"Tiempos de amor y de muerte", fragmento


Juan Francisco Díaz Navarro

Un pequeño mueble recibidor de esos minimalistas que van colgados a la pared los recibe nada más pasar a la misma. En él, unas cuantas llaves en un cesto, donde sus habitantes lo utilizan para dejarlas, cuando llegan a casa y que no se les pierdan. El piso está limpio, no se ve polvo en él. Unos cuadros alienados perfectamente, ni para un lado ni al otro. Bien. No le gusta esa manía de no centrar las cosas y llegar a las casas y encontrarse que el cuadro está ligeramente inclinado hacia un lado. Una puerta que da al comedor, todo ordenado y limpio. Le gusta. Además de los muebles, un hombre sentado en un sofá de color plata viendo la televisión. Lo recuerda, pero está bastante más mayor. El pelo gris, antes un poco largo, ahora lo llevaba cortado al tres para disimular que se le ha caído bastante. Está delgado y en su cara se refleja un rictus de tristeza. Al entrar, se queda mirándola con aquellos ojos que todavía recuerda como si fuera ayer. Se levanta del sofá y se dirige hacia ella, le estrecha la mano sin que pueda evitarlo, sus dedos son largos y finos, como los de un pianista. Se estremece con el contacto. A continuación, un sudor frío le baña todo el cuerpo. Alguna gota se desliza por su espalda y sin razón aparente su mente se transporta a la noche en que su vida cambió.

―Macarena, me alegra mucho que estés aquí ―dice, esbozando una tímida sonrisa.

―Hola, Mario. ―Su mente procesa todo lo que conoce de aquel hombre―. ¿Estás seguro?

―Yo pedí que te trajeran a ti ―suelta de repente― Claro que me alegro, espero que tú seas capaz de encontrar a la persona que está haciendo todo esto, ya que yo no logré dar con él. Me gustaría que tu madre y las demás mujeres pudieran descansar de una vez.

―¿Sabes que si tú eres el culpable te volveré a encerrar?

―Me consta.

―Nos han comentado en la tienda propiedad de la fallecida que estuvo allí unos días antes ―interviene Cristian rompiendo la conversación.

―Sí.

―¿Y por qué? ―Lo mira con cara de disgusto, ha de aprender a confiar en los demás, aunque no le gusta que otros hagan las preguntas.

―Por intuición. ―Mientras habla se pasa la mano por el cabello―. ¿Sabéis lo bueno que tienen las cárceles? No hace falta que me respondáis, os lo voy a decir yo: que te da tiempo a pensar, y yo tuve muchos años para poder realizarlo.

―Me gustaría conocer tus pensamientos.

Él ha seguido el caso desde un principio y atesora mucha información que le puede venir bien para lo que está pasando en estos momentos.

―Creo que el asesinato de ahora está relacionado con los  de hace veinte años.

Fragmento de la novela de mismo nombre, de Juan Francisco Díaz Navarro.

El autor es miembro de la Unión Nacional de Escritores de España.