Ricardo González Alfonso, poemas

 

Shalom, Ana

No existían ángeles ni hadas

en tu limbo clandestino

al fondo de aquel refugio

en una calle de Ámsterdam.

Sin otro amparo que el desamparo

bajo la ley del sigilo

solo escuchabas un idioma

de susurros entre sustos

y por las noches las sombras

te resultaban más sombras

pues solo te alumbrabas

con el recuerdo del sol.

Desde tu visión infantil sin infancia

y tu adolescencia trunca

perviviste una existencia manuscrita

entre certidumbres y dudas

miedos y conflictos

sentimientos compañeros

de un romance secreto.

Escribías tu diario

en pergaminos vivos

y entre ilusiones rotas

por ende maduraste

con la prisa de un instante

y fuiste fruto

 antes de ser flor.

En una jornada fatídica

el horror descubrió el escondrijo

y el limbo se tornó en infierno.

Te incrustaron la estrella de David

y sus seis puntas hirieron tu edad

y aún te duelen los recuerdos

y aún se desangra tu espíritu

pero aún sonríen

 tus labios muertos.

Ana coraje

Ana ternura

Ana sensible

si en Bergen-Belsen

te hubieran permitido

prolongarte en palabras

tu tinta fuera sangre

 humo

 gas

 muerte.

En aquel submundo de cautivos

tampoco existían ángeles ni hadas

sino humanos tornados en cifras

y también numeraron tu piel

en aquella ecuación macabra

hasta que la típica

fiebre tífica

 te restó para siempre.

Ahora tu alma habita

letra a letra en ese diario

mientras los lectores escuchan

el himno de tus latidos

como un redoble de esperanzas:

shalom

 shalom

 shalom.


Requisa

Como relámpagos sin nubes

llegan.

Palpan la sábana

en busca -quizás- de mi alma.

Releen mis manuscritos

con ojos de críticos

crónicos.

Ojean

y hojean los libros

por si son

libres.

Bajo el camastro registran

en pos de fierros

fieros.

Escudriñan la almohada

por si dejé algún sueño.

Sus miradas dialogan:

-Nada.

-Nada.

Y se marchan

como nubes sin relámpagos.


Croquis

Del ártico al antártico

cuatro pasos.

Del poniente al levante

dos y un suspiro.

Siempre en el norte

quince barrotes

con vocación de puerta

y un candado.

Siempre en el sur

una claraboya

enrejada

indiscreta

como una anciana soltera.

Empotrado el camastro

solitario.

El lavadero empotrado.

En un rincón del horizonte

un orificio melancólico

y un tubo cabizbajo

se disfrazaron de baño.

Y bajo un cielo de hormigón

iluminado

por un astro

de cristal

yo canto.


Con el permiso de nadie

A mí me ha correspondido servirte cantando.

Rabindranath Tagore

Los hombres

desde las piedras escritas

cantan

aman.

Así,

a golpes de piedra

y en el nombre del amor

han cantado su historia.

Yo también

—compañeros de senda—

desde ese amor

canto.


Ricardo González Alfonso es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.