Palestina: historia de una usurpación

 

Victoria Suéver

Introducción

La historia contemporánea de Oriente Medio no puede comprenderse sin detenerse en el drama del pueblo palestino. El surgimiento del Estado de Israel en 1948 no fue un acontecimiento espontáneo ni una necesidad histórica irrefutable, sino el resultado de un proyecto colonial impulsado por el movimiento sionista, respaldado por potencias occidentales, que desembocó en la expulsión violenta de la población autóctona. La narrativa oficial que presenta a Israel como víctima de amenazas externas esconde lo que en realidad fue —y sigue siendo— un proceso sistemático de expolio, usurpación y saqueo de las tierras palestinas.


Los orígenes del sionismo

El sionismo nació en Europa en el siglo XIX como un movimiento nacionalista que, en lugar de integrarse en los países donde vivían las comunidades judías, propuso la creación de un Estado exclusivamente judío en Palestina. Para justificarlo, se recurrió a argumentos religiosos, históricos y míticos, olvidando que en aquellas tierras vivían desde hacía siglos árabes musulmanes, cristianos y judíos que compartían cultura, lengua y territorio.

El proyecto sionista adquirió fuerza con el apoyo del Imperio Británico, que tras la Primera Guerra Mundial obtuvo el Mandato sobre Palestina. La famosa Declaración Balfour de 1917 prometió un "hogar nacional judío" en Palestina, sin consultar a los habitantes nativos. Era el inicio de la usurpación avalada por las potencias coloniales.

 

La Nakba

En 1948, con la retirada británica y la proclamación del Estado de Israel, se produjo la Nakba (palabra árabe que significa catástrofe): más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares, aldeas enteras fueron arrasadas y más de 500 pueblos desaparecieron del mapa. Fue una limpieza étnica en toda regla.

Israel y sus defensores justificaron estas acciones bajo la idea de "autodefensa", presentando a los palestinos como agresores. Sin embargo, la realidad histórica demuestra que los palestinos nunca iniciaron ataques sin previa agresión. La resistencia palestina fue siempre respuesta al saqueo, al despojo de sus tierras, a la violencia sistemática ejercida contra ellos.

 

El mito de la autodefensa

Desde sus inicios, Israel ha utilizado el argumento del miedo para justificar la ocupación y la violencia. Se construyó el mito de que el pueblo judío estaba permanentemente amenazado por los árabes, y que su supervivencia dependía de la fuerza militar. Esta retórica ocultaba una realidad: el objetivo principal era la expansión territorial y la consolidación de un Estado etnocrático.

Los ataques contra pueblos palestinos y más tarde contra países vecinos, Egipto, Siria, Líbano, Jordania,  formaron parte de esta estrategia de colonización. Cada guerra sirvió para ocupar más territorio del que en principio le había sido asignado a Israel en el plan de partición de Naciones Unidas.

 

El expolio continuado

Desde 1948 hasta hoy, el expolio no se ha detenido:

Tierras robadas bajo pretextos legales inventados.

Asentamientos ilegales en Cisjordania, prohibidos por el derecho internacional.

Saqueo del agua, desviando recursos hídricos hacia las colonias mientras las aldeas palestinas sufren escasez.

Usurpación cultural, con la apropiación de símbolos, gastronomía y tradiciones palestinas presentadas como “israelíes”.

Todo ello constituye un entramado de ocupación que no busca convivencia, sino sustitución.

 

La persecución sistemática

La población palestina, dentro y fuera de los territorios ocupados, ha sido objeto de una persecución constante:

En Gaza, un bloqueo asfixiante priva a más de dos millones de personas de derechos básicos.

En Cisjordania, los controles en el muro, fragmentan el territorio y humillan diariamente a la población.

En Jerusalén, se expulsan familias de sus hogares bajo argumentos burocráticos.

Este entramado de represión no es improvisado: responde a un plan político que busca reducir la presencia palestina hasta hacerla irrelevante.

 

Voces judías disidentes

No obstante, conviene señalar que existen voces judías, intelectuales, activistas y organizaciones, que se han rebelado contra estas injusticias. Figuras como Ilan Pappé, Gideon Levy, Amira Hass, Norman Finkelstein o el grupo "Jewish Voice for Peace" denuncian el carácter colonial y opresivo de Israel. Sin embargo, sus voces son minoritarias frente al aparato propagandístico que presenta cualquier crítica como antisemitismo.

 

Conclusión

La historia de Israel no puede contarse como la epopeya de un pueblo que regresa a su tierra, sino como el relato de una colonización moderna que ha provocado una de las tragedias más largas del siglo XX y XXI: la catástrofe, la Nakba.

La Nakba no fue un episodio puntual en 1948, ahí es cuando se inició, pero continua cada vez más activa, más agresiva y más humillante: sigue viva en cada muro, en cada asentamiento, en cada familia palestina que espera volver a la casa de la que fue expulsada.

Israel justifica su violencia como defensa, pero la verdad es que nunca hubo defensa previa, sino ofensiva de conquista. El expolio, la usurpación y el saqueo de Palestina constituyen la base misma de la existencia de un Estado edificado sobre la negación del otro.

La justicia histórica exige reconocer este hecho y escuchar a quienes, desde la dignidad y la resistencia, siguen proclamando que Palestina vive, a pesar de todo.

Octubre 2025