Recordar a Pablo en el LXXV aniversario de Cántico

Colaboración de Enrique Sánchez Campos

Razones literarias y amicales, y un compromiso con la poesía fructificaron en el nacimiento de la revista cordobesa. La celebración de su LXXV aniversario se inició el 8 de noviembre con un diálogo sobre la historia, la pintura y el contexto literario. El 14 de noviembre hubo una intervención artística en torno a Ginés Liébana, y el 14 de diciembre, día de San Juan de la Cruz, tuvo lugar la jornada de clausura con una gala lírica. Este fue el programa ofrecido por el Real Círculo de la Amistad en colaboración con el Ayuntamiento de Córdoba, aunque se realizaron múltiples actividades auspiciadas por diversas entidades de la ciudad. 

Recordar a Pablo en el LXXV aniversario de Cántico


Han callado los rabeles,

y el zéjel que recitaba el poeta andalusí

detenido en el silencio de una garganta quebrada.

La tarde nublada y gris acompaña en el suceso,

de fondo ulular del viento con un triste miserere…

y de respeto el silencio.

 

¡Córdoba lejana y sola! Así la describió en el paisaje poético de su obra Federico García Lorca y así la cantó Paco Ibáñez en su amplio repertorio. Así la sintieron los cordobeses aquella tarde del 14 de enero de 2018, más sola que nunca y desconsolada. Pablo García Baena, uno de sus hijos predilectos más distinguido, había muerto.

El poeta que por amor tuvo que llorarla en otra tierra, el poeta que con tanto sentimiento la obsequió con los versos más puros que escribió el destierro y exhaló su alma, los que ofrendó a través de Cántico, insignia y seña de la poesía cordobesa, grupo de intelectuales amigos que, quizás, sin saberlo pusieron los cimientos de lo que con el tiempo marcaría un antes y un después en el modo de entender y hacer poesía. Aún resuenan con fuerza las campanas de Cántico, no solo en Córdoba y el resto de España, sino que la expansión de sus ondas llegó a traducciones de diversas lenguas: André Gide, Louis Aragon, Thomas Stearns, Wystan Hugh Auden, poetas chinos y lenguas peninsulares, citando nombres proscritos por el franquismo, tal como muestran los estudios de Juan de Dios Torralbo Caballero.

Lágrimas derramaban los cielos de Córdoba sobre las flores de escarcha que, aquella mañana fría y desangelada, configuraba sobre una alfombra teselada que partía de los jardines de la califal Medina Azahara, para mostrarnos el retiro creativo de Cántico tantas veces reflejado en su obra: Sandua, Piedrahita, Trassierra, Poley, Moratalla, Medina Azahara, campiña cordobesa, calle de Armas, Huerta de la Cruz, y entre otros… El río de los ángeles. Sí, el Guadalquivir, el gran rey de Andalucía que cantó Góngora en sus versos y custodia un ángel llamado Rafael, que desde el pretil del puente mira el remanso de las aguas, junto al que otros ángeles menores pueblan cauce, espadañas, carrizal, arbustos, juncos y arboleda que, en los Sotos de la Albolafia, ofrecen casa y sustento a infinidad de aves y otras criaturas que equilibran y armonizan este patio cordobés emergido de forma natural, por el que discurre ese paradisíaco paisaje, pálpito de vida tan próximo al centro de la ciudad.

El 14 de enero se habían unido todos en el dolor, en torno a la madre Córdoba, herida por la muerte de tan notable hijo. El rumor del agua recitaba versos gongorinos junto al modernismo de Cántico, surgiendo un bello diálogo entre barroco y modernidad. El canto de las aves en la Albolafia y los silbos del viento proveniente de los lugares de retiro, daban acompañamiento musical al coro de ángeles menores que cantaban salmos, al tiempo que ascendían y descendían desde el cauce del Guadalquivir a los cielos de Córdoba, exhibiendo el vuelo majestuoso de las delicadas libélulas, y esta bella coral dirigida magistralmente por Rafael, el Arcángel de Córdoba, tantas veces dibujado en infinidad de versiones que de él hicieron los artistas del grupo. Pintado en su día por Miguel del Moral, pincel íntimo de la Córdoba de Cántico, y con el nombre de El Ángel del Sur (es evidente como la simbología icónica y el arte místico de la época estaban presentes en la obra del grupo) fue portada del primer número de la revista Cántico (octubre de 1947), y es notable la semejanza con Rafael arcángel, aunque mostrando alguna originalidad artística y personalísima del genial autor. Lo mismo ocurre con los bellos ángeles de distinguido porte olímpico de Ginés Liébana (creador polifacético), el otro pintor del grupo cordobés, aún vivo y creando, que acaba de cumplir ciento un años.

Compungido el ánimo y amplio el corazón en señal de respeto y dignidad hacia Pablo, yacente su cuerpo en el centro del salón de plenos del Ayuntamiento de la ciudad, rodeado de familiares y amigos que habían acudido a darle el último adiós antes de la partida a su olimpo, los poetas, amigos unos y conocidos otros, recordaban el legado de su obra a la posteridad y el camino que dejó expedito a seguir.

Cántico, la nave oneraria distinguida, la que dieron a luz y a la que confiaron su obra los poetas Pablo García Baena, Ginés Liébana, Ricardo Molina, Juan Bernier, Julio Aumente, Mario López y Miguel del Moral, navega exquisita desde el cauce fluvial del Guadalquivir a los confines más insospechados que alcanza la poesía, su hábil remero es un ángel, como no podía ser de otra manera en Córdoba, El Ángel del Sur.

Vinculados al grupo estuvieron los poetas Vicente Núñez Casado, y José de Miguel Rivas. El primero, raro y solitario, está considerado uno de los poetas más importantes de finales del siglo XX; el mencionado en segundo lugar es un poeta culto de tradición clásica y gran sonetista, poco considerado por la crítica.

Las flores, variadas y numerosas y delicadamente dispuestas, engalanaban el cuadro y daban el recogimiento y la prestancia que se percibía en el ambiente, cualidades observadas en la culta obra del poeta que tanto reconocimiento mereció y recibió, y que en los últimos años, a su avanzada edad, solo se prestaba a permitir la visita de sus amigos y procuraba una vida sosegada.

Imbuido en mis pensamientos y envuelto en el delicado perfume que exhalaba la ornamentación floral, recordé las fieles guirnaldas fugitivas con que pablo abrazó a Melilla, a modo de el collar de la paloma que el poeta Ibn Hazm puso, enamorado, sobre los hombros de su amada Córdoba, ¡hace ya tanto tiempo…! Por aquellas guirnaldas, acto de amor y entrega aceptada, fue reconocido el poeta cordobés con el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla, en 1989. Y me embargan de emoción estos recuerdos, porque nacido en Melilla, aunque crecido y formado en Córdoba, sigo mirando a los ojos de la Dama Fenicia en la distancia, con el amor y respeto que lo hacía mi madre.

Enrique Sánchez Campos está galardonado con la Medalla de San Isidoro de Sevilla de la Unión Nacional de Escritores de España.