Descubrimiento intempestivo
De visita en la vida,
me hallo en el hábito de caminar hacia la piedra agridulce,
en el punto de inflexión
donde el imprevisto me regaló la sorpresa
de un descubrimiento intempestivo.
Duele desvelar que soy tu espejo
y que el asunto es mutuo,
un axioma en toda regla.
Ante ti se me presenta la crudeza de la situación,
el imperativo de remover emociones en el cerebro
e iniciar el movimiento de desaprender
toda la existencia anterior,
al encuentro fortuito
en aquella arena engullida
por las olas de espuma.
La casualidad hizo un trabajo impetuoso,
al igual que la justicia y el calor prepotente de agosto.
Nuestra ropa batalla
quedándose aún en nuestros cuerpos.
El sudor de mi frente muestra la evidencia
de que mi desnudez física
se oculta en ese recato tan grandioso y excusable,
que estoy tan dispuesta a alardear sin demasiada ciencia.
Mientras que la tuya es emocional,
de acceso reservado para penetrarla.
Maldita sea la hora
de extrañarte cada día
tras conocer que habitas en el mundo.
Mi transformación es el agua limpia que te refleja.
Y ahí estamos
con rostros despavoridos,
por el escándalo de las estupideces
dichas y no dichas
que, uno frente al otro vemos en el espejo,
reconociéndonos con todo detalle
lo que realmente somos.
Mientras que la sabiduría violenta e incómoda
que nos imponen la vida y el reloj de arena
nos volverá a revelar cada agosto de cada año
por qué nuestros cuerpos
fueron secuestrados por un deseo indomable,
irracional, salvaje…
Porciones bárbaras de excesos
que saben solo a nosotros.
Poema del libro Secretos empolvados