Alberto Morate
Estación límite. Abismo de las discapacidades, y sinuosos caminos del desconcierto, de las trabas y las dificultades donde se hacen esfuerzos por salir de los rincones de la lástima, para reivindicar que, aunque se brinden pocas oportunidades, se puede llegar a tener autonomía, ansias de regir tu propia libertad, no quedarse quieto a verlas venir y que sean los demás los que solucionen todo.
Algunos de los llamados discapacitados o disfuncionales, no quieren quedarse paralizados. Ya bastante les paraliza su cerebro, quieren probarse los límites, saber hasta dónde pueden llegar, y para eso no les vale la compasión, no les ayuda que estén pendientes de ellos o ellas, necesitan sobresalir por sí mismos en un comienzo diario, soportando los prejuicios habituales de los no discapacitados, salir del nido de la madre, habérselas solas frente a esta sociedad competitiva y carroñera.
Todo eso no les puede impedir tener sus sueños. Y para alcanzarlos tendrá que superar muchas más pruebas que todos los demás.
Les acotan el espacio, les ponen balizas de precaución, ¿por qué es tan difícil ser uno mismo?
Deberíamos situarnos en el aquí y el ahora de las personas que tienen impedimentos físicos, sociales y emocionales, pero que no son absolutamente dependientes de los demás. Cantan, bailan, trabajan, tienen proyectos, se ilusionan, quieren enamorarse, quieren tomarle el pulso a los desatinos, piensan que todo puede ser distinto, que les dejen hacer.
No se escapan al sufrimiento, ni a los inconvenientes, se desvelan en sus pensamientos, su herida perpetua es el rechazo por parte de los demás. Aun así, no quieren dejar escapar sus oportunidades, las pocas que les ofrecen, y se convierten en actores, en escritores, en periodistas, en administrativos, en lo que, buenamente, esté al alcance de sus manos y de su intelecto, siempre y cuando no se sientan vejados, ninguneados o, lo que es peor, vilipendiados.
No quieren ni buscan la compasión, ellos no lo son consigo mismos, y deberíamos saber, también, de los prejuicios de sus opciones sexuales, las trabas de la independencia, las dificultades que encuentran en sus relaciones.
A cualquiera nos puede pasar, de repente, un accidente, un mal paso fortuito, un hecho inesperado, que nos afecte a la movilidad, pero también al corazón, a los sentimientos, y que nos dé la angustia de la desesperación, del rechazo, de la soledad, y queramos refugiarnos en excusas, en lamentaciones, y no nos quede más remedio que ir a lamernos las heridas en la soledad de nuestras limitaciones.
Apelemos, pues, a la integración, a la normalización, a la alegría, al abrazo, a la lucha perpetua, a la perenne necesidad de cariño y comprensión. En eso no hay diferencias entre unos y otros, al contrario, nos dan lecciones de inextinguible aliento, de pletórica esperanza, de consecución real de los sueños.
Aún hay muchas barreras que romper, labor casi imposible si vemos la de trabas que ponen a la accesibilidad física, pero también a la perspectiva de que se puedan abarcar temas que, en un momento determinado, pueden hacernos sonrojar, y nadie está exento de que sus paisajes estén limitados, pero por los demás.
¿Cómo seríamos nosotros si estuviéramos en una situación de desencanto y dificultad, en la que unos dependen siempre de los demás, y no precisamente por servilismo, sino por necesidad?
Entronquemos, de una vez por todas, esta búsqueda del ser humano con la inagotable capacidad de superarnos. Aunque se piense que “cuando no se puede, no se puede”, pero que nunca dejemos de intentarlo.
Alberto Morate es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.