Shalom, Ana
No existían ángeles ni hadas
en tu limbo clandestino
al fondo de aquel refugio
en una calle de Ámsterdam.
Sin otro amparo que el desamparo
bajo la ley del sigilo
solo escuchabas un idioma
de susurros entre sustos
y por las noches las sombras
te resultaban más sombras
pues solo te alumbrabas
con el recuerdo del sol.
Desde tu visión infantil sin infancia
y tu adolescencia trunca
perviviste una existencia manuscrita
entre certidumbres y dudas
miedos y conflictos
sentimientos compañeros
de un romance secreto.
Escribías tu diario
en pergaminos vivos
y entre ilusiones rotas
por ende maduraste
con la prisa de un instante
y fuiste fruto
antes de ser flor.
En una jornada fatídica
el horror descubrió el escondrijo
y el limbo se tornó en infierno.
Te incrustaron la estrella de David
y sus seis puntas hirieron tu edad
y aún te duelen los recuerdos
y aún se desangra tu espíritu
pero aún sonríen
tus labios muertos.
Ana coraje
Ana ternura
Ana sensible
si en Bergen-Belsen
te hubieran permitido
prolongarte en palabras
tu tinta fuera sangre
humo
gas
muerte.
En aquel submundo de cautivos
tampoco existían ángeles ni hadas
sino humanos tornados en cifras
y también numeraron tu piel
en aquella ecuación macabra
hasta que la típica
fiebre tífica
te restó para siempre.
Ahora tu alma habita
letra a letra en ese diario
mientras los lectores escuchan
el himno de tus latidos
como un redoble de esperanzas:
shalom
shalom
shalom.
Como relámpagos sin nubes
llegan.
Palpan la sábana
en busca -quizás- de mi alma.
Releen mis manuscritos
con ojos de críticos
crónicos.
Ojean
y hojean los libros
por si son
libres.
Bajo el camastro registran
en pos de fierros
fieros.
Escudriñan la almohada
por si dejé algún sueño.
Sus miradas dialogan:
-Nada.
-Nada.
Y se marchan
como nubes sin relámpagos.
Croquis
Del ártico al antártico
cuatro pasos.
Del poniente al levante
dos y un suspiro.
Siempre en el norte
quince barrotes
con vocación de puerta
y un candado.
Siempre en el sur
una claraboya
enrejada
indiscreta
como una anciana soltera.
Empotrado el camastro
solitario.
El lavadero empotrado.
En un rincón del horizonte
un orificio melancólico
y un tubo cabizbajo
se disfrazaron de baño.
Y bajo un cielo de hormigón
iluminado
por un astro
de cristal
yo canto.
A mí me ha correspondido servirte cantando.
Rabindranath Tagore
Los hombres
desde las piedras escritas
cantan
aman.
Así,
a golpes de piedra
y en el nombre del amor
han cantado su historia.
Yo también
—compañeros de senda—
desde ese amor
canto.
Ricardo González Alfonso es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.