En el hospital
(Oración por la amada)
Todas estas
semanas han sido irreales (…).
Sé, tesoro
mío, que debería caer de rodillas en este instante
y quedarme
así mientras estés en el hospital.
Carson
McCullers
Virgen de
Coromoto, ahora que la casa en mí es invisible
las abejas no
traen más dulzor
y cruzo el miedo
hacia la noche con mis hijos.
Oro en las horas
que le agobian
en esa sala de
hospital donde convalece.
Hazme beber el
vino
con el mosto de su
vientre,
limo rebelde de
las llanuras del Cauto.
La alegría de los
hijos levanta mi tristeza y la casa,
en las noches nos
sabemos solos.
Doy voces y no
responde.
Qué hago con la
casa,
cómo le confieso a
los pequeños que está sobre la cuerda.
Los astros la
contemplan abismados en su desamparo.
Con quién comparto
la estación estéril.
No puedo pensar
con el corazón.
Ella está enferma.
Se afiebra el
cielo en mil soles.
Su voz distante,
dolorosa
llaga en la mañana
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como si se pusiera
la tarde en mi herida
a contemplar la
impotencia del amado.
Virgen de
Coromoto, es Ítaca,
imploro a los
seres del Olimpo,
sea salva en la
hora horrenda
cuando le ofrendo mis días a Dios.
Que mi patria sea
el recinto
que en tu tienda
reservas para mitigar el cansancio,
pausa para el
ordinario bregar de estos días.
Que mi ausencia te
ponga a volar.
Yo ya sé lo que es
perder el fondo del pozo,
planear en el
vacío hasta las manos de Dios.
Y es que voy al
martirio, muchacha;
la obediencia no
es mi fuerte.
No me vendo.
No me traiciono.
Y le entro de
frente al muro,
a la bestia.
Le muestro mi
sangre en la herida,
y no le temo.
Mi militancia es
protegerte de la jauría,
y edificar el
rebaño para nuestra manada.
Siempre
Siempre hay una mujer que teje el silencio
cuando la soledad abruma,
atenta a espantar los pájaros,
toma mi mano, me lleva al banco cercano,
contemplamos al barrendero arrastrar castillos,
acaricia hojas que no serán mañana primavera,
Siempre hay una mujer
un silencio, una soledad,
donde poder contar gota a gota las hojas,
las estaciones, la primera llovizna,
cuando una mujer teje el silencio uno existe.
Charles Baudelaire
Qué
bandadas de pájaros estremecen tus tardes.
Dónde
se refugian tus temores
cuando
el viento arrecia
y la
lluvia no amaina.
Qué
recónditos parajes te abrigan y enaltecen.
Cuáles
astros se prenden a tu noche
que no
alcanzo a distinguirlos.
Qué
tiernas floraciones ven tus ojos
que mi
corazón no presiente.
Cómo
podrás imaginar la sepultura
donde
proyecto el día de mañana.
Cómo
arrullo la antorcha
para
que su fuego
no
sucumba en mi pecho.
En esta
hora los hijos duermen
y yo
restauro mi tristeza
con el
aire callado de la noche,
los recios
olores del día, las minucias,
los
rigores de la distancia.
Ahora
en la espera del ciberespacio
clamo
por una palabra tuya que estalle en la pantalla
y me
hable de Portuguesa, de la rutina de los días
en Río
Acarigua sin pretensión alguna.
Rafael Vilches Proenza es miembro de honor de la Unión Nacional de Escritores de España.