Certamen de Poesía "Casa de León en La Coruña 2021"