Parque del Oeste


Microrrelato de Elina Pereira Olmedo     

Fue una tarde de primavera, el cumpleaños de mi hermano pequeño; bueno, medio hermano. A mi mamá se le ocurrió hacer una fiesta en el Parque del Oeste, vaya tontada. La luz jugaba entre los árboles. Los críos corrían como salvajes detrás de un hombre gordo disfrazado de conejo con una enorme mochila llena de juguetes a la espalda. Las orejas hacían bum-bum-bum, adelante y atrás. Imposible ser más imbécil. Sólo a mi madre se le ocurriría. El Conejo pasó a mi lado, jadeando; le tiré la zancadilla. Los juguetes saltaron de la mochila. Su cabeza sonó “¡crac!” contra una piedra. Una lengua de sangre lamió la tierra.

Algo se paró dentro de mi cabeza. Despacito, le toqué con el pie. No se movía. Estaba ahí, despatarrado, las orejas colgando lacias, la cara, como besando la hierba. Y la sangre creciendo alrededor.

De repente, estaba rodeado de niños, veía sus bocas abiertas, pero no oía nada. Mi madre vino corriendo, me echó a un lado. Creo que gritaba algo que no entendí. Sacudió al Conejo, que tampoco se movió.

Después vino el Samur, con sus ambulancias llena de colorines, un montón de gente corría de aquí para allá. Alguien me cogió por los hombros y me alejó de allí. La luz iba escondiéndose entre los árboles, como asustada del griterío. Me llevaron a otra ambulancia, una mujer de uniforme me hablaba, yo no entendía nada. Estaba como detrás de un muro y no podía salir. Tampoco quería. Por fin, un lugar donde sentirme a salvo, lejos, muy lejos de todos. Un gran silencio. Sólo oía un bum-bum-bum muy rápido, dentro de mí. Temblaba; alguien me echó una manta encima, pero el frío no se iba.

Apenas recuerdo lo que pasó después. Me llevaron a un sitio donde había personas que hablaban conmigo, me hacían preguntas, que yo no sabía ni deseaba responder. Había otra gente que me daba pastillas, y me dejaban atontado. Después, empezó el dolor, aquí, en la frente, como una pedrada. Como no podía hablar, nadie se enteró. Unas cuantas veces me durmieron para enchufarme unos cables en la cabeza; yo me veía allí, tumbado, dando sacudidas; después, quedaba aturdido un tiempo. Mi madre venía a verme de vez en cuando, pero no hacía más que llorar.

Muy poco a poco, fui sintiéndome mejor. Hasta podía a hablar a ratos. Fue cuando empezaron a crecerme las orejas, je je, se mueven haciendo bum-bum adelante y atrás; y ahora, me da por caminar a saltitos. También, me apareció un rabito redondeado y peludo, al principio me molestaba dentro del calzoncillo, pero ya me acostumbré, es como un cojín blandito al sentarme. Ahora, sólo espero que me dejen salir, para volver al parque y comer un poco de hierba fresca…

Elina Pereira Olmedo es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.