Juan Francisco Díaz Navarro
Tic tac, tic tac, tic tac, novecientos uno, quince minutos y un segundo, dos, tres, cuatro, cinco. Permanece allí sentada mirando por la ventana los rayos de sol que entran y le dan en la cara. Novecientos sesenta y cinco. Y la mosca ahora pasa de estar en el cristal para posarse en la silla que hay frente a la secretaria del inspector jefe. Le ha dicho que en diez minutos subía y llevaba ya diecisiete minutos con veinte segundos. Una máquina de agua, se acerca y coge un vaso. Las plantas se encuentran muy secas y se están muriendo, se acerca a ellas y remueve un poco de tierra.
Confirmado: están marchitándose. Vacía el vaso de agua y echa otro para seguir regándolas. La secretaria del inspector por fin cierra la boca, durante un momento ha pensado que se le iba a separar de como se le está abriendo. Mil ciento cuarenta segundos, no es muy serio este hombre cuando queda citado con la gente. Ya es hora.
―Perdone el retraso, inspectora. Estaba reunido.
―Solo lo ha hecho quinientos noventa segundos, tampoco es tanto. ―Leve levantamiento de ojos. Extrañeza, igual no lo entiende. Se lo explica―. Nueve minutos y cincuenta segundos de retraso con respecto a la hora que me dijo, inspector jefe.
―La he comprendido ―manifiesta mientras entra en su despacho con cara de fastidio―. Dejo la puerta abierta, ¿verdad?
178
―Sí, gracias.
―Siéntese.
«¿Saco el pañuelo para colocarlo en el asiento? Mejor estate quieta, que bastante mal te mira ya. A saber cuántos culos se habrán sentado en ese mismo sitio. Respira y siéntate ya de una vez.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, abajo. No sigas pensando en la maldita silla y concéntrate en lo que has venido».
―Estuve hablando con Mario el otro día y me comentó que fue usted quien lo detuvo.
―Todo consta en el informe. Lo habrá leído, supongo.
―Por supuesto, un poco escueto para mi gusto. ―La está mirando algo cabreado.
―Perdone, ¿qué ha dicho?
―Que lo veo cogido con pinzas. ―«¡Cállate ya, coño, que vas a quedar como el culo con el inspector jefe!»―. Pero tiene su lógica la detención.
Fragmento de la novela Tiempos de amor y de muerte, de Juan Francisco Díaz Navarro. El autor es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.