María Teresa Fandiño
Se muere la inocencia en el mes de mayo, como antes, como antaño, sobre el marrón y el ocre del barro en las trincheras.
Se mueren nuestras praderas bajo un cielo añil, muere el verde y los alegres colores de la primavera.
Mueren los niños.
Así, sin vida, vivo impotente, con mi fusil luchando entre las guerras
por banderas,
huyendo de las flechas más certeras, luchando para un «iluminado» en un terreno oscuro y hostil.
Mi madre, encerrada en su guarida, reza por piedad y suplica el alto el fuego; ella, oculta y desnutrida, calza esos zapatos negros de cordones que un día encontró en los armarios; zapatos de otros hijos fallecidos que antes se usaban para funerales y bautizos.
El tiempo amarillea el blanco de mis camisas, mientras yo, con las botas puestas, sin vida vivo y vigilo, «ojo avizor» con un retrato en el bolsillo.
Y la culpa es de algunos ángeles caídos que cruzan fronteras extrañas, desconocidas y subyugadas por dogmas.
Lucifer, el dictador más despiadado, disfruta entre charcos y escondrijos, se regocija en su madriguera y observa a la humanidad saltando embravecida sobre sus hogueras.
Sabido es, del diablo, que para enloquecer a la humanidad no hace falta más que un poco de elocuencia y una gota de vanidad.
María Teresa Fandiño es miembro de la Unión Nacional de Escritores de
España.