Rafael Pérez, poemas y relatos


Otoño

Hojas secas, macilentas

dibujan su último vuelo.

Dejan ramas somnoliente

y pintan de ocre el suelo.

 

Luz desnuda, ofrenda gris

en calle y recuerdos.

Luz remota  escondida,

quietos silencios.

En los prados un rocío de nácar

va perlando la hierba

entre alamedas y hayedos.

Luz de otoño,

misterio en su vientre de plata,

vuela el búho de la iglesia,,

denso frío en las piedras

Y las gentes del lugar

dentro de sus casas, sueñan dorados

que mañana llegarán al alba.


Soy tu
Soy el verso que pretende tu mirada.
Soy el que guarda preguntas
sin saber muy bien si hieren mi alma
o mi alma es la pregunta.
Soy la sangre de mi cansancio,
el olor a miedo que del olvido tengo.
Y, sin embargo,
me acercaré para hablar contigo,
reclamaré el calor de tu palabra
tachando egoísmos y máscaras.
Soy la luz tenue
que recorta el paisaje de nuestro abrazo,
el que anhela encontrar refugio
en tu sombra,.

para sentir que soy: tu mismo.


Reponiendo

Llevo en mi sangre

la llave de un silencio

que da color a la esperanza,

a sueños de vida sin sospecha de dudas.

Llevo en mis brazos

calor amigo,

el denso botín de un abrazo

para reponer sonrisas,

aquellas que mi madre 

pintó en mis labios de niño.


La flor

La flor vuelve, brota de nuevo,

naturalmente, como un milagro

fácil y repetido en su puñado de tierra.

La flor vive sola su misterio,

distante, en silencio,

pintando belleza al tiempo,

flotando en su secreto aliento.

La flor, humilde levedad,

es luz que da sentido al infinito,

 argumento para buscar al Dios. 

que creó su gesto de espuma estremecida.

Cada mayo, la flor vibra en colores,

brinda néctar a la vida,

y calladamente, desde su alma de viento,

abre pétalos con ternura

 y ofrece honda calma

a cualquier mirada sorprendida.


El amor y la palabra

Guardo las palabras

de aquel verso antiguo que cantaba

al amor sin réditos, al amor habitado.

Guardo las palabras

que a veces quedan mudas

 en silencios de hielo

o disonancias de olvido

y que hoy quieren acortar distancias,

recuperar el calor que las almas

pierden por el camino.

Guardo las palabras

como gemas de luz y vida

para un poema nuevo, compartido,

ahora que mi tiempo

se diluye en recuerdos

y solo alimenta la ilusión,

la alegría suficiente

para ir cerca, de tu mano,

para caminar contigo.


A veces me pasa

A veces, cuando cierro los ojos,

la noche me ofrece sus sombras,

sus horas largas y un tropel furtivo

de utopías arcádicas imposibles.

Camino entonces por mi soledad deseada,

por la seducción de mundos etéreos,

al lado de un Dios al descubierto,

más humano, sin cruz ni muerte,

aquel Dios de la saeta popular

que cantaba el Poeta del Duero.

 

A veces, cuando cierro los ojos

tacho la nostalgia del camino de vuelta,

me invento esperanzas y las adorno

con el botín de una sonrisa al aire

o el calor de un abrazo amigo. 

 

A veces, cuando cierro los ojos,

me gustaría cambiar la dudosa realidad

por la transparencia insondable

que el amor guarda para los sueños.

 

Desde el límite incierto de esta locura,

sé que cuando abra los ojos,

solo querré anclar mi vida

a este paraíso de tierra,

a la luz primera de cada mañana,

al calor de la piel amada

cuando prende fuego al silencio.


Lo  sabía

De regreso ella preguntó:

¿Qué nos queda?

Mirándola pensé: me queda

amanecer contigo, tenerte cerca

a mi lado, en el delirio

de un amor perenne..

Y tú, que lo sabías,

dibujaste una sonrisa 

desde la profunda raíz de tus sueños.


Al caer la tarde

Al caer la tarde

el poeta fue recogiendo palabras tachadas

y las puso al margen.

Otras las encontró a medio camino

entre nostálgicas y confusas

y las borró para siempre.

Quedaron unas pocas sin brillo, huecas,

y las sepultó sin piedad

en un soneto inaudible.

Al resto les dio tiempo, ritmo,

silencios, sonido por dentro.

Les regaló su aliento

y creó un poema nuevo,

un mundo flotando en extraños lugares

maravillosamente imposibles,

en la transparencia insondable

que el amor guarda para los sueños.


Con mi abuelo

El rincón de mi cocina

luce perfil de invierno.

La chimenea abraza al fuego

y esquirlas incandescentes

saltan crujiendo de un lado a otro

como Perseidas de un universo mínimo.

Brillan dorados en la paleta,

atiza la lumbre mi abuelo

y algunas brasas, si se miran de cerca,

parecen oro viejo fundido.

Crepita el silencio.

Las llamas pintan figuras 

que giran a capricho de un airecillo

que por la chimenea entra.

 En la cálida intimidad familiar,

cada cual acuña su horizonte de sueños.

Mientras tanto, fuera,

en la fría soledad de los campos

-sin apenas notarlo-,

la noche se ha ido cerrando.


Andar contigo

Iré contigo al fondo de mi ahora,
libres de soledad,
lejos de nostalgias inconsolables
y rutinas de costumbre.
Andaré contigo en cada hoy distinto
sin preguntar por qué la muerte
ni de que amanecer venimos.
Viviremos la gran emoción 
de los pequeños momentos,
los que prestan luz a los sueños
y saborean la bella usura de la vida.
Caminaré contigo
y no habrá límites que detengan
nuestro amor compartido.
Lo demás: es tiempo, solo tiempo.


Solo de violonchelo

Acorde al aire, lejano,
allí donde reside la luz de Euterpe,
y luego, -como siempre-
el Chelo se hizo humano.
Aquella voz, soberana y firme,
vibra en su vientre oscuro
y da vida a rincones secos del alma.
Su canto íntimo de voz morena,
va directo al corazón,
le ofrece color mezzo de madera desnuda,
y te lleva a otro mundo distinto,
 remoto, de dentro,
a una herida sin sangre,
a una nostalgia de rara hermosura.


Hay luces

Hay luces que desde la niebla
insinúan caricias translúcidas,
rastros cercanos de un sol que espera.
Hay jirones de luz que salen del alma
y borran grises de tristeza y ruina.
Hay luces en las palabras y en el silencio
de horizontes desechos.
Y otras, algo lejanas, llenas de ilusión
que buscan, -al otro lado de la niebla-,
el festín que la vida ofece.
La esperanza bate manos en un clamor
que agradece, que ama a los que quitan
corona a la muerte.
Todos, desde muy adentro,
 sueñan cielos dorados
que mañana llegarán al alba.


Por su vuelves

A tientas voy buscándote
en la noche de otro tiempo,
en silencios antiguos,
ruidos de horizonte,
derrotas de viento.
Hoy vivo un vacío discurso,
y se han perdido mis huellas
de la blanca arena de tu cuerpo.
Hoy me escondo en vacíos huecos
de aquel camino de encuentros
-arriates de ababol, bosque de cedros-
y confío en el amorcillo que llevo dentro
y que, en silencio, muy quedo,
coloca otra almohada a mi vera
y pone en hora un extraño reloj
de ternura y espera.      


Atrevimiento

Quiso conocer el principio de su Dios,
hacerle la última pregunta.
Quiso lograr para su mundo
la inmortalidad de la palabra.
Y aquel hombre atrevido
murió en el perfecto limbo
 de su injertada ignorancia,
arrinconado en invalidantes dudas
y huidizas verdades de plástico. 


Hoy sé lo que quiero

Hoy sé lo que quiero.
Hoy busco una luz distinta:
en el filo plateado de las olas,
en cualquier mañana sin palabras,
en la mirada de un niño,
en la querida soledad del silencio.
Busco la indolente luz del alba,
el brillo de su copa transparente
borrando guedejas de noche.
Y quiero correr a su lado por el páramo,
a ras de tierra, por alamedas y ríos.
Hoy busco su luz primera, 
la que esplende sin quemar cuando despierta,
y susurra nanas a un sol niño.
Hoy busco la luz blanca del amanecer,
la que repinta siluetas de árboles,
saluda vuelos de golondrina
y me lleva a los montes, a sus picos más altos,
para volar con ella cielo adentro.


De pronto

Por filos cortantes de escarcha,
De pronto: el invierno.
Las calles quedan solas
En la intimidad distante
Que el frío presta al silencio.
En el cristal de mi ventana
Dos gotas se han unido
Y resbalan fingiéndose lágrimas.

Por el filo de mi alma
Un ángel lleva sonrisas,
Semillas de esperanza entre sus alas
Y lágrimas de mi ventana
Para regarlas.


Una visita corta


(Aula Dei de Zaragoza)


Se abre el portón, entro,

y ya dentro, es sólido un silencio

que traicionan murmullos de agua,

trinos dispersos y olor a incienso.

Figuras sin nombre, doman su andar

por el claustro viejo, pasos penitentes,

hilera de cartujos, silencio.

La iglesia los acoge, y algunas velas

queman las primeras horas del alba.

Una campana ritma el cortejo,

maitines resbala por el aire

con sus salmos, himnos y rezos.

Luego, la paz gana tiempo.

Y al salir, mi mundo se destapa,

-distinta medida-

y una zozobra sinuosa en el alma

atiza mi fe deshabitada.


Atrás, el cartujo convento.

Y ya lejos, en el tumulto de las calles,

doy todo su valor al silencio.


Háblame de nosotros


No me hables de cenizas,

háblame de promesas,

olvida el estrépito de la soledad,

vuelve la esquina de la costumbre

lleva ternura a la vida.

Acerca a mis brazos el calor de los tuyos

y viviremos la realidad del abrazo.

Háblame de nosotros,

no de esperas  ni ambiguas nostalgias,

Ven a mi casa, llénala de pasos,

de palabras y camina a mi lado

aunque solo sea con una sonrisa.



Hay algo en Granada

Hay una brisa que fluye
como caricia por cañadas y cerros,
entre murallas y aljibes.
Hay agua que canta
desde torrenteras de sierra,
hasta remansos de vega.
Hay luz oferente que tiembla entre álamos
y puntea de oro vientos peregrinos
entre juncos y fuentes.
Hay laureles en huertos
premiando trinos de jilguero,
 y gladiolos, y prímulas,
iluminando encuentros.
Y a lo lejos, esplendor de ocres,
cuando el sol prende las
últimas horas de cualquier tarde.
Hay algo en Granada
que inaugura cada día sosiego y silencio,
que nace del hondo pozo de su tierra,
de su belleza blasonada.


Brindis raro

A solas, en mitad de mi regreso,

Rindo homenaje a la derrota,

Levanto mi copa y brindo:

Por el estrépito de la pobreza,

Por los que nadie espera,

Por los sin nada, que mueren

Por su culpa, -dicen otros-,

en inviernos de silencio.

Brindo por las niñas sin primavera

Y los niños de la guerra,

Por la húmeda miseria,

Por los marginados, invisibles al resto

Confundidos en la mugre del tiempo.

Y, sin embargo,

En pleno carnaval de ternuras,

-más bien de quimeras-,

Brindo también con los pocos

Que miran por desconchones del alma

Y sientes suyos aquellos desvaríos.



Voy contigo

(Dedicado con cariño a todos los que integran la UNEE)


Llevo conmigo las horas quietas de la tarde,
el viento  antiguo que muerde
arrugas de mi carne.
Y sin embargo
voy contigo, cogido de tu brazo
al rescate del sol que me va dejando

Llevo conmigo gritos  de espera,
inútiles tedios,
y la memoria en entredicho.
Y sin embargo
voy  contigo,  a tu lado,
con  la palabra como navío y puerto,
buscando  otro paisaje
en las afueras  del tiempo.

Llevo conmigo
dogmas  sin respuesta,
la  Bestia esperando su momento.
Y sin embargo
voy  contigo, como corazón y latido,
en la honda fe, en la certeza
de ser tu amigo.



Ayer y hoy

Ayer, fue mi tiempo,
el que me dio mi madre.
Viví en su cuerpo,
indiferente al frío de cualquier invierno.
Sentí en mi pecho el calor de su aliento
y ya, no tuve tristeza ni miedo.
Ayer, fue mi tiempo.
Puerta abierta,
y la luz del deseo
iluminando esquinas,
prendiendo horizontes nuevos.
Frente a mí: el botín de la vida.

Ayer, no ha pasado,
lo que fue, sigue siendo
-me digo, intentando convencerme-.

Hoy, mi madre ha muerto.
Me miro de cerca y veo la herida:
acaso he convocado - ¡torpe de mí! -
ese llanto fácil, irremediable,
que evoca mi mundo de ayer,
y ahora solo es distancia,
rumor de abismo incierto.

Ayer y hoy, iguales,
como una ola que se repite
indiferente al tiempo:
sublime cuando cabalga mar adentro,
sumisa cuando la lleva el viento. 


Adagio

Oí hablar  al aire, tenuemente,
-adagio  en lira de árboles-,
mientras  la luz primera del día, - decía mi madre--
recortaba encinas del valle.
Y  quedé,- ¡qué bien!,- flotando
en  la  quietud  limpia de la mañana,
 en sus contornos,  en sus distancias.
Y supe,-sin verme-, quién soy.
Me sentí libre y di valor  al aire, a la luz
que había en la voz de mi madre.
Su sonrisa, su presencia,
las vi muy cerca aquella mañana distinta,
prestando  luz  a mi noche larga.


Máscaras

Me miré al espejo y lo vi,

y a otros mil, sin nombre, mudos,

como arañas implacables

persiguiendo mi mirada

con su seda gris.

Hay días que soy otro,

y a veces, otros mil disfrazados de mí.

Y me da miedo sr tantos

para tantas veces morir.


Extravagancia

Guardo aquel verso antiguo que saluda
la honda locura  de un fe sin cielo.
Guardo  la palabra que quedó muda,
congelada en un silencio de hielo

y  ahora  reclama de mi voz consuelo,
un soplo de vida, cálida ayuda
que libere su primitivo anhelo,
su ofrenda  viva de libertad desnuda.

Guardo la palabra como un diamante
de luz y ritmo para un poema nuevo,
cuando da igual perderse en el camino,
cuando, ya cansado, mi alma renuevo
y alimento el deseo extravagante
de vivir libre, sin  ningún destino.


Mientras respiro

Así es la vida: una línea curva
con cambio de dirección permanente,
un dúo paralelo de amor-dolor
y, a veces, una duda indecente.
Así es la vida: física pura,
curva de días, arpegio del tiempo,
agua, sal y fatiga,
huella del veneno que las horas
prestan para el camino.
Así es la vida: vaivén continuo
distancia sin piedad entre cualquier dios
y su experimento.
Por eso, al andar, tengo miedo,
y grito, y no oigo mi eco
sino un murmullo negro de viento malherido
que me arrastra  por el suelo
a quien sabe  que montón de olvidos.


Ausencia...

(In memoriam de mi hijo Carlos)

Ausencia de ti, soledad continua,
Desterrada tu luz y todo deseo,
Presentido el acero que se hundía
En la carne viva de tu cuerpo
¡Donde  los días que te faltaron!,
Cuando el sol era un racimo de sueños
Y temías perderlos en ese río
Que funde su plata en la mar amarga.
Tu ausencia  es un grito en mi alma
Y un frío distinto arranca mis lágrimas.
Ausencia de ti, soledad continua,
Tus ojos cerrados buscan  espacios
Miran infinitos en la noche larga.


Queridas quimeras

Quiero tachar atardeceres grises,
rutina de días en blanco y negro.
Rasgar las entrañas de la costumbre,
volar al aire abierto de colores
de un arco iris urdido en misterio.
Quiero escuchar los rumores del viento,
y los Blues lejanos que lleva dentro.
Quiero alcanzar la ribera del tiempo
y robar el fugaz rayo de luna,
-mujer de blanco que buscaba el poeta-
Quiero ¡ya!, que resuciten los muertos
conocer el corazón de los hombres
vivir sin miedo, vivir para siempre
en el santuario antiguo de mi cuerpo.



Una tarde de verano

En mi patio vive una vieja higuera
que da sombra al calor delirante
de las sedientas tardes de verano.
Una fuente de mármol, en el centro,
me mira y pone sordina al agua.
De lejos, el rasgar de una guitarra.
Silencio de sol y sombra en mi patio,
la hamaca dispuesta, el mundo… distante.
Zumba la abeja, se aletarga el día
el tiempo pierde paso, y un gorrión bebe
fugazmente en  la fuente de mi patio.
El día, cansado de horas escapa,
acaba la siesta, la Luna encuentra
su hatajo, y una compasiva brisa
trae en su vuelo, olor a espliego del campo.



Atardecer en el Parque Grande


Cuando llegué, los vi: ciegos y lejanos,

en otra dimensión, sin reglas.
Se besaban como dos locos en un festín de placer,
en la avalancha descarada de un deseo
que incendiaba la tarde en el Parque  Grande.
A su alrededor, la vida era solo un paisaje:
una hilera de ocas entraba en la acequia
y trazaba caprichosas curvas en el agua.
Arriba, entre ramajes, un pájaro invisible
ensayaba acordes en pentagrama de aire.
Y aquella pareja, extramuros del tiempo,
cuando ya me iba,
seguía escribiendo versos con la luz de sus labios,
sin tregua, prorrogando la tarde
con su beso interminable.


Tu sonrisa, tu mirada


Tu sonrisa es silencio que acompaña,

que brinda por la vida.
Tu sonrisa es esperanza curva
en fresa de tus labios, fragancia para mi alma.
Y tu toda, en tu honda ternura anclada,
eres amor, sonrisa,
presencia y latido en mis noches largas.

Tu mirada es un vivero de azules,
saeta al viento que abre las venas de los sentidos,
un producto de perfecto acabado
hecho en iris de fuego.
Tu mirada lleva insinuada la luz,
la distancia que delata, que da forma al deseo
y desgarra la intemperie del tiempo.
Tu mirada es aroma de aquella rosa
que un marchoso airecillo, con un beso,
luego…siempre... la roza.



Ramoncillo y Remedios


Las  sombras ganan terreno a la tarde y un fuerte olor a jazmines  viene de la colina que hay frente a mi casa. Hace días llegó el verano y cada noche regala una pausa de reposo a la gente de mi barrio, que cobra vida, cuando después de la cena  bajan a la calle con sus sillas y la ilusión puesta en la brisa que, a rachas, viene del mar. Se forma el corrillo, comienza la tertulia, el botijo de agua pasa de mano en mano, algunos cuentan su vida  y las abuelas en su rincón susurran tristezas. Esta noche me trae el recuerdo de aquellas otras, ya lejanas, en las que viví personalmente una humilde  pero  dramática historia con gran contenido humano  y que tuvo por protagonistas a Ramoncillo y Remedios.

Todo empezó cuando Ramoncillo llegó corriendo, muy asustado, a un grupo de vecinos que tomábamos el fresco y dijo con palabras entrecortadas:

-Acabo de ver un fantasma alrededor de la Iglesia, andando en silencio, y despidiendo fuego por sus ojos-

Algunos le miraron con sorpresa, otros continuaron  su duérmela, y alguien murmuró en voz baja:

-Debe estar bebido-

Casi nadie creyó en sus palabras, aunque en lo más profundo de sus conciencias quedó latente una llamada de alerta, un firme sentimiento de misterio, de mal augurio, de miedo. Más de uno durmió mal  aquella noche.
Hay que decir que Ramoncillo era un chico con una malformación en la cabeza, algo aficionado a la bebida, y su aspecto físico estaba al otro lado de la belleza. Tenía frecuentes ataques epilépticos  y desde hacía años andaba mendigando por el barrio, además de perseguido por algunos zagales que se divertían riéndose de él y tirándole piedras. Con frecuencia se le veía sentado en una esquina al lado de Remedios, vagabunda de edad indefinida, carniseca, siempre a la espera de cualquier comida que llevarse a la boca.

Compartían forma de vida en buena convivencia, aunque eran invisibles al resto, y sabían que su camino,  a esas alturas, era solo de vuelta. Pocos días después el fantasma fue visto de nuevo, por Juanico “el  Cañas”, (vendía caña de azúcar), visión que le originó un susto del que tuvo que recuperarse en Urgencias.

El miedo se apoderó del barrio de tal forma que a medianoche el silencio y la soledad dominaban las calles y placetas, las luces se apagaban y las casas cerraban muy temprano  sus puertas y ventanas. Algunas familias se fueron a otros sitios de la ciudad y se ofrecieron velas al Señor de los Favores;  en las casas menudearon las “mariposas de aceite”, luminarias temblorosas en el humilde recinto de un tazón que,  junto a los rezos, querían atemperar a las ánimas benditas. Ramoncillo pronto supo que Remedios también  se iba del barrio:

 -Para mí no hay más esquinas,  me voy-

Y Ramoncillo, mirándola  entristecido,  solo contestó:-Te marchas de mi lado, creo que no te importo nada-.

– Sí me importas, no te olvidaré. Algún día volveré a por ti con mucho dinero-, y aligerando el paso no pudo oír el:

–Eres mi única  amiga –

que Ramoncillo lanzó al aire. Las autoridades de la ciudad no dieron la menor importancia al suceso, pero ésta pasividad no tranquilizó a nadie  y se creó una especie de comité para resolver el problema; lo formaron Don Pedro el cura, Serafín dueño de la fábrica de chocolate, y Don Blas, médico retirado. En una reunión de éste comité con los vecinos se acordó organizar vigilancia nocturna para localizar al fantasma si aparecía de nuevo. El tío Lucas, carnicero, se opuso a éste acuerdo por considerar que todo era una chiquillada sin trascendencia y que lo mejor era quedarse en casa sin preocuparse de nada más; no prosperó la enmienda porque la mayoría quería resolver ese misterio que traía soliviantado al vecindario.

Aquella misma noche localizaron al fantasma cerca de la Iglesia. Las alarmas se dispararon y un grupo numeroso de personas pudo verlo, guardando las distancias que el miedo y la curiosidad requerían. Tras unos instantes de titubeo, aquella figura blanca emitió un imperceptible siseo y repentinamente se iluminaron sus ojos con una luz que despedía chispas de fuego. Su imagen  resplandeció con mil reflejos.

Pocos segundos después el fantasma empezó a arder.

El pánico cundió entre los vecinos, algunos huyeron despavoridos y otros permanecieron clavados al suelo sin capacidad de reacción, viendo como aquel espectro se cubría de llamas y lanzaba terribles gritos de inmenso dolor.  Solamente  Ramoncillo reconoció aquella voz, ese alarido trepidante de angustia, de terror, y sin pensarlo se lanzó sobre el fantasma, que para entonces era una antorcha viva. Lo abrazó,  intentando apagar el fuego que consumía aquel cuerpo tan querido. Finalmente un profundo silencio rodeo al numeroso grupo de vecinos que, poco a poco se acercaron a Ramoncillo. Todos vieron horrorizados al fantasma, que no era otro sino  Remedios, con quemaduras por todo el cuerpo, así como restos a medio quemar de dos bengalas  y de una túnica blanca con lentejuelas de todos los colores. Don Blas, el médico, se hiso cargo de los primeros cuidados y se fue con ella en la ambulancia. Don Pedro esbozó una bendición y una oración que nadie siguió. Pude sentir la soledad violenta de Ramoncillo, su abandono, anhelando quizás ser sombra  y en las sombras encontrar a Remedios, su única compañera, para soñar juntos, dar la vida por olvidada y sentir la nada al mismo tiempo. Tuvo fuerzas para decir:

-Llorad si podéis, pero vuestras lágrimas no quitarán mi dolor-

Esa misma noche supimos que la policía había detenido al tío Lucas, el carnicero, por posesión y venta de carne ilegal, sin control veterinario. En su declaración confesó que había pagado a Remedios para que actuara como fantasma con el objeto de amedrentar a los vecinos e impedir que hubiera testigos innecesarios en las calles mientras se hacía el traslado de la carne,  del almacén a la carnicería.

Las últimas sombras de aquella noche se iban deshilachando lentamente cuando los vecinos, recogiendo pena y algo de vergüenza, se dispersaron en silencio. Una luz tenue empezaba a pintar de nuevo el paisaje antiguo de mi barrio. Volviendo a mi casa respiré el aire  puro de la mañana, pude oír el trino fugaz de las golondrinas  y el murmullo de la brisa primera, ese airecillo fresco que llega con la amanecida.

Remedios murió una semana después de estos sucesos. Ramoncillo curó las quemaduras de sus manos y cara y no volvió a verse por el barrio. Murió tiempo después en un centro de rehabilitación de alcohólicos. Días antes de morir me contó que por las noches, desde la ventana de su habitación, veía un fantasma en el acantilado, resplandeciente en su maravilloso blancor, que le  sonreía con  sus inmensos ojos de fuego antes de desaparecer mar adentro. Han pasado muchos años y algunos ancianos  cuando se les pregunta por Ramoncillo y Remedios dicen, muy serios, que viven en la esquina de un barrio del firmamento.



Cambio de esquina

Azulea el aire en  ésta fría mañana. Hoy,  el  mendigo de mi calle tiene  una pose casi mayestática  en  su  silla de cartón piedra.

Una  cartulina a su lado,  reza: “Aunque sea una sonrisa”.


Suelto una moneda  y sonrío.

Luego, en el bar, mi vecino me invita a una copa de Brandy de Jerez, - ¡ojo!, un Cardenal Mendoza-,  y me comenta:

¿Sabes?: el mendigo de la esquina se lo han llevado. El cura va diciendo, muy serio, que se ha hecho ángel y ahora regala aquellas  sonrisas en una esquina del universo.

¿Y a quién?,-pregunto-

A los que  no la conocen o  la han perdido,  me ha dicho el cura.
No habrá suficientes para todos,-digo yo-.

Eso, -apostilla mi vecino-.

En el cristal de las copas del gran reseva, se reflejan los primeros copos de éste invierno.


El valor del silencio


Me lo dijo en clase mi profesor de Lengua, en Granada y mi memoria aún lo recuerda: “La palabra es heraldo del alma, privilegio divino, perenne estrella”. Y añado: a veces mordaz, otras lisonjera, siempre fresca y dispuesta, aunque…, lloro sin palabras, sonrío sin ellas, amo en silencio y podría morir sin caer en su hechizo. ¡Cuidado compañero!, la palabra inventa quimeras que confunden y amenazan, y sustraen a la vida su sangre primera. La palabra es poder para el que sabe usarla, renta para el que sabe venderla, fruta madura de un Dios que no la usa. No seas vasallo de su tiranía, cuídate de ella compañero, apura en tus ojos la luz de los días, guarda mil besos en tus labios, la emoción en huecos del alma, en esos lugares desconocidos y quietos, carentes de palabras. Y habla, sí, pero con medida, a tiempo, sin desdeñar los silencios.