D
Palabras que se enredan en los labios
y no se desenredan en los besos.
Palabras que en la piel hallan su danza
y
su lienzo.
Palabras cuya música silente
enajena las almas y los cuerpos.
Palabras que se afligen, tan sutiles
que las esconde el viento.
Palabras que nos ven, que nos intuyen,
y enlazan indelebles cada encuentro.
F
Una mujer se asoma a la ventana
de aquella luz de la melancolía
y se llena de música la casa
de las hojas de menta y margaritas.
Una mujer se asoma a la ventana
de tus ojos, tu luz y tu porfía.
Se deshila su pelo sobre el lienzo
de tu piel; se deshilan
sus labios, beso a beso; su mirada
vaga en tu piel dormida.
Se despierta tu cuerpo y se entreveran
en la silente danza de la vida.
Una mujer se asoma a la ventana
de aquella luz de la melancolía…
Es cálida la tarde entre tus brazos,
la lumbre de tu piel junto a la mía.
Prisma
Vientre de madre parió.
Senos grandes, leche pura.
Una voz clara y oscura.
Una voz que silenció
lo que vio, sí, lo que vio…
La niña estaba manchada
(la falda, coloreada;
sucia y triste, la carita).
Mamá lavó la ropita,
mas no vio, no, no vio nada.
Pasaron las estaciones…
Dio la niña en mujer rota
de quien ni la sangre brota
ni brotan explicaciones.
Dio la angustia en decepciones,
mientras mamá trabajaba
tanto, tanto, que ni hablaba
(la mamá, que había lavado
aquel cuerpo mancillado
que el agua desdibujaba).
La niña, joven, adulta…
La joven, adulta, anciana…
No sé qué memoria vana
siente la madre, que indulta,
y no sé la hija, que oculta,
qué busca en su caminar…
Mas vuelve, vuelve al lugar
y la mira, frente a frente,
sangre a sangre, y la corriente
vuelve la sangre a limpiar.
Sus ojos, la lejanía.
Su vida, profundidad.
El tiempo, una eternidad
que permanece en el día
en que el dolor la invadía,
un dolor que no se va.
La herida sangra y mamá…
Mamá lava… Siempre lava.
Mamá lavaba y lavaba
manchas que no manchan ya.
En un recuerdo infantil
se lavan las dos la cara
soñando en el agua clara
la verdad tras su pretil.
Muertas las flores de abril,
sea cálido el crepitar
del silencio y, al mirar,
halle cada una en sí misma
la sangre que a la otra abisma,
la palabra y el hogar.
De Creación (Poema VIII)
Metamorfosis
Esa noche, el camino era un croar de sapos. De pronto, papá dijo: “¡Cuidado!, ¡no te caigas! Ahora va a ladrar Richi”. Y el camino tornó el croar en voces y ladridos.
Ya no hay perros, ni voces, ni caminos. Sin embargo, un instante, cada noche, oigo un croar de pájaros cautivos.
(De Inspiraciones Nocturnas IX, 2022)
El campo huele a anís y los nogales
alientan las raíces de esta casa.
Sólo me faltas tú, que estás dormido
en mi tiempo de infancia.
Sólo me faltas tú, que estás despierto
en los ojos que sueñan la mañana.
Un niño abre un libro, escucha
los silentes pentagramas.
Va girando hacia sí mismo
y hacia su propio mañana.
Su pensamiento se siente
y su lectura se danza.
La noche, para arroparlo,
es pájaro o nyckelharpa
(iluminando los sueños
de Escandinavia).
(De Poetas Nocturnos VII, 2022)
Pilar Eugenia Suárez Fernández es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.