Recordar a Pablo en el LXXV aniversario de Cántico
Han
callado los rabeles,
y
el zéjel que recitaba el poeta andalusí
detenido
en el silencio de una garganta quebrada.
La
tarde nublada y gris acompaña en el suceso,
de
fondo ulular del viento con un triste miserere…
y
de respeto el silencio.
¡Córdoba
lejana y sola! Así la describió en el paisaje poético de
su obra Federico García Lorca y así la cantó Paco Ibáñez en su amplio
repertorio. Así la sintieron los cordobeses aquella tarde del 14 de enero de
2018, más sola que nunca y desconsolada. Pablo García Baena, uno de sus hijos predilectos
más distinguido, había muerto.
El
poeta que por amor tuvo que llorarla en otra tierra, el poeta que con tanto
sentimiento la obsequió con los versos más puros que escribió el destierro y exhaló
su alma, los que ofrendó a través de Cántico, insignia y seña de
la poesía cordobesa, grupo de intelectuales amigos que, quizás, sin saberlo pusieron
los cimientos de lo que con el tiempo marcaría un antes y un después en el modo
de entender y hacer poesía. Aún resuenan con fuerza las campanas de Cántico, no
solo en Córdoba y el resto de España, sino que la expansión de sus ondas llegó
a traducciones de diversas lenguas: André Gide, Louis Aragon, Thomas Stearns, Wystan
Hugh Auden, poetas chinos y lenguas peninsulares, citando nombres proscritos
por el franquismo, tal como muestran los estudios de Juan de Dios Torralbo
Caballero.
Lágrimas
derramaban los cielos de Córdoba sobre las flores de escarcha que, aquella
mañana fría y desangelada, configuraba sobre una alfombra teselada que partía
de los jardines de la califal Medina Azahara, para mostrarnos el retiro
creativo de Cántico tantas veces reflejado en su obra: Sandua,
Piedrahita, Trassierra, Poley, Moratalla, Medina Azahara, campiña cordobesa,
calle de Armas, Huerta de la Cruz, y entre otros… El río de los ángeles.
Sí, el Guadalquivir, el gran rey de Andalucía que cantó Góngora en sus versos y
custodia un ángel llamado Rafael, que desde el pretil del puente mira el
remanso de las aguas, junto al que otros ángeles menores pueblan cauce, espadañas,
carrizal, arbustos, juncos y arboleda que, en los Sotos de la Albolafia, ofrecen
casa y sustento a infinidad de aves y otras criaturas que equilibran y armonizan
este patio cordobés emergido de forma natural, por el que discurre ese paradisíaco
paisaje, pálpito de vida tan próximo al centro de la ciudad.
El
14 de enero se habían unido todos en el dolor, en torno a la madre Córdoba, herida
por la muerte de tan notable hijo. El rumor del agua recitaba versos gongorinos
junto al modernismo de Cántico, surgiendo un bello diálogo entre barroco y
modernidad. El canto de las aves en la Albolafia y los silbos del viento
proveniente de los lugares de retiro, daban acompañamiento musical al coro de
ángeles menores que cantaban salmos, al tiempo que ascendían y descendían desde
el cauce del Guadalquivir a los cielos de Córdoba, exhibiendo el vuelo majestuoso
de las delicadas libélulas, y esta bella coral dirigida magistralmente por
Rafael, el Arcángel de Córdoba, tantas veces dibujado en infinidad de versiones
que de él hicieron los artistas del grupo. Pintado en su día por Miguel del
Moral, pincel íntimo de la Córdoba de Cántico, y con el nombre de
El Ángel del Sur (es evidente como la simbología icónica y el arte
místico de la época estaban presentes en la obra del grupo) fue portada
del primer número de la revista Cántico (octubre de 1947), y es notable
la semejanza con Rafael arcángel, aunque mostrando alguna originalidad
artística y personalísima del genial autor. Lo mismo ocurre con los bellos
ángeles de distinguido porte olímpico de Ginés Liébana (creador
polifacético), el otro pintor del grupo cordobés, aún vivo y creando, que acaba
de cumplir ciento un años.
Compungido
el ánimo y amplio el corazón en señal de respeto y dignidad hacia Pablo, yacente
su cuerpo en el centro del salón de plenos del Ayuntamiento de la ciudad, rodeado
de familiares y amigos que habían acudido a darle el último adiós antes de la
partida a su olimpo, los poetas, amigos unos y conocidos otros, recordaban el
legado de su obra a la posteridad y el camino que dejó expedito a seguir.
Cántico,
la nave oneraria distinguida, la que dieron a luz y a la que confiaron su obra
los poetas Pablo García Baena, Ginés Liébana, Ricardo Molina, Juan Bernier,
Julio Aumente, Mario López y Miguel del Moral, navega exquisita desde el cauce
fluvial del Guadalquivir a los confines más insospechados que alcanza la
poesía, su hábil remero es un ángel, como no podía ser de otra manera en
Córdoba, El Ángel del Sur.
Vinculados
al grupo estuvieron los poetas Vicente Núñez Casado, y José de Miguel Rivas. El
primero, raro y solitario, está considerado uno de los poetas más importantes
de finales del siglo XX; el mencionado en segundo lugar es un poeta culto de
tradición clásica y gran sonetista, poco considerado por la crítica.
Las
flores, variadas y numerosas y delicadamente dispuestas, engalanaban el cuadro
y daban el recogimiento y la prestancia que se percibía en el ambiente,
cualidades observadas en la culta obra del poeta que tanto reconocimiento mereció
y recibió, y que en los últimos años, a su avanzada edad, solo se prestaba a
permitir la visita de sus amigos y procuraba una vida sosegada.
Imbuido
en mis pensamientos y envuelto en el delicado perfume que exhalaba la
ornamentación floral, recordé las fieles guirnaldas fugitivas con que
pablo abrazó a Melilla, a modo de el collar de la paloma que el poeta
Ibn Hazm puso, enamorado, sobre los hombros de su amada Córdoba, ¡hace ya tanto
tiempo…! Por aquellas guirnaldas, acto de amor y entrega aceptada, fue reconocido
el poeta cordobés con el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, en
1989. Y me embargan de emoción estos recuerdos, porque nacido en Melilla,
aunque crecido y formado en Córdoba, sigo mirando a los ojos de la Dama
Fenicia en la distancia, con el amor y respeto que lo hacía mi madre.
Enrique Sánchez Campos está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla de la Unión Nacional de Escritores de España.